Paciente trasplantado: “Tenía que emigrar o moriría”

Credito: Panorama

03-07-18.-El escenario es doloroso, agobiante. Las lágrimas son imparables, igual que el deseo de Carlos Ramos de aplazar la dura despedida. Su vida en Venezuela fue empacada en dos maletas que arribaron a Santiago de Chile el 29 de septiembre de 2017, un día que recuerda cual si fuera una fecha patria.

El fracaso de un trasplante de riñón donado por su hermano y el éxito de un segundo intento lo transportaron de la oscuridad a la luz. Pensó que la pesadilla había pasado. Pero, seis años más tarde, en 2016, la angustia volvió a protagonizar por la escasez de inmunosupresores (fármaco que previene el rechazo de órganos) en la Farmacia de Alto Costo, del Ivss.

“En principio, hacían las entregas mensualmente, sin retrasos ni excusas. Desde que aparecieron los problemas, comencé a investigar cómo era el proceso para un emigrante trasplantado. Le escribí a Fonasa (Fondo Nacional de Salud chileno) por Facebook y me asesoraron. La falta de medicamentos fue el motivo para salir de mi país”, cuenta el marabino, vía telefónica, a este rotativo, al llegar de su jornada como operador de bodega en una empresa de insumos para telecomunicaciones.

La zozobra se esfumó. Con alivio, comprueba que su decisión fue la más acertada: de forma gratuita, mes a mes, retira sus medicinas y suplementos. Además de una oportuna atención hospitalaria, que incluye tanto exámenes de laboratorio como ecogramas.

Pero el peso de aquello que dejó atrás, en tierras venezolanas, es punzante, persistente... incalculable. “Fue muy difícil alejarme de mi familia y amigos, vender mis cosas para poder irme. Me he perdido de tanto. Ni siquiera pude acompañar a mi abuelo, que murió un día después de que llegué a Chile”, es lo que más lamenta el administrador, a sus 34 años.

El miedo de sumarse a la lista de los 75 pacientes que perdieron los órganos, nacionalmente, por deficiencias en el tratamiento, según cifras de Codevida, o, peor aún, de los nueve fallecidos por la misma situación, empujaron a Antonio Trocóniz, también superviviente renal, a recomenzar su historia.

De Venezuela a México, de profesor de biología a vendedor, del calor de hogar a la soledad... Así fue el vuelco que experimentó desde enero de este año.

“Yo no decidí emigrar, tuve que emigrar, tenía que hacerlo, o moriría (...) He luchado con mi enfermedad renal desde joven y he pasado por muchas cosas; rendirme no era una opción, pero tenía un gran temor de viajar solo. A lo largo de todos mis problemas, siempre estuvo mi familia. Irme de Venezuela significaba hacerlo solo y llegar a un nuevo país, también solo”, escribe, con la nostalgia acentuada, para este diario.

La incertidumbre lo alarmó con más fuerza desde finales de 2017, cuando dejó de recibir definitivamente Micofelinato sódico, Everolimus y Prednisona. Colocarse el traje de inmigrante resultó su única opción; fue posible gracias a un grupo de amigos mexicanos que compraron su boleto de salida y le ofrecieron hospedaje.

Las dificultades en el acceso a la salud, por ser extranjero, fueron parte de las vicisitudes con las que se enfrentó Trocóniz: “Los sistemas de salud de ambos países son muy diferentes. Aquí se consigue de todo, cada medicamento que necesites, pero si no eres mexicano, todo tiene un costo. No puedes incluirte en el seguro social, a menos que tengas la residencia permanente”.

Su tratamiento es estable, debido a la ayuda farmacológica de la Fundación Mexicana del Riñón y la Fundación Ale. “Estoy saludable”, es la realidad que anima al docente, de 28 años, a permanecer en territorio azteca.

El presidente de Codevida, Francisco Valencia, confirmó a PANORAMA que, aunque es imprecisa la cifra, “se han ido miles de venezolanos por la escasez prolongada de medicamentos de alto costo y en busca de tratamientos”. Apunta que países como Colombia, Brasil, Chile y Perú destacan entre los destinos más concurridos. Asimismo, naciones europeas –como Italia– también albergan a pacientes crónicos.

