¿Guerra con Colombia?

Todos sabemos quiénes ganan las guerras. Todavía más cuando pretenden aleccionar a los pequeños que entorpecen los caminos prepotentes. Y aplauden los señores de las balas. Taiwán o Cuba, es indiferente, piedras del infierno que una vez se llamó Vietnam y hoy se sigue llamando Corea del Norte. Fácil fue destruir Libia con drones y desestabilizar el Medio Oriente con invasiones y excusas falsas. Fácil anunciar guerras inminentes en Ucrania, mientras se la llena de armas, por si acaso. Fácil es acabar todos los días con la población palestina, como si fueran piedras sin lamento. Los de arriba se entienden entre ellos cuando de atropellar a los de abajo se trata.

Algunas naciones guerrean consigo mismas. Colombia, por caso. Desde hace décadas Colombia pelea con Colombia. Para esto, las bases norteamericanas han servido de bien poco. En sus calles y avenidas se cruzan narcotraficantes, narcoguerrilleros, narcomilitares, narcoparamilitares. Se hace narcopolítica, narcoeconomía, narcocultura. Se construye la narcosociedad anónima. El 70 % de la droga mundial no es poco para satisfacer al gran cliente del Norte. Más efectivo que el petróleo en sus buenos tiempos, dibuja la gran aspiración capitalista: cuánto tienes y cuán rápido, cuánto vales. Es cuestión de preguntar el precio. Permanece pobre sólo quien la produce y quien muere de sobreamor. Agreguésele confusión de disidentes guerrilleros y muerte pacificada, delicuencia común y miseria, sicariato y secuestradores a todo plazo, y se obtendrán atentados, masacres, asesinato de periodistas y líderes populares, tantos como en pocos países del mundo. Quizás en México, tan lejos del cielo y tan cerca del macroconsumidor. La crueldad de su violencia no tiene parangón latinoamericano, nadie sabe hacerlo tan bien, matar con tanto detalle. ¡Si parecen chinos! ¿Cuándo será juzgada por sus obras una oligarquía que viene oronda desde la Colonia haciendo de las suyas con lo que no es suyo? Buen modelo resulta, pues, para esta caótica historia nuestra de revueltas y corrupción. Ojalá que se les meta un Petro en los zapatos, al menos para cambiar el acento de la discordia.

A los venezolanos nos cuesta recordar que Simón Bolívar era venezolano. En cambio, a los colombianos no se les olvida nunca, y nos lo cobran constantemente, como si todavía les doliera de rabia. Es que fue un error no haber impuesto el comando desde la Caracas que le dio nacimiento y genio. Hubiera estado rodeado de menos traidores, y Santander no hubiera ni podido pensar en asesinarlo. Por mucho menos, Piar terminó en el paredón. De ser venezolano quizás también lo hubiera condenado. Es que tenemos mucho de eso, autodestructivos y pendejos, como diría Uslar Pietri. Pero eran otros tiempos, golpeada la gloria por dentro. Y habrá que aclarar que El Libertador no murió en Santa Marta, sino saliendo de Colombia, como salen los que pueden, otro desplazado, que así los llaman en esas tierras.

Al decir esto, hay que recordar que millones de colombianos humildes hincaron tienda en tierra venezolana, y que los millones de sus hijos y nietos no tienen la culpa. Quizás no se saquen las mismas cuentas ahora en reversa, con tráfico de blancas y mulatas venezolanas, que todas dan rédito a las bandas de las fronteras colombianas. Esclavitud infantil y trabajo negro, ciertamente sobrevivir no es fácil. Más ahora, que se redujo el contrabando de extracción, raspando la olla de la cocción, cuando ya no se puede con las tarjetas de Cadivi. Y habría que pensar cuántos colombo-venezolanos y cuántos venezolano-colombianos se enfrentarían si se hiciera caso. Qué pasaría si se abren las fronteras, no a conciertos auspiciados por multimillonarios de ínfulas intergalácticas, pescando en conflictos revueltos, sino a tanques de guerra, drones y misiles comprados en tierras extranjeras. Rusos, quizás; norteamericanos, seguro.

