El coronavirus no emana el maná

El coronavirus ha dado diferentes lecturas. Por una parte, están aquellas "fundamentadas" en la paranoia y en las teorías conspirativas y, por otra parte, aquellas que desde diferentes disciplinas de conocimiento intentan explicar el antes, durante y después del Covid-19. En nuestro caso no pretendemos entrar en las discusiones actuales sobre el origen de tal virus que se prestan para el primer tipo de interpretaciones. No obstante, consideramos que es importante ahondar en el origen del virus puesto que esto permitiría entender mejor el contexto en el que surge, su posible desenlace y consecuencias. Desafortunadamente, hasta el día de hoy las fuentes sobre ese respecto parecen estar viciadas y carecen de credibilidad. Corresponde escribir sobre otros elementos que gozan de mayor aceptación. Algunos analistas se atreven a comentar que las pandemias son la nueva normalidad y que, por lo tanto, el Covid-19 debería suponer un cambio en las formas de comportamiento de los elementos de la sociedad. He allí algunas advertencias implícitas. Esos cambios a los que se hace referencia (políticos, sociales, económicos e incluso individuales) no nacen de la noche a la mañana, sino que suponen un esfuerzo organizativo, una planificación en función de un objetivo determinado: bien sea desde el Estado, desde las corporaciones o de un grupo partidista.

En primer lugar, existe un deseo global de superación del período de la cuarentena para volver a nuestras actividades regulares. No parece haber, en este sentido, un proceso de reflexión sobre el cambio en los patrones de consumo, producción y modo de vida en general. Personalidades como Bill Gates y los líderes de la OMS advierten que el retorno a nuestras actividades debe producirse de forma paulatina y evitando en lo posible la aglomeración de numerosos grupos de personas. Específicamente, deben limitarse los conciertos, eventos deportivos y manifestaciones político- culturales que supongan concentración de gente.

Evidentemente, este tipo de reacciones generaría un lento proceso de recuperación de la crisis económica, afectando el consumo, pero no por una falta de demanda sino por la disponibilidad de la oferta al estar limitada la producción. Adviértase el hecho de que, aun cuando los gobiernos autoricen el regreso a la normalización de las actividades, habrá personas que evitarán en lo posible la socialización para disminuir la probabilidad -riesgo- de contagio y ello significa que el proceso de recuperación económica será más lento.

En segundo lugar, a partir del Covid-19, el Estado adquiere un rol más activo en la planificación de políticas económicas que permitan que la normalización de las actividades se realice de forma segura en todos los sentidos y, además que se minimice el impacto de la crisis económica. En este sentido, se revive la disputa entre los keynesianos y neoliberales respecto a las formas de afrontar la crisis desde el Estado. Señalemos que hay un tímido y quizás momentáneo retorno del keynesianismo. Al margen de ello, es importante observar cómo los bancos centrales preparan un paquete de ayudas económicas y de inyección de liquidez a la economía para que estas se reactiven.

Está por verse la diferencia del comportamiento económico entre aquellas economías que siguiendo los principios monetaristas evitarán la inyección de liquidez para no incentivar la inflación y la devaluación de sus monedas, y aquellas economías que, aun siendo liberales, apostarán por nacionalización de empresas, rescate de empresas y subvención de algunas deudas privadas, así como de diseño de políticas que en otras circunstancias podrían ser catalogadas como socialistas. No nos extrañe que este tipo de medidas sean tomadas en el seno de los países industriales. De por sí ya la reserva federal estadounidense ha aprobado un estímulo monetario de $4 billones para este fin.

Por otra parte, como se ha demostrado que los países cuyos sistemas de salud pública han podido afrontar mejor el coronavirus y, siendo que, se esperan otras olas de contagio de Covid- 19 es posible que se observe un fortalecimiento de los sistemas público de salud. Al respecto, vale decir, que no se trata solo de la ampliación de la red pública de hospitales y de un aumento determinado de médicos por cantidad de habitantes, sino de emplear la tecnología y la educación holística como herramientas de prevención y detección temprana de las enfermedades y del virus. Obsérvese, por ejemplo, algunos trabajos comparativos sobre la reacción y resultados en lo referente al Covid-19 entre Corea del Sur e Italia, a pesar de que ambos países tienen un sistema nacional de salud con cobertura universal.

