La historia contemporánea de Venezuela está marcada por una constante tensión con las potencias que, bajo el disfraz de la "defensa de la democracia" y la "seguridad hemisférica", han desplegado estrategias de presión, coerción y despojo. Hoy, esa tensión alcanza un nuevo nivel con la presencia del portaviones más poderoso de la flota estadounidense, el USS Gerald Ford, acercándose a las costas venezolanas.
La llegada de un portaviones de semejante magnitud no puede interpretarse como una maniobra rutinaria. Se trata de un mensaje político y militar que pretende intimidar, proyectar fuerza y condicionar las decisiones internas de un país que ha resistido múltiples embates.
La presencia de esta máquina de guerra en aguas cercanas es, en sí misma, una violación del principio de no intervención y un recordatorio de que el poder imperial no duda en recurrir a la amenaza bélica para imponer sus intereses.
Pero la escalada no se limita al plano militar. Las medidas coercitivas unilaterales, que desde hace años han estrangulado la economía venezolana, se intensifican con nuevas sanciones y bloqueos. Estas acciones, disfrazadas de "política exterior responsable", han tenido consecuencias devastadoras para la población: limitan el acceso a medicinas, alimentos y recursos financieros, y buscan quebrar la capacidad del Estado de sostener su desarrollo.
El objetivo es claro: doblegar la voluntad de un pueblo que ha decidido mantener un rumbo independiente y el imperio querer mantener su hegemonía en "su patio trasero".
A ello se suma el despojo de activos estratégicos. Las refinerías venezolanas en territorio estadounidense, que deberían ser parte del patrimonio nacional, han sido apropiadas bajo mecanismos legales cuestionables y con la complicidad de tribunales que responden a intereses políticos.
El antivenezolanismo imperial también se manifiesta en el terreno migratorio. La reciente decisión de eliminar el Estatus de Protección Temporal (TPS) para más de 250 mil venezolanas y venezolanos en Estados Unidos coloca a miles de familias en una situación de vulnerabilidad extrema.
No se trata de diferencias ideológicas ni de disputas diplomáticas normales, sino de una política sistemática de agresión que combina la fuerza militar, el bloqueo económico y el despojo de nuestros recursos. Es un proyecto que busca invisibilizar la soberanía venezolana y reducirla a un objeto de control geopolítico.
El USS Gerald Ford frente a nuestras costas, las sanciones que ahogan la economía, el robo de nuestras refinerías y la criminalización de nuestros migrantes son capítulos de una misma narrativa: la del antivenezolanismo imperial.