Emergencia climática en 2019-2020: Termina una década perdida, comienza la década crítica

3 de enero 2020

Si en 2018 continuaron sonando las alarmas, 2019 ha sido el año del llamado perentorio a actuar frente al calentamiento global. Otro año de más tiempo perdido, de Greta Thunberg y el creciente –porque ya se nota alta su voz–movimiento mundial contra la inacción frente al cambio climático. Otro año en que, a nivel global, se gastó mucho en lo que menos apremia pero más retorno de inversión ofrece (la ética y el sentido común no se cotizan en Bolsa).

Fue el año en que aparecieron nuevas propuestas de posibles soluciones a la crisis medioambiental –y comenzaron a aparecer modelos más definidos de posibles escenarios futuros–, pero poco parecen importar. El año de grandes incendios forestales –de las zonas árticas a los trópicos, de Alaska y Siberia y Canadá a la Amazonía, África y Australia–, y en el que causaron alarma nuevas evidencias sobre el estado de la capa de hielo en Groenlandia y la Antártida.

De la noción –y certeza– de calentamiento global (ha habido ciclos de calentamiento y enfriamiento a lo largo de millones de años en la historia del planeta), hemos pasado en los últimos años por la de cambio climático (también, naturales y periódicos en la vida de la Tierra) y llegado a la de cambio climático antropogénico: vivimos el primero de estos eventos inducido por la civilización, que pone en peligro la existencia de la humanidad; en él, el calentamiento natural ha sido disparado en cuestión de décadas, básicamente, por una economía basada en la quema de combustibles fósiles. En 2019 resonó más y más el término "emergencia climática": son grandes los retos y las fuerzas involucradas y en tensión, se prevén graves consecuencias y se nos acaba el tiempo.

Terminando 2018, y a lo largo de 2019, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) –que desde 1990 ha estado insistiendo en la urgencia de afrontar el calentamiento global– advirtió que 2030 es el plazo para reducir las emisiones netas mundiales de CO2 (hasta -45% respecto a los niveles de 2010, en camino de alcanzar cero emisiones en 2050), y limitar así el calentamiento global en +1.5°C respecto a los niveles preindustriales (1850-1900), con lo cual se espera evitar que el cambio climático llegue a un punto de consecuencias duraderas e irreversibles que comprometan el futuro de la humanidad.

El IPCC fue creado en 1988. Desde ese año, según datos internacionales, se ha sumado más carbono a la atmósfera que en toda la historia de la humanidad. Han sido tres décadas de advertencias científicas desoídas por quienes tenían el poder y la responsabilidad de cambiar el curso de las cosas desde los Gobiernos.

En una carta abierta hecha pública el 5 de noviembre, a 40 años de la primera conferencia mundial sobre el clima (Ginebra, 1979), 11 000 científicos de 153 países advierten que "la crisis climática se está acelerando más rápido de lo que preveía la gran mayoría de los científicos" y que se deben introducir cambios drásticos en las sociedades para impedir "un sufrimiento incalculable debido al cambio climático".

Cuando el fuego y el agua traen malas señales, y no las únicas

Según los datos recogidos en los últimos meses, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) confirmó el 20 de diciembre que 2019 "puede ser el segundo o tercer año más cálido registrado". El ranking definitivo será confirmado en enero por la OMM, que parte del análisis integrado de bases de datos internacionales.

Pero más importante que el ranking de años son las tendencias, aclaró la organización. Las temperaturas medias para los últimos cinco años (2015-2019) y para la última década (2010-2019) son las más altas registradas hasta ahora. Desde 1980, cada década ha sido más cálida que la precedente.

Y, lo peor, la tendencia debe seguir una curva ascendente, dado que siguen aumentando las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera terrestre.

En 2019, la concentración de CO2 en la atmósfera alcanzó su nivel histórico más alto, más de 415 partes por millón (ppm), muy superior a los 250 ppm de la era preindustrial. Hace entre tres y cinco millones de años, el planeta tuvo una concentración similar de CO2; entonces, el nivel del mar estaba entre 10 y 20 metros por encima del actual.