La guerra con Colombia sería un desacierto, como toda guerra, pero gobernantes desquiciados sobran para intentarlo. Y el que manda, manda hasta amenazas en patas de palo. Las guerras no se hacen en los congresos, pero sí se provocan desde las casas de mando. Hace ya años, se cerró la silueta del continente, cuando se obvió la provocación guyanesa, más allá de excesos internacionalistas con ínfulas petroleras. Las transnacionales petroleras siguen pasándose de frontera, y hasta Cuba apoya al país chiquito, esquirol de miseria. Difícil les será seguir el ejemplo que Barbados dio. Y el alma del pirata inglés se alegra.

Ejemplos sobran que traducen la estrategia de Nariño. Incluso las pacíficas, enrocando peón y Duque al mejor postor. A ver ¿quién dijo que el joropo era binacional? El Arauca vibrador vibra de matanzas y malos recuerdos, que también quieren colarse como tantas otras cosas. Allí se celebran festivales de joropo llanero con velas prendidas al santo patrono Eleazar López Contreras, donador de tierras que no eran suyas. No basta que el repertorio canónico sea venezolano, que los intérpretes referenciales sean venezolanos, que la tradición esté viva y sea espontánea, plural y expandida por toda esta tierra de muchas gracias. Quizás ese fuera otro error: creérselo. Desde principios del siglo XIX, se documenta joropo con canto y baile en Caracas, ejecutado con guitarra y no con arpa, para acompañar loas patrióticas al caballo de Bolívar. Luego, ha habido joropo en todo el país, un macrojoropo que hace del llanero uno entre muchos otros. Joropo central o tuyero, joropo oriental, quizás desde mucho antes. Y formas joropeadas recorren la riqueza musical del país, desde los Andes nuestros hasta el horconeado de Carabobo. Y el golpe larense repica lo propio, golpe al fin. El valse se acercó al joropo y el joropo, al valse, coreografía quizás a cambio de ritmos, para crear un gentilicio transversal de clases y regiones. Joropo es Venezuela como definición, no por nacionalismo chovinista. Sin embargo, los festivales colombianos lo definen binacional, financiándose con fondos de quién sabe dónde, en abigarrados remedos de samba y sambódromo, vestidos de tutú y con zapateados tapatíos. Es como si pretendiéramos que el jazz que se ejecuta en Maracay lo fundara como venezolano, o que el tango, cantado en Lara con acento de compadrito, diluyera sus fuentes argentinas e impidiera que la muerte de Gardel fuera también colombiana. En cambio no se dice que el bambuco es binacional, porque no quieren enterarse que quizás su origen fuera venezolano, por no hablar del pasillo que recorrió Colombia y llegó hasta Ecuador a caballo con los soldados de Bolívar, que tampoco pudieron regresar, dejandoles su sangre en ese entonces también. Pero a eso no lo llamaron diáspora ni amenaza, sino campaña libertadora.

¿Guerra con Colombia? No, no vale la pena nunca una guerra, aunque provoquen que provoque. El pueblo compartido no se la merece. Latinoamérica no se la merece. Darle excusas al gigante de siete suelas que azuza, sería una torpeza macabra. Esclavos terminaron los tlaxcaltecas, que de poco les sirvió la traición a los suyos. Mano firme es otra cosa. Colombia ha cosechado la continuidad de la política exterior, oligárquica sí, sobre nuestras fronteras. Nosotros repetimos el abandono, la desidia, el desacuerdo. Pero no le conviene al tráfico enrarecer sus caminos. Son ellos los que mandan. Ni narcos ni guerrilleros, ni paramilitares ni militares son bienvenidos en nuestras tierras, que se vistan allá sus trapos sucios. Binacional es el respeto y la soberanía, eso no se pide, sino se impone. Que aprendan de su propia historia. Bolívar hizo de Venezuela la hermana mayor, quiéranlo o no. Mientras que de sus desvíos y desvaríos hablaremos, ya que hasta en las mejores familias lo peor sucede.

 



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Alejandro Bruzual

Alejandro Bruzual es PhD en Literaturas Latinoamericanas. Cuenta con más de veinte publicaciones, algunas traducidas a otros idiomas, entre ellas varios libros de poemas, biografías y crítica literaria y cultural. Se interesa, en particular, en las relaciones entre literatura y sociedad, vanguardias históricas, y aborda paralelamente problemas musicales, como el nacionalismo y la guitarra continental.


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