Crónicas cotidianas

Ni cómo ayudarlo

De sus andanzas por Perú y Colombia, solo le quedó el perfeccionamiento de su conducta hamponil, pues en ambos países, en los dos años que recorrió por esos lares latinoamericanos, vivió de la delincuencia, de la interconchupancia con vagos y malandros de otras naciones, pero malos como él, bandidos como él, sanguinarios como él, con un completo desprecio por la vida como él; es decir, basura social como él.

Su hermana Maritza, cuenta que sus narraciones telefónicas eran de terror. No solo era implacable y violento, sino que mataba sin remordimiento. "No sé si es que me llamaba para descargar su conciencia, porque como sabe que yo soy cristiana y busco siempre la voz de Dios, él pensaba que yo lo podía salvar. Pero por ejemplo una vez me contó que, con otros cuatro, ninguno venezolano, atracaron una tienda grande en Lima, donde sabían que los dueños tenían una gran cantidad de oro. Salieron por sitios distintos y quedaron de verse en unos galpones abandonados en una zona industrial. Pues me contó con esa naturalidad, que había cuadrado con el argentino para matar a los otros tres. Así lo hicieron, los mataron y les pegaron fuego. Pero no es el fin del cuento. Fíjate que después que los mataron, él mató al argentino para quedarse con todo. Ese fue el último desastre que hizo en Perú y se vino para Colombia".

No fue distinto en Colombia. Su hermana cuenta que, por años, su madre estuvo torturándose en un intento por entender porqué su hijo tenía esa conducta, adquirida desde muy pequeño. "A cada rato lo botaban de la escuela por acciones graves de agresión contra sus compañeros. Pero agresivo con todo el mundo, menos con mi mamá, conmigo y con Henry, nuestro hermano menor, a quien lo mató un carro. Eso lo puso más violento. Era una violencia como sicótica. Fíjate que se enamoró de una chama, y ella le correspondió. Se empataron y ella nos contó que no lo soportaba, los celos, el sentido de la propiedad, hasta que un día le dio una golpiza porque la vio hablando con otro muchacho. Mi mamá lloraba. El papá de la chama lo denunció y lo metieron preso. Tuvo como un mes preso y lo soltaron".

Maritza cuenta que ya hace año y medio que su mamá murió y ella no pudo localizarlo, por lo que se enteró de su muerte tres meses después. "Me llamó y se puso a llorar de una vez. Yo siempre le insistía que buscara a Dios para que encontrara paz en su alma, que se calmara y que buscara una buena mujer para que formara una familia. Él solo escuchaba calladito, se despedía y llamaba un mes después. Una vez vino una amiga de aquí de Las Agüitas, que era muy amiga de él y lo quería mucho, y me trajo 500 dólares para que pagara las deudas que contraje con la enfermedad de mi mamá, y comprara cosas que necesitara. Yo pagué las deudas de la funeraria que todavía estaban pendientes, pagué medicinas que me fiaba el señor de la farmacia de aquí del barrio, y lo que me quedó se los di a mi iglesia. Porque seguro que era un dinero mal habido".

Hace cinco meses regresó. Maritza cree que seguro había cometido otros desastres allá en Colombia. "Ya sabes que el amor de hermanos nunca se pierde. Era mi hermano y Dios no me permite estar bravo con él. Lo recibí tranquila, lo abracé, le di un beso y le conté todo lo que pasó con nuestra madre. Hablamos bastante, como cinco horas, le hice comida. Se fue al cuarto, trajo un paquete para mí que tenía ropa, me dio dinero, se bañó y se acostó a dormir. Creo que durmió un día entero, signo de que por mucho tiempo no había descansado. Se paró como las 4 de la tarde, se bañó y se fue. Le di las llaves de mi mamá de la casa. Desde entonces, casi no lo vi más, y no quería saber nada. Si regresaba temprano, me tocaba la puerta del cuarto, entraba saludaba y se iba a dormir. Yo siempre le dejaba comida preparada. Esa fue nuestra relación por cuatro meses. Yo no preguntaba y no quería saber nada. Un día, unos policías de aquí que me conocían porque son la iglesia, me tocaron la puerta y me dijeron que lo había matado en un barrio que queda metido por allá más adentro de Las Agüitas. Unos dicen que lo mató la misma policía, la policía dice que lo mataron unos malandros. Creo que, en el fondo de mí, yo esperaba esa muerte, porque sabía que en algún momento pasaría. Le hice un velorio con los mismos reales que él me dio, y creo que en el fondo los había guardado para eso, lo enterré, y espero que Dios me perdone por mi conducta, pero yo no sabía qué hacer, ni cómo ayudarlo. Ese es un dolor que llevaré por siempre".



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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