Petkoff ante el infierno

Un día de equis mes de 2007 Teodoro Petkoff muere. Desde la cama donde yace, un minuto antes de morir, percibe una luz que entra por una ranura de la cortina de la habitación. Esta rodeado de tubos y mangueritas, con una máscara de oxígeno en su nariz. Tiene la frente perlada. Nunca creyó en Dios y ahora en ese instante, siente que la luz que penetra se va haciendo figura mientras desciende sobre una de la parte lateral de la cama donde yace. Se escucha un réquiem de Mozart. Las notas son agudas, como en octava de Sol Mayor. En los oídos de Petkoff se despliegan con fuerza inusitada, abarcando todas las galerías de sus orejas. La luz se convierte en hombre el cual está parado a su lado. Petkoff suda con más rapidez.

Las gotas se les resbalan por el rostro arrugado, curtido de años y maldades. Los ojos de Petkoff pierden brillo. Intenta mover su boca. El sonido se le atraganta en la garganta. Siente una bola de fuego que le quema el paladar, las mueles les saltan en pedazos y su lengua es una dragón de la fantasía que expele candelazos que empero no salen al exterior. La boca de Petkoff es un infierno. Escucha el crujir de sus dientes postizos. La figura tiene ojos luminosos, que le alumbraban la cara a Petkoff. Más luego eleva uno de sus brazos y la ventana, se cubre con un rectángulo oscuro, que luego se convierte en una pantalla, que se abre de claridad. Petkoff siente que sus muñecas están asidas con fuerza a la cama y que no puede moverlas, igual sus piernas, su cintura, su tórax. En la pantalla que el hombre luminoso activó se observan figuras que corren bajo grandes árboles. Visten de guerrilleros.

Llevan escopetas y fusiles en sus manos. Son ocho jóvenes adolescentes. Se siente el retumbar de varias bombas que tres aviones dejan caer cercanos a donde los jóvenes corren. Por entre la maleza aparecen centenares de soldados con modernos armamentos, que lanzan granadas sobre el perímetro. En círculo de esos soldados atenazan a los jóvenes guerrilleros y las balas silban sus canciones de muerte. Están atrapados. Levantan sus armas. Se entregan…pero los soldados que los atenazan disparan sobre ellos. Borbotones de sangre tiñen el follaje de la explanada. Fuego cruzado, muerte inevitable, hasta que un mayor grita: ¡Basta! Los soldados siguen la ruta entre el monte y los jóvenes guerrilleros no son más que una gráfica macabra, allí sobre el sueño y la aventura. Petkoff reconoce que a esos jóvenes él y Pompeyo Marquez, lo incitaron a la aventura y a…la muerte.

La figura mira a Petkoff que es un mar horripilante de temblores y sudores y luego se eleva por donde entró y se va. Cuando el médico que atiende a Petkoof llega a la habitación, hay un olor a sangre coagulada, chamuscada. Un cuervo hiende su pico en la garganta de Petkoff y grazna horripilante. El médico se queda aturdido. La noche huele a sangre, a traición, a cobardía. Entonces despierto y me siento al borde de mi cama. Alguien canta afuera un estribillo…”El cobarde que traiciona y que entrega su armamento, es un problema muy grave, está medio vivo y muerto…es cipayo del imperio…”

aenpelota@gmail.com


Esta nota ha sido leída aproximadamente 2962 veces.



Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

 legavicenta@gmail.com      @legavicenta

Visite el perfil de Angel V Rivas para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: