Con esa clase de amigos, no necesito enemigos.
Adagio popular
Cualquier desprevenido joven del siglo XXI, podría creer que EEUU le ganó a los soviéticos la Segunda Guerra Mundial (feeling, matriz de opinión) y, por lo tanto; desde 1945, las dos superpotencias han sido enemigos que lideran modelos sociopolíticos opuestos, con la consecuente existencia de cuatro décadas del Muro de Berlín y la proyección hemisférica de la “cortina de hierro”… ¡Nada más falso!
Para comenzar, ambos jugaron en el mismo equipo, configurando el grupo Aliado junto a otros dos “duros” de la OTAN y del Consejo de Seguridad de la ONU (Francia e Inglaterra). Lamentablemente, allí los osos de la gran estepa, jugaron el rol de “tontos útiles”: el amigo grandote, invitado a hacer travesuras por los pícaros del barrio, porque es bonachón pero pega duro y está dispuesto a acompañarlos. Una muralla de armas, hielo y muertos (53 rusos por cada muerto gringo), logró contener a Hitler y permitió a los Aliados ganar la guerra. Eso estaba “fríamente calculado”, desde que se constituyó la Triple Entente para enfrentar a Alemania, mucho antes de existir la Unión Europea... Pero gracias a Venezuela, los EEUU, como mayor socio capitalista, fueron “el gran ganador”.
Francia e Inglaterra habían firmado el 08 de abril de 1904, el “Entente cordiale” ó “Tratado de Entendimiento Cordial”; el cual consistía en un pacto de no agresión y la regulación de la expansión colonial de ambas potencias. La alianza surgida entre esas dos antiguas enemigas, separadas por el canal de la Mancha, fue reforzada con la incorporación de Rusia; dando origen a una coalición denominada “Triple Entente”, de la cual también formaron parte la alianza Franco-Rusa de 1871 y el Acuerdo Anglo-Ruso de 1907.
Por otro lado, en 1882, el canciller alemán Bismarck promovió la llamada Triple Alianza, constituida por la gran potencia que era Alemania, el imperio Austro-Húngaro e Italia. Entre la Triple Alianza y la Triple Entente, surge luego la Gran Guerra, conocida hoy como Primera Guerra Mundial.
El 28 de junio de 1919, al finalizar la guerra, se firma el Tratado de Versalles, cuyos términos determinaban que Alemania aceptaría todas las responsabilidades por haberla causado; haciéndola perder un octavo de su territorio continental, así como unos seis millones y medio de habitantes, además de reconocer la independencia de Austria. La severidad de las sanciones en el famoso Tratado, es vista como causante de la Segunda Guerra Mundial; ya que las humillaciones y las duras condiciones económicas de la posguerra, despertaron la furia del pueblo alemán.
Entre Francia y el Imperio Británico se repartieron todas las posesiones coloniales alemanas y su ejército quedó reducido a cien mil hombres; quedando prohibidos la fabricación o compra de armamento, así como el reclutamiento militar y también la escuadra alemana fue reducida a unos pocos barcos y lanchas torpederas. Los soldados que regresaban a Alemania después de cuatro años de penurias en el frente, se enardecieron, atentando contra su propia República de Weimar; la cual cayó en 1933, propiciando la ascensión del sargento Adolf Hitler, como líder del Nazismo o Führer del III Reich. La mesa quedaba así servida, para la Segunda Gran Guerra o Segunda Guerra Mundial (WW2). Es decir, la que ganó Venezuela.
Puede sonar un poco extraño y hasta algo egocéntrico, pero en ese modelo a escala de las intrigas palaciegas europeas constituido por el Mar Caribe; no podemos olvidar que nuestro hermoso país ocupa todo su flanco Sur y además, posee las mayores reservas energéticas del planeta, equiparables al conjunto de países árabes, cuando contabilizamos los famosos “bitúmenes” de la Faja Orinoqueña. Eso lo sospechaba Inglaterra cuando nos robó el territorio Esequibo y el dato había sido copiado por las demás potencias coloniales, cuando se produjo el famoso bloqueo para “ajustar” cuentas con el Presidente Cipriano Castro.
Como una hermosa dama, cubierta de joyas en medio de un abordaje pirata, Venezuela atrae a las hienas coloniales con fuerza telúrica. Desde épocas tan remotas como el 3 de Agosto de 1498, la planta insolente del invasor ha apetecido nuestro territorio y sus riquezas; pero nunca ha sido tan evidente nuestra potencialidad, como lo fue para los Aliados durante la WW2. Somos el epicentro del sismo geopolítico del siglo más reciente y para comprenderlo; basta con hacer un somero análisis, en el recuento de los hechos:
Para 1933, Hitler asume el poder en Alemania, apoyado por el partido nazi y comienza a desmarcarse del Tratado de Versalles, así como a manejar su país con mano de hierro, preparándose para la guerra y adoctrinando a toda su población. Los inversionistas gringos se sentían allí como pez en el agua y numerosas empresas trasnacionales yanquis (Ford, Westinghouse, Du Pont, Union Carbide, General Electric, ITT, Goodrich, Singer, Kodak, JP Morgan, etc.), tenían negocios en la Alemania nazi.
Millonarios como Averell Harriman y Prescott Bush (abuelo de George W.), además de pertenecer a la secta Skull & bones, eran felices invirtiendo en el desarrollo alemán conducido por el Führer del III Reich; apoyándolo fuertemente hasta bien entrado el conflicto que comenzó en mayo de 1939. Para entonces, Prescott Bush era su apoderado de negocios, mientras que Allen Dulles (futuro jefe de la CIA) era su consultor jurídico. Harriman perteneció a una de las familias más ricas de Estados Unidos, y compartía con Hitler tanto la eugenesia como la obsesión anticomunista.
En 1941, Harriman cambió de bando por considerar que el imperialismo nazi representaba un peligro para el dominio marítimo anglosajón y el 11 de diciembre del mismo año, fue imitado por su gobierno. A la artera treta de Pearl Harbour, le siguió un cambio de bando a mitad de la guerra, tan frescamente como quien cambia de sombrero… Pudieran perderse centenares de vidas de compatriotas, pero el negocio era demasiado bueno (convertido en modus operandi). ¡Gajes del oficio!
To be continued…
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Caficultor bolivariano