En tercer lugar, existen planteamientos sobre cómo los Estados han adquirido un rol más autoritario y represivo como mecanismos de control de la expansión de contagiados. Las lecturas del Italiano Giorgio Agamben advierten tempranamente de cómo los Estados crearon el pánico colectivo y después aprobaron el estado de excepción, lo que implica la militarización de regiones completas, limitando la libertad de los ciudadanos. David Harvey también, entre otros, analiza las represivas medidas de aislamiento que tomó el gobierno chino en la ciudad de Wuhan para detener la expansión, logrando el objetivo de que el virus no se expandiera a otras regiones de importancia política y productiva.

De otro lado, están las tardías medidas que tomaron gobiernos como el de los Estados Unidos, Brasil, Ecuador, entre otros. En ese sentido, concuerdo con Pablo Gentil y la idea de que el Estado puede ser una gran solución o una gran tragedia. A partir del Covid-19, el Estado puede tener el rol de colonización de la vida, será un Estado fuerte, pero eso no significa automáticamente algo positivo. Sería conveniente, nuevamente, revisar lo que debemos entender como Estado Fuerte en el contexto post pandemia. Si bien el Estado debe asegurar de la detención del virus, también debe ser capaz de garantizar políticas públicas universales sin que lo primero implique una –justificación de- violación sistemática de los derechos humanos.

En cuarto lugar, hay una corriente que expresa que el coronavirus no hace excepción de personas y que trata a todos por igual. Nada más lejos de la realidad. La lectura de Boaventura de Sousa Santos y de David Harvey nos ayudan observar cómo los grupos minoritarios (mujeres, trabajadores informales, asalariados, vendedores ambulantes, homeless, privados de libertad, inmigrantes, refugiados, entre otros) y en general la categoría de la población del sur –"grupos que tienen en común una vulnerabilidad especial que precede a la cuarentena y se agrava con ella" (De Sousa Santos, 2020)- sufren las peores consecuencias del Covid-19. De manera pues que las tasas de desigualdad de todos los países van a aumentar producto de la pandemia del Covid-19, en especial en las poblaciones vulnerables. Después de la pandemia, los ricos serán más ricos y los pobres serán más pobres. Los ricos recibirán el mayor porcentaje de rescate económico del Estado, mientras los trabajadores deberán esforzarse más para cubrir las deudas contraídas en la pandemia.

Hay gente que objetiviza el mercado y el capital, lo despersonaliza, con lo cual se niega la posibilidad de pensar en la posibilidad de que el capital –a través de sus actores subjetivos- oculta sus crisis y que, a través de estos mecanismos se repiensa, se reestructura, deshaciéndose, por ejemplo, de 33 millones de desempleados solo en EEUU. Es decir, evitando una crisis logran, de hecho, aumentar su capital al tiempo que se evita o dilata la gran explosión social. Piénsese en el contexto latinoamericano o francés previa pandemia y en la inmediata aparente pacificación actual.

Lo más grave del asunto es que, siguiendo a David Harvey, la clase trabajadora va a poner la culpa sobre la pandemia y no sobre el modelo económico que reproducía su pobreza antes de la pandemia. Nuevamente nos cuestionamos sobre los avances reflexivos individuales y colectivos en el contexto del coronavirus. Terminada la pandemia serán los trabajadores quienes carguen el mayor peso económico, al soportar los despidos, reducción de salarios y de horas laborales mientras que, de acuerdo a Michael Roberts, los patrones se esforzarán por tecnificar el proceso productivo para ahorrar dinero y aumentar la capacidad productiva.

Entonces, a pesar del optimismo económico, bursátil, social, político, la pandemia promete dejar una cicatriz en la economía y en la sociedad que será el preámbulo de un mayor estallido social. No, ciertamente, en la lectura apresurada que hace Slavoj Žižek quien afirma que el coronavirus es un golpe al sistema capitalista y que el comunismo global ascenderá en el marco de la catástrofe en un proceso lento, pero indetenible. No es que nos neguemos a su postura, pero si a la aparente automatización entre un modo de producción a otro pos capitalista. Más bien, advertimos y reconocemos con la declaración de Judith Butler, que el capitalismo tiene sus límites. Con ello decimos que las victorias civiles, políticas y reivindicativas no caen del cielo ni tampoco emanan como un maná, sino que son procesos de lucha. Los cambios que promete la post pandemia hay que construirlos en conjunto. De lo contrario, sólo continuará la profundización de la explotación y la concentración de capital en unos pocos, mientras la inmensa mayoría sufrirá las consecuencias socio culturales, políticas, ambientales y económicas de dicha expoliación.



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