Desde la Revolución Industrial, la civilización ha lanzado a la atmósfera unos 300 000 millones de toneladas de CO2, mayormente por la quema de combustibles fósiles. Según datos de la ONU, los bosques absorben hoy alrededor de 2 000 millones de toneladas de CO2 cada año y son insuficientes para "secuestrar" todo el CO2 que emitimos a la atmósfera. Pero siguen cayendo bajo las llamas, y se siguen quemando grandes zonas boscosas.

Algunas evidencias reiteradas en diciembre en la versión provisional de la "Declaración de la OMM sobre el estado del clima mundial"):

–Hasta 2019, la temperatura media global ha aumentado 1.1ºC desde la era preindustrial (mediados del siglo XIX). Casi 0.6°C de ese calentamiento corresponde a los últimos 30 años. Mientras, en los océanos el alza fue de medio grado.

–Continúa el derretimiento del hielo ártico (en esa zona, por un fenómeno conocido como "amplificación ártica", la temperatura aumenta al doble del ritmo que en otras zonas del planeta), y se aprecia un impulso en el derretimiento de la capa de hielo en Groenlandia, lo cual contribuye a la elevación del nivel del mar. Los cambios en el Ártico repercuten en patrones climáticos y olas de calor en el hemisferio norte.

En 2019, la cubierta de hielo marino se redujo a su segundo nivel más bajo para un mes de noviembre, tanto en el Ártico como en la Antártida, luego de noviembre de 2016. La cubierta de hielo marino en el Ártico fue 12.8% menor que el promedio entre 1980 y 2010, mientras que la cubierta en la Antártida estuvo 6.35% por debajo de la media de ese periodo.

La capa de hielo de Groenlandia está perdiendo unos 267 000 millones de toneladas métricas de hielo por año, y actualmente contribuye al nivel medio global del mar a una tasa de 0.7 mm por año.

–Se han roto récords de concentración en la atmósfera de los tres principales gases de efecto invernadero: dióxido de carbono, metano y óxido nitroso.

–"Con los ritmos actuales de emisiones de CO2, nos dirigimos a un aumento de la temperatura media global de 3 a 5ºC hacia finales de siglo, respecto a los niveles preindustriales", advirtió el secretario general de la OMM, Petteri Taalas.

–Datos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, inglés), de EE.UU., y del Servicio de Cambio Climático Copernicus, del Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Medio Plazo (CEPMMP), revelan que el periodo enero-noviembre de 2019 fue el segundo más cálido registrado, luego del correspondiente a 2016.

Igualmente, el periodo septiembre-noviembre fue el segundo más caliente (luego de 2015). El de 2019 fue uno de los tres meses de noviembre más cálidos registrados, muy cerca de los de 2015 y 2016. Los cinco meses de noviembre más calientes han acontecido desde 2013. (La propia OMM divulgó en 2019 que 20 de los últimos 22 años han estado entre los más cálidos registrados en la historia).

Prosigue el calentamiento de la superficie del mar: el valor medio de 2019 clasifica como el segundo más caliente hasta la fecha, solo 0.03°C por debajo del récord de 2016, de acuerdo con la NOAA.

El deshielo del permafrost (capa de subsuelo congelada bajo el hielo, con una edad geológica de miles de años) podría liberar un estimado de 300 a 600 millones de toneladas anuales de carbono a la atmósfera.

Las temperaturas son solo una parte de la historia. La última década se ha caracterizado por el retroceso de las capas de hielo, las altas temperaturas y la acidificación creciente del océano, y el clima extremo. Estos factores se han combinado para generar mayores impactos en la salud y el bienestar tanto de seres humanos como del medioambiente, destaca un informe provisional de la OMM presentado en diciembre durante la COP25, en Madrid, previo al informe definitivo que será presentado en marzo próximo.