Incluso, apuntó que los enfermos con patologías como la hipertensión arterial o la diabetes se agregan a la extensa lista de venezolanos que “huyen” por la crisis sanitaria.

El grito de auxilio de quienes requieren cirugías impostergables y definitivas, como las cardiovasculares, resuena en otras latitudes que cuentan con los especialistas, equipos o materiales médicos que en Venezuela se convirtieron en una utopía. En Cuba, personas han tocado las puertas para practicarse cateterismos, que aquí están valuados en dólares.

El pudor se extinguió para Elizabeth Salazar, de 63 años, con la misma velocidad y agresividad que su cáncer de mama. No hicieron falta las palabras en la protesta que hizo (junto a otros pacientes de diferentes condiciones) frente al Ministerio de Salud, en Caracas, el 5 de junio pasado. La imagen de su seno izquierdo necrosado, totalmente inflamado, endurecido, resaltó sobre el blanco de la franela que vestía. Atónitos, así quedaron los presentes y todos los que vieron los videos y las fotografías que se volvieron virales.

La impotencia se le escapó del rostro y la angustia aceleró su llanto. Hace casi 9 meses la diagnosticaron y las 10 sesiones de quimioterapia que le prescribieron, en su país, fueron como pedir peras al olmo. Con la voz quebrada, expresó: “Tengo que aguantarme el dolor porque no consigo el medicamento. Me da ira la falta de respuesta del Gobierno. Están jugando con la vida humana”.

Hace dos semanas, la Asamblea Nacional presentó un informe que indica que la situación de salud en el país “ha causado la muerte de más de 2 mil personas con cáncer”, en los últimos dos años. Precisa que los 50 mil nuevos diagnósticos que se producen anualmente están marcados por “una escasez de fármacos que supera el 80 % y la inoperatividad del 100 % de los servicios de radioterapia”. Los legisladores sentenciaron que “8 de cada 10 (pacientes) están destinados a morir”.

Como su súplica fue ahogada en el silencio de las autoridades, las esperanzas de Salazar se mudaron a Colombia, donde se somete al tratamiento.

Entretanto, Juan Carlos Reyes, de 42 años, apresura los trámites para su viaje a Perú. Tiene VIH desde hace 13 años y el Servicio Autónomo de Contraloría Sanitaria no le suministra los antirretrovirales desde marzo de este año. En 2017 comenzaron las fallas.

Mientras permanezca en Maracaibo, no le queda más remedio que enredarse en las redes inclementes del bachaqueo. 60 dólares al mes es el precio que debe pagar para conservar su salud.

“No me quiero ir, aquí lo tengo todo: mi familia, mi casa, un buen trabajo...mi vida entera. Pero estoy obligado a hacerlo. No puedo vivir con el temor de que ya no consiga más la medicina, ni siquiera en el mercado negro”, es su argumento para partir.

Una fuente de la Coordinación de VIH, del Ministerio de Salud, reveló a este rotativo que 9 mil pacientes con el virus se encuentran registrados en la entidad zuliana. “No llegan los antirretrovirales desde noviembre. Algunos se están yendo del país, pero hay muchos que no tienen la posibilidad económica, se complican y se mueren”.

La tan sonada frase “venga después” se convirtió casi en una regla en ese servicio, al igual que en la Farmacia de Alto Costo y en otras dependencias.

Mientras tanto, las maletas de los viajeros venezolanos se pasean por los cinco continentes. Además del equipaje, llevan consigo el futuro que no fue posible en su patria, los afectos, las vivencias familiares que migraron a la plataforma digital... el aroma y el sabor a Venezuela que perdura en la distancia.


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La fuente original de este documento es:
panorama (https://www.panorama.com.ve/experienciapanorama/Tenia-que-emigrar-o-moriria-Testimonio-de-paciente-trasplantado-20180701-0003.html)



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