Y si me manda a bombardear a mi pueblo

Un día jugando a la escuelita en el patio de la casa donde habito, con cuatro niños, de los cuales tres son varones y evidentemente, una niña ésta tomó de un grupo de viejas revistas que tengo sobre una caja cerca de la puerta de mi habitación, un ejemplar el cual en su portada tiene la fotografía de unos niños corriendo desnudos de la furia del Napal en Vietnam. Mientras los varones permanecían sentados sobre varios bloquecitos que pusimos como asientos y yo escribía en un cuaderno el nombre y la tarea que se me asignaba, observé que la niña se quedó en silencio viendo la portada de la revista.

Los niños, esperaban que ella, la maestra de siempre, hablara, dijera algo. Pero con dolor, con un profundo dolor que me perforó el tórax, vi. que de los ojos de nuestra maestrita, se caían sendas lágrimas, que luego rodaron por su virginal carita, cayendo luego sobre el cajón que le servía de mesa. Ella dio un giro de 180° y emprendió una rápida carrera al interior de la casa. Nos dejó boquiabiertos. Los niños voltearon y me miraron con interrogantes. Luego uno de ellos fue, tomó la revista y se acercó adonde yo estaba.

“Ángel, ella lloró por esto?”, dijo mostrándome la gráfica. Debo admitir que a mi edad, el llanto suele atraparme. De nada lloro y en verdad, me siento feliz: ¡Pertenezco a lo humano! ¨ ¡Tengo sentimientos! ¡Gimo ante dolor y la miseria! ¡Qué hermosos es llorar cuando la impotencia nos pone una traba en el camino! ¡Cuando veo un sufrimiento, cuando el pan no aparece en la mano de un pobre, cuando se ofende, cuando observo la ignorancia y el fanatismo ir contra el humanismo de nuestra Revolución Bolivariana. “Ángel, dime, ¿por qué esos niños corren llorando y desnudos?” No pude evitar contárselo aunque él no entendiera mucho. “Son niños de Vietnam, una nación de Asia.

Esa fue una guerra que provocaron unos hombres, que viajaron miles de kilómetros para atacar a un pueblo valiente, que se defendió de los agresores a cuesta de perder tres millones de seres humanos”. El tiene los ojos tan claros como su hermanita, la maestra. Se abrieron como dos blancos soles de cuaderno, con sendos azabaches en sus núcleos “Ángel y los hombres que atacaron, a esos niños ¿no murieron?”. Le puse una mano sobre uno de sus hombres y lo invité a sentarse. “Murieron quinientos mil” “¿Entonces, Ángel?”.La guerra es mala, niño.

Algunos hombres viven de ella. Otros las inician, para apoderarse de las riquezas ajenas. Los más son imperialistas. El imperio somete, invade, esclaviza, no le importa que mueran sus soldados, ni su gente, ni los niños, ni los adolescentes, ni los ancianos”. Sus hermanitos lo tomaron por un brazo y lo invitaron a irse con ellos, pero él les dijo…”Yo me voy después…” Ángel, ¿y los soldados que lanzan las bombas, no les da lástima los niños sobre los cuales caen ellas?”. No pude más le dije que se fuera y él lo hizo.

Recordé a unos amigos que se marcharon hace quince años a USA. Allá se nacionalizaron y sus tres hijos pequeños, que son venezolanos fueron reclutados al cumplir la edad, por la Fuerza Armada de ese país. Actualmente son pilotos en Irak y bombardean los pueblos de Sherezade... Una interrogante me dejó pensativo e hice una pregunta al espacio “Si usted tiene hijos pequeños no se vaya a USA, pues es posible que con el tiempo, esos hijos lleguen a lanzar bombas sobre su propio pueblo”.


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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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