La ONU advertía a mediados de año que la tasa observada de aumento medio global del nivel del mar se aceleró de 3.04 mm por año durante el periodo 1997-2006 a aproximadamente 4 mm anuales durante 2007-2016. Esto se debe a la mayor tasa de calentamiento y derretimiento de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida occidental.

De 2009 a 2018, los océanos absorbieron aproximadamente el 22% de las emisiones anuales de CO2, lo cual contribuyó a atenuar el cambio climático, pero elevó la acidez de las aguas, que hoy es 26% más alta que en la era preindustrial.

Durante 2019, proyecciones de organizaciones como la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (FICR), ONU Medio Ambiente y la Organización Internacional de Migraciones revelaron que hacia 2050 el costo humanitario del cambio climático ascenderá a unos 20 000 millones de dólares y 200 millones de personas necesitarán cada año asistencia humanitaria por tormentas, sequías e inundaciones, casi el doble de los 108 millones que lo necesitan actualmente.

Podría desaparecer casi el 90% de los arrecifes de coral, hábitat del 25% de las especies marinas (con el alza de emisiones, los océanos también absorben más CO2 y se acidifican, además de calentarse con el aumento de la temperatura), y las migraciones como consecuencia del cambio climático involucrarán a entre 25 y mil millones de personas que se desplazarán dentro de sus países o más allá de sus fronteras (la cifra más probable sería de 200 millones).

Con los compromisos y los volúmenes de emisiones de CO2 actuales, el mundo va camino hacia un alza de 3°C o más en la temperatura para finales de siglo, un escenario que los científicos advierten más catastrófico y que no es del todo previsible.

De Australia vino una señal inquietante: ya no se trata de advertencias y pronósticos. Comienzan a aparecer los modelos de escenarios futuros probables con base en los datos y estudios existentes. Uno de ellos ha sido concebido por el Centro Nacional de Restauración del Clima Breakthrough, de Melbourne.

Según ese modelo, si la temperatura aumenta 3°C (lo que es posible al ritmo actual de emisiones de CO2), la vida del planeta hacia 2050 incluiría más de mil millones de desplazados, unos 20 días de calor letal cada año en 35% del área terrestre, donde habitaría el 55% de la población mundial (en zonas más calientes serán 100 días por año); la escasez crónica de agua y alimentos (con la consiguiente escalada de precios) y el colapso de ecosistemas claves para el equilibrio climático global como el Ártico, la selva amazónica y los sistemas de arrecifes de coral, sin que se excluya la posibilidad de "caos".

Los efectos del cambio climático (junto a prácticas agrícolas intensivas, el monocultivo, el uso excesivo de pesticidas, la pérdida de la biodiversidad y la contaminación) están entre las causas que reducen hoy las poblaciones de abejas y otros polinizadores, responsables de polinizar más del 75% de los cultivos claves para la alimentación de la humanidad, ha advertido la FAO.

"Un futuro apocalíptico no es inevitable –dijo un experto cercano al proyecto australiano–. Pero sin una acción drástica inmediata, nuestras perspectivas son pobres".

Es una conclusión o advertencia similar a la de los expertos del IPCC cuando recalcan lo vital de limitar a +1.5°C el alza de la temperatura global respecto a los niveles preindustriales (mediados del siglo XIX) y subrayan que evitar que el cambio climático llegue a un punto de consecuencias duraderas e irreversibles que comprometan el futuro de la humanidad es algo posible según las leyes de la química y la física, pero serán necesarios "cambios de gran alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad", que van de la matriz energética al sistema financiero y el uso sostenible de la tierra.

En el horizonte está el plazo de 2030 señalado por los informes del IPCC para lograr una reducción de las emisiones netas mundiales de CO2 (-45% respecto a los niveles de 2010, camino a cero emisiones en 2050), que permita mantener la posibilidad de limitar el calentamiento global en +1.5°C respecto a los niveles preindustriales (1850-1900) y evitar que el cambio climático llegue a un punto de consecuencias duraderas e irreversibles que comprometan el futuro de la humanidad.

