Venezuela, Gaza y los «gobiernos progresistas»

La oleada de «gobiernos progresistas» de la década de 2000, Chávez (Venezuela), Lula (Brasil), Evo Morales (Bolivia), Correa (Ecuador) fue impulsada por las masas que veían en esos dirigentes, en general nuevos, una salida a la opresión y la explotación. Estos intentaron renegociar los términos de la dominación imperialista. Hubo nacionalizaciones, resistencia al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), programas sociales y aumento del poder adquisitivo. Pero todo se sustentaba en la fuerte subida del precio de las materias primas exportadas. Los límites y las contradicciones de esos «progresistas» se mostraron cuando cambió el viento, los precios internacionales se desplomaron y entraron gobiernos de derechas, con más sufrimiento para el pueblo. Los «progresistas», dirigentes pequeñoburgueses o burgueses de tipo bonapartista, no quisieron movilizar a las masas para romper con el imperialismo, solo buscaron apoyarse en ellas para intentar renegociar con él (incluso Chávez).

El descontento popular creció (incluso con varios estallidos sociales) y las alternativas gubernamentales empeoraron. Así, a pesar de los retrocesos, producto de su propia política, el «progresismo» volvió con Obrador (México) y Petro (Colombia), además de Lula. Pero las condiciones mundiales eran diferentes. El capitalismo en crisis obligaba al imperialismo norteamericano a estrechar el cerco sobre su «patio trasero». Hoy las medidas soberanistas son escasas y no hay reformas estructurales. Por ello hemos de seguir con atención el caso singular de la reforma judicial en México. Pero globalmente, la encrucijada del «progresismo» podría ser fatal.

La crisis en Venezuela

Los retrocesos en Venezuela son paradigmáticos. Maduro ha favorecido una regresión económica, con consecuencias sociales sumamente graves, porque busca un acuerdo con el imperialismo, que, sin embargo, no ha dejado de interferir a favor del golpe de Estado. De hecho, los supuestos «gobiernos progresistas» se dividieron frente a la injerencia estadounidense después de las elecciones del 28 de julio: Arce (Bolivia) y Ortega (Nicaragua) apoyaron triunfalmente a Maduro, Boric (Chile) lo condenó como dictador (al igual que ciertas corrientes de izquierda); Lula, Petro y Obrador intentaron una «mediación», que fue rechazada por ambas partes. Insistiendo en este punto, Lula y Petro se aproximaron de hecho al no reconocimiento de la soberanía de Venezuela por parte de Estados Unidos y la Unión Europea.

Genocidio en Gaza

Los gobiernos «progresistas» apoyaron la denuncia de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia, denuncia que, como sabemos, ha resultado simbólica Pero los «progresistas», más allá de los llamamientos retóricos al alto el fuego, han estado divididos sobre las cuestiones prácticas y concretas a lo largo de un año de genocidio perpetrado en Gaza por Israel. Tras diversas reuniones y cumbres de organizaciones internacionales y continentales, de partidos y de sindicatos, la situación es la siguiente: Venezuela, que condenó el genocidio, no tiene relaciones diplomáticas con Israel desde 2009 (gobierno Chávez); Arce y Petro, que también condenaron el genocidio, han roto sus relaciones diplomáticas durante este año.

Obrador, que condena igualmente el genocidio, mantiene relaciones diplomáticas normales y prosigue con el acuerdo de libre comercio entre México e Israel. El acuerdo de libre comercio entre Israel y Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia) sigue en vigor, Lula condenó el genocidio, retiró su embajador en Israel hace seis meses, canceló una compra de armas por valor de mil millones de reales brasileños, pero no ha adoptado embargo militar, y tampoco ha roto relaciones diplomáticas. Boric condenó la barbarie, llamó al embajador «a consultas», pero también ha mantenido relaciones diplomáticas normales.

¿Qué tiene en común la división sobre esas dos cuestiones Venezuela y Palestina en América Latina? El pesado fardo del imperialismo estadounidense, principal factor de la falta de unidad sobre ambas cuestiones, como sobre otras muchas en las que también intervienen otras potencias (China, Rusia, Unión Europea). No hay unidad para la colaboración en la explotación del litio, sobre la inmigración, sobre la protección de aguas y bosques, sobre los pueblos indígenas (muchos de los cuales son transfronterizos), etc.

Esta es la realidad concreta. Cada vez más, el único gobierno verdaderamente «progresista», la única unidad latinoamericana posible y necesaria, debe desafiar la dominación imperialista. Debe apoyarse en los trabajadores y los sectores populares, con una política de ruptura respecto del control financiero, expulsando las bases militares del continente y colaborando soberanamente en la explotación racional de sus riquezas, en el camino de la emancipación social y nacional de los pueblos.

Markus Sokol.: Dirigente político de la corriente el trabajo del PT brasilero



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