Intentando torcer brazos desde antaño

En razón de la ocupación de la península Ibérica por parte del ejército francés, la familia de los borbones españoles tuvo que desocupar, entre mayo de 1808 y mayo 1814, el trono de este país. Tanto Carlos IV como su hijo, el futuro Fernando VII, fueron tomados presos por las tropas de Napoleón Bonaparte y enviados a sitios seguros en Italia y Francia respectivamente. De inmediato se formaron en España dos gobiernos. Uno, el de José I, monarca por la gracia de su hermano Napoleón; y el otro, el de los propios españoles, reacios a aceptar el gobierno del impostor francés, quienes organizaron, primero, la Junta Central Gubernativa del Reino, transformada luego en Consejo de Regencia. Y en medio de esa crisis peninsular, los criollos venezolanos vieron la oportunidad de concretar su aspiración de formar su propio gobierno juntista, intento que devino en lo inmediato en el gran conflicto armado, que durante una década azotaría todo el territorio de la Capitanía General de Venezuela.

Como es de suponer, dada la situación por demás crítica en la península ibérica, con reyes presos, con el territorio invadido por tropas francesas, con el trono usurpado por un monarca francés, y con un improvisado y debilitado gobierno español ejerciendo desde una isla cercana, no pudo éste responder con eficacia al reto que suponía un conflicto armado en sus territorios coloniales, cuyos jefes se proponían acabar con el propio dominio ibérico sobre este continente y constituir en su lugar una república de ciudadanos libres. Por esas mismas dificultades fue que, durante los primeros años del conflicto, la guerra se desarrolló de forma tal que las tropas enfrentadas en cada batalla estaban constituidas por los mismos venezolanos. Por un lado estaban las tropas partidarias de la independencia jefaturadas por Bolívar, Mariño, Arismendi, Piar, Ribas, Bermúdez; por otro lado estaban las tropas sumadas al realismo, comandadas por Monteverde, Bóves, Morales, La Torre, Zuazola, Cajigal, Rosete. Procedentes de España no llegaban efectivos militares que alimentaran el ejército realista. Por tanto, los caidos en batalla eran sustituidos por paisanos venezolanos, situación que duró hasta comienzos del año 1815. Mientras ese fluir de tropas venezolanas hacia el bando monárquico se mantuvo el balance de la guerra favoreció a esta facción, tal como lo corroboran las derrotas que tales efectivos ocasionaron en 1812 y 1814 a la Primera y Segunda República, respectivamente. Y lo corrobora también la carnicería ejecutada este último año por las tropas de “La Bovera”, en pueblos y ciudades de los llanos, centro y oriente del país, donde buscaron refugio muchísimos venezolanos de piel blanca, que huían de la guerra. Unas cien mil personas murieron en el transcurso de estos meses, casi todos originarios de aquí del suelo venezolano.

Y ocurrió entonces en Europa que el Emperador y sus tropas fueron derrotados, por lo que el delfín de los Borbones, alcanzó su libertad, regresó a Madid y asumió en mayo de 1814 el trono como rey Fernando VII. De inmediato se propuso torcer el brazo a los rebeldes venezolanos que habían osado levantarse en armas contra el orden monárquio colonial, había que poner en cintura a tales insurrectos, quebrarles el cuello a esos atrevidos insurgentes aspirantes a constituir un gobierno independiente de España. Tamañas pretensiones eran inaceptables. Que unos americanos desconocieran el reinado del ungido del Señor tenía que ser castigado con la máxima severidad. Y a esto se abocó sin dilaciones el recién coronado Fernando. Ordenó entonces preparar una poderosa escuadra militar para ser enviada a tierras venezolanas con el encargo de aniquilar la insurrección independentista. Seis meses tardaron los organizadores en armar la expedición, misma que fue la más poderosa escuadra española venida a tierras americanas a todo lo largo de los trescientos años de dominio colonial. La integraban 65 embarcaciones, de las cuales 46 eran de transporte y 18 de guerra, todas escoltadas por el navío insignia San Pedro de Alcantara, dotado de 74 cañones. En su interior venían unos 16 mil efectivos militares, los mejores combatientes, los más experimentados, jefaturados por uno de los generales del ejército español más brillantes, Pablo Morillo.

Cuando aquella poderosa escuadra se acercó a las costas venezolanas, los primeros días del mes de abril de 1815, la impresión que provocó en los moradores fue aterradora. Pero más terror provocó la amenazante proclama publicada por “El Pacificador” apenas pisó tierra venezolana: Dijo allí: “la Divina Providencia os ha proporcionado que el ejército de nuestro legítimo Rey Fernando VII haya entrado en vuestro país sin el menor derramamiento de sangre; yo espero que en lo sucesivo os comportaréis con la misma fidelidad que en los tiempos anteriores hasta el año de 1809; pero temblad si así no se cumple, porque descargaré todo el rigor contra vosotros”. Y en verdad ese rigor lo descargó puesto que al organizar su gobierno en Venezuela las instituciones creadas para ejercerlo fueron todas de tipo represivas, tales como: Consejos de Guerra, Tribunal de Apelaciones, Juzgado de Policías y Junta de Secuestros. Para “El Pacificador” casi todos los habitantes de Venezuela estaban en situación de rebeldía, habían infringido las leyes monárquicas y en consecuencia debían ser tratados con mano dura. De tal forma que, al igual que antes con Boves, las acciones represivas continuaron siendo la politica aplicada por las autoridades reales a los venezolanos levantados contra el orden colonial.

De manera que “El Pacificador” vino a pacificar el territorio venezolano a la fuerza; pacificar con la espada y el fusil; pacificar provocando la muerte de miles. Tales eran las verdaderas intenciones de Morillo, según lo demostró reiteradas veces, pero en especial lo demostró en el sitio ejecutado por sus tropas sobre la ciudad de Cartagena. La mortandad aquí fue horrorosa. Durante 115 días la ciudad fue asediada. Dentro de la misma varios miles de patriotas resistieron con valentía el bloqueo y los intentos de asalto. No se le dejaba entrar agua ni provisiones. Constantemente la ciudad sufría descarga de cañones. El hambre y los ataques armados provocaron muchas muertes a lo largo de cuatro meses. Al final, cuando la ciudad fue evacuada por los pocos que aun resistían, se contaron seis mil cadaveres en su interior. Ese mismo día de la evacuación, 5 de diciembre de 1815, fueron fusilados y degollados 400 de los defensores. Y un día después entraba Morillo a la ciudad, caminando encima del manto de cadaveres que cubría las calles. En los días posteriores los fusilamientos continuaron y no terminaron sino al año siguiente.

En tierras venezolanas no le iría muy bien al “Pacificador”. Aquí se le hizo por demás difícil cumplir la tarea encomendada a él por su rey. A pocos días de anclar los 65 buques de su expedición, el barco insignia, San pedro de Alcantara voló hecho añicos, cuando se encontraba anclado en las costas de la isla de Margarita. Una fortaleza flotante bien pertrechada fue la que desapareció en un instante. Al fondo del mar su fueron cien efectivos españoles, un millón de pesos, 8 mil rifles, gran cantidad de espadas y pistolas, 74 cañones, centenares de uniformes militares, 4 mil quintales de pólvora, bombas, granadas, balas y otras provisiones para equipar las fortificaciones y la artillería. En la misma isla de Margarita, algunos meses después de haberse retirado Morillo del lugar, sus habitantes se rebelaron contra el despotismo del gobierno realista establecido allí, a cuya cabeza estaba el teniente coronel Joaquín de Urreiztieta, digno sucesor del tirano Lope de Aguirre. La rebelión comenzó a mediados de noviembre, fue conducida por Juan Bautista Arismendi y tuvo un carácter masivo.

Al llegar la noticia a Caracas comunicando la rebelión de los isleños el capitán general de Venezuela, don Salvador Moxó, siguiendo instrucciones de Morillo, ordenó a Urreiztieta la aniquilación completa de los comprometidos y sospechosos. La instrucción decía: “Prevengo a usted que deseche toda consideración humana. Todos los insurgentes, o los que los sigan con armas o sin ellas; los que hayan auxiliado o auxilien a los mismos, y en fin todos los que hayan tenido parte en la crisis en que se encuentra esa isla, serán fusilados irremisiblemente, sin formarles proceso ni sumario, sino un breve consejo verbal de tres oficiales. En esa isla quedarán únicamente los caballos y mulas necesarios para el servicio de los Dragones y oficiales de infantería (…) Reencargo a usted mucha actividad y que siendo inexorable me dé parte de la entera pacificación de este albergue de pícaros que tanto han abusado de nuestra natural bondad y clemencia” (23-11-1815).

