Sobran expertos, faltan sabios

La noticia del día, desperdigada por ahí, es "Europa lleva años preparándose contra el frío. Ahora se ha dado cuenta de su gran error". Su obsesión, la de Europa en general, por lo visto ha sido siempre protegerse del frío. Ahora da un giro copernicano a su preocupación ante las condiciones atmosféricas que se le avecinan. La Gran Bretaña ha tenido que soportar hasta 40º de temperatura. Sus dirigentes y la población se echan las manos a la cabeza…

No muchos años atrás, en 2008 , leo un artículo mío sobre otra noticia bomba: "Dentro de 40 millones de años una nube de hidrógeno que se desplaza a toda velocidad, chocará con la Vía Láctea y producirá millones de estrellas". El descubrimiento se hizo en una reunión de la Sociedad Astronómica Americana. Bien. ¡Qué gran descubrimiento astronómico y científico, sobre todo por su fácil comprobación que excluye toda sospecha de que no dicen lo que se les antoja!

Cuántas veces se pone en evidencia la estupidez de esos investigadores en equipo cuyas preocupaciones vagan perdidas por los pliegues de su propia estupidez. Y cuántas otras muestran la nula capacidad de anticipación y previsión de esos miles de cabezas pensantes residentes en las cunas de la inteligencia y de la sagacidad. Por lo que se ve en Europa (y dentro de ella España, naturalmente) lo que sí destaca es una repentina capacidad para prevenir soluciones contra un virus como tantos otros con los que convivimos, para de paso lanzar al mercado después docenas de imaginarias vacunas imposibles por su precipitación y nulo recorrido experimental… Pero no para reaccionar con mucha antelación e incluso rápidamente frente a los estragos del calor. Con una indumentaria de trabajo para todo el año, un trabajador de la limpieza ha fallecido en Madrid con temperaturas superiores a los 40 grados. Pero eso sí, su alcalde se ha apresurado a tomar medidas para que dé ahora en adelante cese toda actividad de limpieza a partir de una temperatura que, por cierto desconozco. Algo que en Bruselas desde hace más de veinte años, no sólo el personal de limpieza si no en general cualquier otro trabajador cesaba a partir de los 30 grados.

La condición humana, desde luego en su dimensión individual pero también y quizá aún más en su vertiente organizativa, social y pública, es una calamidad, un desastre, un compendio capaz de las mayores desequilibrios, contradicciones, necedades y atrocidades insoportables; insoportables al menos para quienes seguimos con la cabeza en su sitio y tenemos una estimable predisposición a ver las cosas al natural, sin maquillajes, desdeñosos de tantos espejuelos y múltiples engañifas que hacen funcionar a la sociedad occidental…

Bien, vale. Europa se lleva ahora las manos a la cabeza por los estragos de temperaturas en el Continente cercanas a las del desierto. Pero es que ninguno de sus cerebros al frente de responsabilidades públicas ha tenido la mínima competencia ni sagacidad para vislumbrar lo que se avecinaba y se avecina, pese a llevar más de treinta años, en 25 Cumbres del clima, haciendo propósitos de enmienda y jurando tomar medidas a escala planetaria para corregir o ralentizar la peligrosísima deriva de la temperatura global del planeta… Napoleón quería generales con suerte. La sociedad requiere científicos con visión profética y gobernantes que actúen en consecuencia. La Ciencia verdadera repudia investigaciones ociosas, sin utilidad y además no susceptibles de verificación posterior de sus conclusiones, como no puede serlo esa monserga de lo que ocurrirá dentro de 40 millones de años que mencionaba.

Pero lo peor, al menos para muchos de nosotros, profanos, legos, ignorantes… es que esos y esas practicantes de la ciencia, esos amantes del progreso; esos médicos, esos estudiosos de toda clase de materias relacionadas con la naturaleza, con los incendios forestales, con los efectos y respuestas de la naturaleza, licenciados que dan consejos a diestro y siniestro por el mero hecho de serlo: y también sus cómplices -los medios de comunicación-, todos adoradores de la medicina oficializada, de las vacunas; cientifistas, creyentes ciegos de la ciencia; esos que se prosternan ante tanto sabihondo; esos respetuosos hasta la náusea de aquellos que se declaran "expertos"; esos que admiran a tantos porque sus paredes están tachonadas de másteres enmarcados… esos que, cuando dan la cara y asumen responsabilidades de gobierno, en fin, nos encontramos con presuntuosos y con incompetentes, un estorbo gravísimo para toda reflexión serena fruto de la experiencia, de la prudencia y de la intuición, las tres cualidades de la sabiduría.

Un estorbo, porque los verdaderos sabios están postergados u ocultos, o bien se niegan a participar de una competitividad de coeficientes mentales que enmascaran la verdadera inteligencia combinada con otros atributos imprescindibles para gestionar el interés de la res publica. Y lo peor también, es que tantas cabezas pensantes, tantos expertos en todas las disciplinas y áreas de conocimiento que dicen escandalizarse ante tantos y tantas desconfiados por todo lo relatado, porque no nos fiamos en absoluto de ninguna clase de poder ni de ninguna clase de saber, están tan pagados de sí mismos que no son conscientes de sus limitaciones y de su necedad. Es más, cuanta más presunción de saber y de competencia menos nos fiamos de ellos. Al menos en todo cuanto se refiere a cuestiones vitales que nos atañen, como hoy es este asunto de las temperaturas locales y global de tan difícil solución en la Europa camino de un clima subtropical, y mañana quién sabe si serán el agua y los alimentos. Gentes nosotras normales que, por encima de la falsa sapiencia de estas otras gentes públicas, damos una prioridad absoluta a nuestro olfato, a nuestro instinto y a nuestra intuición… Gentes del montón que, si sucumbimos por nuestra equivocación será porque ése era nuestro destino; que si hubiéramos fallecido por ese maldito y vulgar virus, lo hubiésemos considerado solamente como una de las mil maneras de morir. Pero que si hubiéramos sucumbido a la imposición de las vacunas y hubiéramos fallecido, hubiéran nuestros deudos maldecido por los errores, por la soberbia y por el fingido o histérico afán de arreglar la vida de la ciudadanía que muestran tantas y tantos no ya por su desmedido celo sino por su altanería y su incompetencia al ponerse al frente del destino de la humanidad sin una pizca de sabiduría… El caso es que Europa reacciona ahora para hacer frente a un calor desconocido a partir de los Pirineos. Esperemos que no con el histerismo que envolvió al asunto de ese virus de la gripe de 2019, si no con centenares de millones de haimas y sombrillas…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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