Precisamente, terminando 2019 y en los inicios de 2020, Australia vive cercada por los incendios forestales, que han devastado cuatro millones de hectáreas, causado la muerte de al menos 15 personas y un número indeterminable de animales, y destruido más de mil casas.

Aun en medio de los incendios, cuando miles de personas en el sudeste del país debían refugiarse en la costa para huir del fuego, en Sídney se celebró un vistoso espectáculo de fuegos artificiales por fin de año –que deja ganancias por algunas decenas de millones de dólares–, al igual que en muchas ciudades del planeta.

Las llamas, que incluso se han acercado a Sídney y otras importantes ciudades como Melbourne, han generado en algunos sitios temperaturas de cientos de grados, letales para seres vivos en las cercanías. Aunque son habituales en esta época, los incendios forestales llegaron esta temporada antes de lo normal y han sido muy violentos debido a la intensa sequía, los fuertes vientos y las altas temperaturas (de más de 40°C en todo el país y hasta 47°C en algunas zonas). Los científicos señalan como causa el calentamiento global.

Pero hubo fuegos artificiales y celebración a pesar del fuego, del riesgo de nuevos incendios y de la tragedia que viven miles de australianos.

Seguimos pensando que la desgracia de otros no es la nuestra. Que no llega a nuestra "parte" de atmósfera el humo del bosque que se quema en otra parte. Que el cambio climático, de alguna manera, tocará a otros, o no será tan "apocalíptico" ni "globalizado". En el peor de los casos, que es puro "catastrofismo".

La realidad y las cifras desmienten esas percepciones. Solo en el caso del "humo que no llega a nuestra parte", basta con apreciar las imágenes de satélite de los fuegos en la Amazonía y Australia para ver las grandes masas de gases que traspasan fronteras. Los árboles y grandes masas forestales que hasta ahora eran valiosos "secuestradores" de CO2, se convierten en emisores netos del gas a la atmósfera.

Bosques maduros y vírgenes que absorbían y retenían dióxido de carbono se queman –y no solo perecen árboles, sino miles y miles de animales de una cifra indeterminada de especies– y se convierten en fuentes emisoras netas de CO2. Hay menos árboles ahora para absorber y almacenar los gases de efecto invernadero, y más CO2 que va a parar a la atmósfera.

Según el Instituto de Recursos Mundiales, las emisiones anuales de CO2 provenientes de la pérdida de cubierta forestal en países tropicales promediaron 4 800 millones de toneladas por año entre 2015 y 2017. Es decir, la pérdida de bosque tropical está generando más emisiones en un año que la que causarían 85 millones de autos en toda su vida útil.

Por su parte, los gobernantes –principalmente los de los países que más contribuyen al calentamiento– insisten en agendas nacionales que siguen debilitando un multilateralismo imprescindible para la acción mundial, coordinada e integrada, que se necesita.

Prima la visión economicista del desarrollo, en la que números y constante crecimiento son la regla de oro, aunque hace mucho la crisis medioambiental –que es transversal a todos los grandes problemas de la humanidad y considerada por la ONU la principal amenaza que afronta el género humano– requiere que se imponga una visión diferente y que términos como sostenibilidad, carbono-neutral, inclusión, distribución equitativa, participación, cooperación y convivencia pacífica sean normativos y orgánicamente integrados en la economía y la sociedad, en la política y las relaciones internacionales, en los planes de desarrollo y en la matriz energética de los países.

El secretario general de la ONU, António Guterres, ha debido señalar más de una vez la inacción negligente y egoísta de Gobiernos y organizaciones empresariales.

"El cambio climático es el asunto más importante que enfrentamos. Afecta todos nuestros planes de desarrollo sostenible y para un mundo seguro y próspero. Por eso es difícil entender por qué nos estamos moviendo tan despacio, o incluso en la dirección equivocada", decía a finales de 2018.