Se considera dicha rebelión como el primer acto de la guerra de liberación nacional contra las fuerzas del ejército español recientemente desambarcado en Venezuela. De Margarita se extendió la sublevación al resto del territorio nacional, una vez que Simón Bolivar y un buen número de oficiales del ejército libertador, retornaron a Venezuela en la Expedición de los Cayos, en mayo de ese año 1816. A partir de entonces las fuerzas invasoras no tendrán un día de paz. Por todas partes se levantaban grupos de venezolanos en rebeldía contra el sistema colonial español. Ante tal situación y habiendo logrado imponer la pacificación en Nueva Granada, Morillo regresó a Venezuela a comienzos de 1817, a enfrentar la insurrección. Pero en Venezuela, las condiciones en que se desarrollaba la guerra habían cambiado y se presentaban favorables a las fuerzas revolucionarias. Aquí los patriotas, luego de seis años de batallas, habían logrado penetrar el sentimiento nacional y por ello contingentes de nuevas voluntades se sumaban a este bando, provenientes de los sectores negros, pardos e indios. Además, las fuerzas militares patriotas estaban ahora unificadas bajo la jefatura indiscutible de Bolívar. Igualmente, la experiencia militar adquirida por su parte hacía de las tropas libertadoras combatientes eficaces, sus integrantes conocían muy bien el terreno donde se libraban los combates, los suministos militares fluían con más facilidad y en mayor cantidad. Mientras que, por el lado realista, la situación era cada vez más adversa. De España no llegaban embarcaciones con pertrechos y tropas, la comida escaseaba, cada día mermaba el contingente militar, y la hostilidad de los venezolanos a la presencia española se incrementaba con el paso de las horas; por lo demás, los combates eran cada vez más numerosos y en terrenos difíciles, como en los llanos, donde las tropas del “Taita, José Antonio Páez, se mostraban invencibles.

El país se fue incendiando a lo extenso de su territorio, desde el año 1816, y por numerosos lugares surgían partidas de insurgentes patriotas. Por toda esa suma de calamidades, los efectivos del ejército expedicionario español fueron reduciendose progresivamente, lo cual alejaba la posibilidad del “Pacificador” de cumplir la tarea que le habían ordenado. Por esa suma de contrariedades bastaron pocos meses en Veneuela para que Morillo se diera cuenta de lo dificil que resultaría satisfacer la encomienda de Fernando VII. Veamos a continuación lo que a este respecto dice el mismo “Pacificador”, en carta dirigida a sus superiores: “Los rebeldes de Venezuela han adoptado el sistema de tener muchas y fuertes guerrillas (…) En españa se cree vulgarmente de que sólo son cuato cabezas los que tiene levantado a este país; es preciso excelentísimo señor, que no se piense así, por lo menos de las provincias de Venezuela. Allí el clero y todas las clases se dirigen al mismo objeto de la independencia con la ceguera de que rabajan por la gente de color; golpe que ya hubieran logrado si la expedicion no se hubiera presentado con tanta oportunidad. Dicha gente es vigorosa, valiente, comen cualquier cosa, no tiene hospitales ni gastan vestido” (31-05-1816).

Pero el puntillazo a la empresa reconquistadora vino del sur de Venezuela. La acción la organizó y acometió el genera Manuel Piar. Ocurrió en tierras de Guayana el 11 de abril del año 1817. Ese día en la batalla de San Félix le desbarataron al “Pacificador” todos sus planes militares. En apenas una hora de contienda militar el mulato curazoleño derrotó a las tropas realistas comandadas por el brigadier Miguel de la Torre y por efecto de tan extraordinario hecho el inmenso, rico y estratégico territorio guayanés pasó a manos de los libertadores. Este acontecimiento lo interpretó Morillo de la forma siguiente: “La ocupación de Guayana y la prontitud con que pueden los rebeldes del Orinoco extender sus relaciones hasta darse la mano con los malcontentos de la Nueva Granada, es fácil concebir, mucho más si se tiene presente el carácter revolucionario de los habitantes de Venezuela, que ni carecen de actividad ni de genio y conocimientos. La continuación de los sucesos militares los ha instruído y pelean con vaor y encarnizamiento” (24-08-1817).

