Y dale con la falacia de Mérida, ciudad de los caballeros

Alegría de tísico, pero por eso de la FITVEN 2013 retiraron del centro de la ciudad de Mérida a los buhoneros y prestadores de servicios informales, y mire que la ciudad se ve un poco mejor; repito, un poco mejor, porque la retirada dejó al descubierto el abandono asentado, la suciedad de vieja data que impregna todos los elementos urbanos. Muros con pintas sobre pintas y carteles sobre carteles, mugrientos, desteñidos; postes en las mismas condiciones, con lámparas rotas o colgantes; pisos asquerosos… y paro de contar.

Pero ese “poco mejor” que se ve Mérida, puede ser capitalizada políticamente por María Alejandra Castillo, candidata de la Revolución a la alcaldía, y es que viene planteando esa necesidad y tiene detrás a los gobiernos nacional y regional, que apoyarían decididamente soluciones duraderas que les asegure el derecho al trabajo a los desplazados. Para el chivito mamón de PJ denunciar el caos urbano es acusar de ineficiente a su mentor Léster B, vaina que es como negarse a si mismo. El siguiente paso de María Alejandra debe ser el de abordar integralmente el caos urbano y plantear en detalle las soluciones, porque la anarquía va mucho más allá de los efectos de los trabajadores informales. Mediante el tuiter y el feisbú, este escrito se lo plantaré en las mismas narices de su comando de campaña y allegados... con la esperanza de que alguna vez me inviten a opinar y a ayudar, porque me niego a continuar ganándome el derecho a espetar en el futuro "y no se lo decía".

La comprensión de los problemas urbanos de Mérida desde luego que pasa por la ideología. El relativo buen aspecto transitorio logrado con el retiro de los vendedores informales ha hecho llover desde variopintos personajes de la derecha, entre suspiros y lamentaciones, artículos y comentarios sobre la necesidad de volver a la ciudad de los caballeros, a la Mérida de antaño, para complacencia de quienes siempre lo han tenido como fundamento, los generadores de la nefasta ideología merideña. Esa Mérida rosada, sin problemas, jamás existió. Desde su fundación ha sido una ciudad emproblemada, con las dificultades de cada tiempo, transformadas y agravadas por las nuevas modalidades de los intereses concretos de las clases dominantes que siempre la han administrado en provecho exclusivo.

No ha sido exclusiva de la derecha la reivindicación del incierto modelo de ciudad que justifica el dominio histórico de la oligarquía merideña, que traslada la responsabilidad del deterioro urbano a seres ahistóricos, si no es que se le endilga directamente a los explotados que han tenido que sobrevivir a pesar del capitalismo que lacera sus vidas. La debilidad teórica que vivimos deja espacio para que candidatos “revolucionarios” prometan “devolverle” a Mérida las condiciones de vida que un día tuvo, cuando lo que deben proponerse es establecer las responsabilidades de clase y enfrentar los problemas urbanos en el gran marco del Plan de la Patria 2013-2019.

La ubicación temporal de esa desaparecida Mérida virtuosa queda un tanto en el aire, flotando en un "pasado" genérico; pero de repente ubican en ella personajes que nos remiten a tiempos concretos, y son las características de la ciudad en esos "tiempos" lo que nos conducen a negar su existencia, a los historiadores con criterio y herramientas de análisis de las sociedades distintas a las utilizadas por la escolástica, la ilustración y el positivismo, cajones de sastre utilizados para esconder la realidad verdadera, y realzar lo que conviene a las clases dominantes.

Sobre la filosofía social del "orden y progreso", que vino a reforzar la ya “ordenada” sociedad aristotélica remachada con mucha "doctrina cristiana" y modelos de identificación plenos de virtud, santidad, bondad..., la minoritaria clase dominante histórica y los también diminutos grupos sociales que la satelizaban y se identificaban con sus intereses, lograban perpetuar su dominación sobre el resto de sociedad. Era ideal que unos pocos privilegiados, dueños de los medios de producción, gozasen de la paz social integral garantizada por la pasividad de un pueblo aterrorizado por la prédica del pecado y sus consecuencias, por un infierno cuya entrada estaba casi en la Cruz Verde, obediente y sumiso, devoto de los santos y de los modelos merideños vivientes, gozoso de trabajar para el amo, fiel, disciplinado, honrado, resignado.

Esas relaciones sociales en esencia conformadas en la época colonial, sobrevivieron a la aparición en la región de relaciones de producción capitalistas desde finales del siglo XIX, y permanecieron sin modificaciones profundas hasta el final de la primera mitad del siglo XX. Nada perturbaba el orden establecido. Los migrantes europeos, llegados desde los años 40 del XIX, se plegaron convenientemente a la clase dominante local, sin que su experiencia política y de lucha influyese para nada en las tierra de acogida. El movimiento poblacional interno era escaso y el más importante que se dio, el predominantemente godo que se efectuó después de la Guerra Federal, de gente que huía de la inseguridad y desolación de los llanos, reforzó el orden andino. Igual sucedió con los neogranadinos que en diferentes momentos buscaron en Mérida paz para con-vivir.

Las manifestaciones locales de la crisis de la agricultura y la llegada con cuentagotas de la renta petrolera, tampoco tuvieron la capacidad transformadora que teóricamente pudiese suponerse. El empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores encontró un colchón propicio en la ideología dominante, que consideraba la voluntad de Dios inevitable. Instituciones de referencia, como la universidad, tuvieron nula capacidad transformadora; ni siquiera cuando acunó episodios de la lucha contra el régimen de Pérez Jiménez, dado el origen de clase de los militantes. ¿Sindicatos? Los pocos establecidos tampoco tuvieron capacidad transformadora, y sus reivindicaciones estuvieron al nivel de las patriarcales sociedades de ayuda mutua.

Los problemas de la ciudad fueron "manejables" hasta la adopción del “progreso” como dogma de fe y el plegamiento de las clases dominantes al capitalismo. Se puede decir que de aquí arranca el caos urbano actual, inmanejable por las sucesivas administraciones de derecha. Su superación implica la adopción de medidas que afectarían la evolución del capitalismo urbano, por su alto contenido de humanismo y su tendencia a estructurar socialismo. Y es la jerarquización de los problemas y la exposición de las soluciones, un programa de acción, lo que esperamos que presente al electorado María Alejandra. Y que se de prisa, porque todavía las cuentas no dan.


Esta nota ha sido leída aproximadamente 2530 veces.



Fermin E Osorio C

Historifabulador socialista y antiimperialista.

 osorioc@gmail.com      @FrontinOso

Visite el perfil de Fermin E Osorio C para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: