Integración Iberoamericana: una asignatura pendiente

La idea de una integración política-económica de Latinoamérica es tan vieja como el propio movimiento independentista de los estados-nación de la zona. Durante esa fase, los plutócratas locales asumieron el poder político como meros herederos de la autoridad colonial y no como instrumentos de transformación. La ruptura de esa línea de pensamiento se inició con algunos intelectuales brillantes que defendían la necesidad de enfatizar los caracteres intrínsecos de la región, especialmente contra el imperialismo europeo y más tarde contra el norteamericano. La idea de la integración subcontinental de Simon Bolívar en 1820, por ejemplo, no logró resultados concretos pero si contribuyó a una fuerte formación simbólica de una identidad regional. Después de la Segunda Guerra Mundial, los países latinos buscaron caminos propios para su autodeterminación, su desarrollo económico y también político a través de una coordinación estratégica entre los distintos actores.

Tuvimos el famoso pacto ABC (Argentina-Brasil-Chile) de 1950, pasando posteriormente por ALALC en 1960 (Asociación Latinoamericana de Libre Comercio), luego reemplazada por ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración). Más adelante, en 1970, se crearía el Pacto Común Andino (devenido luego en CAN, Comunidad Andina de Naciones), el MERCOSUR, en 1985, con sus desavenencias nunca resueltas hasta hoy, el ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), en 2004 de la mano del presidente venezolano Hugo Chávez Frías. UNASUR, en 2008, que hasta la actualidad parece ser más un acuerdo virtual que real, y en 2011 aparecieron CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) y la Alianza del Pacífico.

Algunos han sido intentos inconclusos y otros insuficientes, toda vez que una verdadera estrategia geopolítica debe incluir a todos los países de este subcontinente consolidando un espacio común único entre Centro y Suramérica (sin olvidar el Caribe). Se pueden hacer tratados bi o trilaterales menores, pero en definitiva debe prevalecer la unión de todas las naciones para lograr el genuino y anhelado despegue y el consiguiente posicionamiento global estratégico.

Para ello, es necesario elaborar con mucho detalle la táctica a llevar a cabo en orden de lograr un proceso lo más adecuado y favorable posible a todos los intereses en juego. Sabido es que las rivalidades entre naciones hermanas no han sido aún sepultadas y que los acuerdos se han basado más en bellas retóricas que en compromisos pragmáticos, por lo que todo ello es un verdadero obstáculo a la hora de la unión y la designación de roles a desempeñar. Otra realidad palpable es el desigual desarrollo económico, industrial y social del conjunto de los países hispano-lusitano-criollos. Y no menos ostensible es el hecho de que varias naciones de la región mantengan estrechos lazos con EEUU, ya sea comerciales (caso Chile y México) cuanto militares (caso Colombia), lo cual complica cualquier intento de alianza subcontinental.

Desde ya, que en cualquier caso de alternativa integracionista regional, habría que salvar viejos inconvenientes acarreados en la mayoría de los acuerdos o tratados hasta ahora concebidos: generar claros y decisorios espacios de debate (foros, cumbres, etc.), gestionar políticas claras de información a la ciudadanía y mecanismos de transparencia de todas las actividades del bloque (no como hasta ahora que la única documentación pública son las actas ya que el resto goza de la cláusula de confidencialidad), gestionar la creación de una moneda común, promover el intercambio cultural a todos los niveles reivindicando el Convenio Andrés Bello, lograr de una vez por todas la validación automática, o al menos semiautomática, de los títulos universitarios, eliminar el requisito del pasaporte para circular entre los distintos países, consensuar políticas energéticas conjuntas, corregir las asimetrías económicas entre los miembros del bloque, promover la cooperación mutua en temas de interés común, adoptar serios compromisos multilaterales en materia de medio ambiente , aunar criterios en cuestiones de defensa, extender los alcances de los Convenios Simón Rodríguez y Celestino Mutis, definir claros lineamientos inherentes a la lucha contra el narcotráfico, y mucho más.

A partir de todo ello, y para poder subsistir en el difícil mundo que se avecina, habría que forjar algunos macroacuerdos interregionales bien pensados con grupos ya existentes como la Unión Europea con quien compartimos los mismos valores de vida y orden social, o con grupos emergentes como los asiáticos (ASEAN, por ejemplo), con quienes en algunos aspectos no hay demasiada afinidad. No obstante y a pesar de todas las dificultades que pudieran presentarse (que no son pocas), hay que intentar rápidamente alguna alternativa válida de modo que América del Sur, Central y el Caribe puedan posicionarse a nivel mundial como un bloque sólido capaz de tener voz y voto en todas las cuestiones que hoy afligen al mundo. De lo contrario, seremos meras provincias del imperio de turno, divididas por la línea de Tordesillas, y a la espera de alguna limosna.

 

hugolilli@yahoo.com.ar



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