Un verdadero puntillazo al corazón recibíó ese día 11 de abril el bando realista y el engreído Morillo. Con Guayana, un territorio muy rico en recursos económicos, y por demás estratégico desde el punto de vista geográfico, serían ahora tres los frentes territoriales, si añadimos Margarita, en manos de Arismendi, y los llanos occidentales, en manos de Páez, desde donde las fuerzas patriotas acometerían la contraofensiva militar definitiva contra el invasor español. Desde estos territorios avanzarán entonces las tropas libertadoras para ir arrinconando a los invasores peninsulares hasta darles la estocada mortal pocos años después.
Para cuando tiene lugar la Batalla de San Félix, ya el poderío de la fuerza armada expedicionaria había sufrido una merma considerable. Varios cientos de efectivos españoles habían muerto en batalla, en Margarita, en Cartagena, en Barinas, en San Félix. Pero será sobre todo en los años siguientes cuando lo peor habrá de ocurrirles, cuando sucedan los enfrentamientos con tropas republicanas en las poblaciones de Matasiete, Mucuritas, Calabozo, el Sombrero, las Queseras del Medio Ya en 1818 el “Pacificador” estaba convencido que era imposible vencer a los insumisos venezolanos. A sabiendas de ello solicitó varias veces el permiso para su regreso a España. Además, estuvo a punto de morir cuando una lanza llanera en batalla librada en la Quebrada de Semén (La Puerta, marzo de 1818) le atravezó el cuerpo de lado a lado. Quedó malherido y con más ganas de retirarse a su país. Desmoralizado, se vió obligado a reconocer, meses después, la beligerancia del ejército libertador, firmar con Bolívar el tratado de regularización de la guerra (noviembre de 1820), y retirarse finalmente a su país natal (diciembre de 1820). Para este momento la derrota realista estaba consumada. Toda la Nueva Granada había pasado a manos de los independentistas en la Batalla de Boyacá (agosto de 1819), y las diferentes divisiones del ejército libertador se aprestaban para dar el combate definitivo contra lo que quedaba de la expedición invasora. El 24 de junio de 1821 tuvo lugar este encuentro en las sabanas de Carabobo. El triunfo obtenido allí por las tropas republicanas fue aplastante. En el campo enemigo quedaron muertos casi tres mil efectivos, muchos de los cuales formaban parte de la expedición de Morillo. Y así fue como, de aquel numeroso contingente enviado a tierras venezolanas por el rey Fernando, finalizada la contienda bélica en Venezuela, pudieron sobrevivir muy pocos; apenas 500 de ellos regresaron con vida a españa. El resto fertilizó con sus restos mortales la tierra que quisieron someter.

Así llegó a su fin la empresa recolonizadora del rey Fernando. Los expedicionarios dirigidos por Pablo Morillo no lograron torcerle el brazo a los sediciosos venezolanos y a la monarquía española, derrotado su ejército, no le quedó más alternativa que reconocer, algunos años después, la existencia de la República de Venezuela, levantada en un territorio que durante tres siglos había sido una simple capitanía general y, por tanto, posesión colonial gobernada por funcionarios reales. Se cumplió de esta forma la profesía de Bolívar en Jamaica (1815) cuando allí, en la carta homonima expresó: “Luego de varios años de combate el velo se ha rasgado, hemos visto la luz, se han roto las cadenas, hemos sido libres, sin embargo nuestros enemigos quieren volver a esclavizarnos, pero no podrán”. Y en verdad no pudieron, fracasaron en su intento. El costo que tuvieron que pagar por su guerra recolonizadora fue inmenso, tanto que no pudo este país recuperar jamás su condición de imperio colonial.


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Sigfrido Lanz Delgado


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