Un año después, en diciembre de 2019, durante la vigésimo quinta conferencia de las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), parecía no haber pasado el tiempo. Guterres advertía que "el punto de no retorno ya no está en el horizonte. Está a la vista y se precipita hacia nosotros".

Aunque aún es posible alcanzar la neutralidad de carbono en 2050 y reducir hacia 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero en 45% respecto a los niveles de 2010, Guterres se quejó de que "hasta ahora, los esfuerzos han sido completamente insuficientes y los compromisos del Acuerdo de París todavía significan un aumento de 3.2°C, a menos que se tomen medidas más drásticas.

"Las tecnologías que son necesarias para hacer esto posible ya están disponibles, las señales de esperanza se están multiplicando. La opinión pública está despertando en todas partes. Los jóvenes muestran un notable liderazgo y movilización", dijo, pero falta "voluntad política para ponerle precio al carbono. Voluntad política para detener los subsidios a los combustibles fósiles, o para cambiar los impuestos de los ingresos al carbono gravando la contaminación en lugar de las personas".

A dónde va el dinero

Mientras aumentan las emisiones, se concentra más CO2 en la atmósfera y se hace más inestable el clima, sigue creciendo el gasto militar global y los países se ponen de acuerdo más fácilmente en una cumbre como la de la OTAN (donde, también cerrando el año, trascendió que desde 2016 el incremento en los gastos militares de esas naciones ha sido de 130 000 millones de dólares, y hasta 2024 acumulará 400 000 millones) que en una cita como la COP25, para acordar planes de reducción de emisiones y comprometer inversiones en energías renovables y otras vías para ralentizar el calentamiento del planeta.

El informe anual presentado en el primer semestre de 2019 por el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) señala que el gasto militar en 2018 representó el 2.1% del producto bruto interno (PIB) mundial y estableció un nuevo récord al superar los 1.8 billones de dólares, 2.6% más que en 2017.

Además de que hacia 2050 el 85% de la electricidad generada en el planeta provenga de fuentes renovables, uno de los requerimientos para afrontar el cambio climático es que se invierta para mitigarlo una cifra equivalente al 2.5% del PIB mundial durante dos décadas (solo cuatro puntos porcentuales más que el gasto militar de 2018). Es un cambio que requiere vastos recursos, una lógica de cooperación y el apoyo a un sistema multilateral que lidere el camino, pero, en la base de todo, voluntad política.

Guterres lo ha reiterado: el calentamiento del planeta es "el asunto más importante" que encara la humanidad.

"El riesgo de descontento, de creciente desigualdad y peores niveles de privación, podría estimular respuestas nacionalistas, xenofóbicas y racistas. Mantener un enfoque equilibrado en términos de derechos civiles y políticos será extremadamente complejo". (Philip Alston, relator especial de la ONU sobre la pobreza extrema)

La crisis climática que podría empeorar en próximas décadas planteará retos en todos los campos: pérdidas económicas por desastres, altas temperaturas, tensiones sociales por desplazamientos de personas y migraciones internacionales en un contexto de crecimiento poblacional y acentuada desigualdad, cambios en los regímenes climáticos y en patrones epidemiológicos, aumento de las infecciones resistentes, conflictos por recursos naturales, grandes ciudades inundadas, extinción masiva de especies, escasez de alimentos por declive agrícola debido en parte al cambiante clima y a la reducción de las poblaciones de insectos…

El SIPRI señala que "ahora, el gasto militar mundial es 76% más alto que el mínimo logrado en la posguerra fría en 1998".

Se gastan hoy en armamento –y ya se vuelve a mirar al espacio como campo de operaciones militares, y aparecen nuevas generaciones de armas– fondos y recursos que podrían ser vitales en el enfrentamiento al cambio climático, que, una vez consolidado, planteará graves problemas de supervivencia a parte importante de la población mundial y serios retos en términos de seguridad y gobernabilidad por la transversalidad de la crisis a todos los sectores de la economía y la sociedad.



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