La utopía del salario único

El sueldo o salario que recibe cualquier trabajador es solo el valor de reposición de su fuerza de trabajo, de manera que se encuentre en capacidad de volver a venderla nuevamente al patrono mes a mes, así reveló Marx que operaba el modo de producción capitalista. Ello significa que lo recibido como salario no es "el valor del trabajo realizado" o "el aporte del trabajador a la producción", mucho menos es algo como un "dividendo" o "parte de la ganancia" obtenida por el dueño de la industria.

Ese sueldo consiste esencialmente en el monto del "alquiler" de la mano de obra que acepta el trabajador para que su labor, ya enajenada, genere valor sobre los bienes y servicios que el capitalista produce. Solo el trabajo humano crea riqueza en la mercancía final; así, la materia prima aporta a lo producido nada más que el costo de sí misma, en tanto el funcionamiento de las máquinas vierte sobre el producto exactamente el costo de ellas; es la labor humana el ingrediente que genera el excedente por el cual el fruto final del proceso tiene una utilidad. Si producir por ejemplo una pieza cuesta 1$ de materia prima, más 1$ de gasto de funcionamiento de máquina, más 1$ de sueldo pagado al asalariado; suma 3$ el total del costo de producción; y si la pieza vale en el mercado 5$, el patrono estará obteniendo una ganancia de 2$ que obviamente no sale de la materia prima, por permanecer esta con su valor original, ni del funcionamiento de las máquinas, ya que estas tendrán el mismo desgaste del valor que aportaron; simplemente la utilidad sale de la parte de valor no pagada al trabajador.

Ahora bien, la fuerza de trabajo es considerada y tratada como "una mercancía más", con un costo determinado por el mercado. Mientras más simple es la mano de obra, más barato será pagar su reposición por parte del patrono al empleado, para poder volver a utilizarla. Si tengo a un asalariado que coloca 100 tornillos al día, bastará pagar el valor diario de su sustento de vida para poder contar con él al día siguiente y que vuelva a colocar otros 100 tornillos; pero si se trata de un asalariado cuya labor es más compleja, debiendo calcular, por ejemplo, trayectorias de misiles experimentales, habrá que pagar no solo la fracción de comida, vivienda y ropa que ese trabajador consume diario sino que se deberá abarcar el costo que implica su actualización, los libros de física, los intereses profesionales y como afirma Martha Harnecker: el tiempo de su especializada preparación universitaria, de modo que necesariamente resultará en un salario más alto.

Ese proceso tan complicado, de establecer cuánto vale reponer la fuerza de trabajo de cada asalariado, queda sin embargo simplificado en el sistema capitalista, por una tarifa salarial que se fija en forma de "precio", esto es, en cuanto se "alquila" cada tipo de mano de obra, estamos hablando del mercado de trabajo. En tal sentido, debe entenderse que el valor de reposición de la fuerza de un trabajador resume el costo promedio del trabajo que la sociedad ha invertido en mantener a ese individuo: la fracción de la labor del lechero, del panadero, del arrendatario del inmueble donde vive, la alícuota de electricidad, combustible etc.

En la etapa donde el empresario es pequeño y familiar, el valor del sueldo se fija en función de lo que se "tiene a oídas" de cuánto debe pagarse a cada trabajador. En la medida que la organización es más compleja y grande, se imponen los métodos científicos de administración y por lo tanto debe recurrirse a un tabulador que indica el valor medido para cada tipo de cargo con el sueldo promedio que le corresponde.

Para elaborar un tabulador salarial debe existir una manera de medir cuánto vale cada cargo, para ello existen varios métodos: Kress, Turner, Hay, Milox, entre otros. En esencia consiste en evaluar cuánto pide el puesto en lo referente a unas exigencias comunes: competencias (capacidades), esfuerzo físico o mental requerido, responsabilidad demandada y condiciones del puesto. De esta manera, cada cargo tendrá un "puntaje" que decide si vale más o menos que otros. Mientras "más vale" el cargo, tendrá un sueldo mayor que cubrirá la reposición de esa fuerza de trabajo; la garantía de que ello se logrará está en fijar los montos de sueldo a pagar a lo largo de la escala, para los distintos puestos, con base a la referencia de mercado que proporcionan los estudios de salarios del sector donde se ubica la industria: bancario, telecomunicaciones, metalurgia o cualquier otro.

Si todos los cargos tienen un valor, se clasifican en "niveles" de cargos que agrupan aquellos con "precios de mano de obra" similares. En la Administración Pública Venezolana hay 8 "clases" de cargos: Profesional I, II y III; Técnico I y II; Bachiller I, II y III. Técnicamente, la diferencia entre un nivel (llamada también "clase") y el siguiente no debe ser salarialmente menor al 15%, lo cual tiene un sustento científico: el ser humano no percibe diferencias menores a ese quantum en su economía doméstica. Luego, si se paga al "Profesional 1" un sueldo que se diferencia del correspondiente al "Profesional 2" en un 3%, significa simple y llanamente que se les está pagando lo mismo, con el agravante de que el Profesional 2 sufrirá una tasa de explotación mayor.

A ese 15% se le llama MIP (Mínimo Ingreso Perceptible) y conforme a la Ley de Weber marca el umbral sensible de la diferencia entre dos sumas de salarios para que se consideren contrastantes respecto a dos cargos con valores significativamente diferentes. Un aumento o diferencia salarial de por ejemplo 5% es "ciego" para el ser humano, de la misma forma en que lo sería un objeto de un kilo y otro de 1 kilo con 50 gramos.

En otras palabras, si el tabulador de sueldos se "aplana" de manera forzada, estableciendo diferencias irrisorias entre los niveles de cargos, se camina directamente hacia "el salario único", el cual inevitablemente sobre explota los trabajadores con cargos más complejos y propende a perder mano de obra calificada frente al mercado internacional de trabajo.

La idea de un salario "único pero justo" solo sería posible si la fuerza de trabajo de todos se repusiera al mismo precio, es decir, se superara la diferencia entre esfuerzo intelectual y físico, y se demandaran competencias y preparaciones similares.

Ello puede ser un ideal o una predicción de lo que ocurrirá en el futuro con la evolución de las fuerzas productivas y consiguientemente con las relaciones de producción, pero lo que resulta absolutamente absurdo es tratar de alcanzar tal igualdad social unificando salarios para trabajadores con costos de reposición distintos, simplemente porque estarías condenando a la pobreza a los más preparados.

Sencillamente, no se le puede dar la misma cantidad de agua a tres grupos de personas a quienes mandes a caminar 1 kilómetro, 50 kilómetros y 200 kilómetros respectivamente; si lo haces, seguramente mates de sed al grupo que camina 200 y creas ingenuamente estar haciendo "justicia social" por tratarse de "caminantes con igualdad de derechos", mojigatería detrás de la cual se ocultaría la atroz iniquidad de querer consagrar la igualdad humana haciendo uniforme el padecimiento de la sed.

Muchas veces, detrás de esos bienintencionados planificadores salariales amateurs, que proponen tablas planas con diferencias entre niveles de cargo del 2%, subyace la noción de que el trabajador calificado, profesional, con postgrado; es una especie de "burgués", a quién debe imponérsele gravámenes sobre sus "dividendos" o "ganancias" obtenidas. "Izquierdismo infantil", como diría Lenin, que va precisamente contra el principio que pretende defender, tratando de abolir las diferencias, pechando y discriminando al trabajador calificado.

*Industriólogo / Doctor en Economía

 

miguelvillegasfebres@gmail.com



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