Nueve pasos en la escalada de conflicto para la declaración de enemigo imperial

El jurista alemán Carl Schmitt en su conocida obra El concepto de lo político (1932) argumentaba que, lo sustantivo de la política es la distinción amigo-enemigo entre grupos humanos. Enemigos en sentido público, no individualidades y tampoco cualquier relación entre adversarios o competidores; pues es un antagonismo que subordina toda actividad social a la lucha entre colectivos humanos organizados en Estados y que en su forma extrema se expresa en la guerra.

Tras esta consideración digamos que por espacio de casi dos décadas las relaciones bilaterales entre Venezuela, la Bolivariana, Socialista que abraza la Diplomacia de los Pueblos y los Estados Unidos, imperial, liberal y practicante de la realpolitik han transitado un largo y empedrado camino que va de la relación entre contrarios a la de enemigos, aunque Venezuela no lo quisiera así, al adoptar los Estados Unidos en el año 2015 la Orden Ejecutiva que califica a Venezuela como una Amenaza Inusual y Extraordinaria sancionada por el presidente Barak Obama, luego mantenida y ampliada por el presidente Donald Trump imponiendo más restricciones y sanciones a toda persona natural o jurídica que teniendo algún lazo con Estados Unidos realice transacciones comerciales con Venezuela y listando numerosas autoridades venezolanas hasta superar el centenar. La última de ellas persiguiendo obstaculizar las operaciones internacionales de las actividades mineras, en particular la explotación y comercialización con el oro. En la práctica, estas decisiones son armas políticas que al imponer sanciones comerciales y financieras directas e indirectas tienen como objetivo establecer un bloqueo con el propósito de generar el colapso del país. Bien lo expresó el ex-embajador estadounidense W. Bronfield al decir que si se causaba sufrimiento al pueblo venezolano por meses o años, esto era necesario para restablecer la democracia.

Por casi dos décadas, las relaciones de tensión bilateral han modelado las percepciones y dinámica en los pasos de la escalada de conflicto entre gobiernos que se relacionan como antagonistas, con apenas unas pocas acciones amistosas. Tal fue el gesto del presidente Hugo Chávez con el presidente Obama en la Cumbre de las Américas celebrada en Puerto España, Trinidad-Tobago (2009), al obsequiarle el libro titulado Las Venas Abiertas de América Latina del escritor Eduardo Galeano, con un claro mensaje: comprendiendo las claves de la historia, nos podremos comprender mejor y abordar la solución de nuestras diferencias; o bien, los reiterados llamados del presidente Maduro a entablar un diálogo desde el respeto con base en los principios del derecho a la autodeterminación de los pueblos e independencia de las naciones.

La escalada de conflicto descansa en cinco dimensiones de confrontación que envuelve lo ideológico, político y diplomático, lo militar y económico: La autonomía de acción y la orientación bolivariana, antimperialista y multipolar de la política exterior venezolana, de entrada choca con el principio del alineamiento debido de los países que integran el mal llamado patio trasero colisionando la globalización y unipolaridad que promueven los Estados Unidos. Otra dimensión es la redefinición de alianzas en función de la visión compartida o no de un orden internacional multipolar y un sistema internacional más organizado por el desarrollo del Derecho Internacional, la solidaridad y cooperación internacional. También se comprende entre las dimensiones, la posición más o menos favorable a un régimen internacional abierto a las grandes transnacionales que se ve limitado por el control e intereses nacionales sobre los recursos naturales de valor estratégico y para el desarrollo como los energéticos o minerales. El cuarto aspecto son las posturas favorables o contrarias a cambios en el sistema internacional y en el seno de las organizaciones internacionales con el propósito de democratizarlas y rediseñarlas sobre el fundamento de la justicia social internacional, el respeto a la soberanía y autodeterminación efectiva de los pueblos sin injerencia en los asuntos internos. La última dimensión a considerar es la definición del proceso político venezolano como socialista, bolivariano, chavista, nacionalista y antiimperialista lo cual, rompe con el ideario de la democracia representativa y el liberalismo en lo económico pregonado por Estados Unidos.

Estas dimensiones son ejes sobre los que ha marchado la dinámica del conflicto entre Estados Unidos y Venezuela, que cuenta al menos con nueve pasos en su escalamiento. El primer paso en la escalada surgió tras el rompimiento con una práctica política tradicional. Históricamente desde los años sesenta del siglo pasado, los presidentes venezolanos apenas iniciaban su mandato solían realizar una visita oficial a los Estados Unidos, en clara señal de amistosa alineación con la política exterior estadounidense, en particular en el Caribe donde confrontaba a Cuba con la llamada Hipótesis Negra y reafirmaba estratégicamente el papel de suministro seguro y confiable de hidrocarburos. No en balde, una proporción importante de la reserva estratégica estadounidense, constituida a partir de la crisis petrolera de 1973 se mantuvo por años con crudo venezolano.

Pues bien, el Presidente Hugo Chávez durante su primer año de mandato en el año 1989 llevó a cabo visitas oficiales a China y Rusia suscribiendo acuerdos marco que dieron rápidamente comienzo a una estrecha cooperación en ámbitos como el económico, militar, tecnológico, hidrocarburos y minería, agricultura, educación y cultura. En cambio, no hizo nada parecido con los Estados Unidos, a la que fustigó desde un primer momento como potencia que se conducía en los asuntos de política internacional como poder imperial. Esto significó un giro de 360 grados en la política exterior venezolana que definida como diplomacia bolivariana abogaba por la multipolaridad y fortalecía como nunca antes, relaciones que hasta entonces se habían mantenido en el plano meramente protocolar. Con China se han suscrito más de 470 acuerdos y 790 proyectos de inversión en el sector de minería, hidrocarburos, infraestructura o industria automotriz. En tanto que Rusia ha suscrito en casi dos décadas, más de 260 acuerdos que representan una inversión que supera los 20 mil millones de dólares americanos.

El segundo paso en la escalada siguió con el frenazo en seco y marcha atrás a la política de Apertura Petrolera que se daba como un hecho y en su lugar, la promulgación de la Ley de Hidrocarburos (2001) que al reservar el control nacional de la industria petrolera le quitaba a las transnacionales de las manos el jugoso negocio de la energía, las colocaba en el papel de socios minoritarios y les aumentaba impuestos y regalías como nunca antes. A esta circunstancia se agregó la intensa diplomacia petrolera del presidente Chávez que revitalizó a la OPEP como foro y condujo al incremento de precios en el mercado internacional. De allí los fuertes encontronazos tras bastidores con las transnacionales petroleras, entre las que destaca la salida del país de la Exxon Mobil. Este fue el detonante cierto para que las empresas petroleras y el gobierno de los Estados Unidos promoviesen tras bastidores el paro petrolero y apoyado al golpe de Estado del año 2002.

El tercer paso en la escalada de conflicto tuvo como factor desencadenante la relación militar. La no renovación en 2005 de los términos del acuerdo de cooperación que desde 1960 en la coyuntura de la lucha contra la izquierda venezolana, había permitido la instalación de una oficina militar estadounidense en el complejo de las instalaciones del Ministerio de la Defensa en Fuerte Tiuna y el intercambio de información, programas de formación y entrenamiento de oficiales. Como resultado, el personal y sus equipos tuvieron que salir de los espacios físicos y los programas cesaron. En la misma época, el gobierno venezolano negó la solicitud de acoger un programa con estatuto de cláusulas de extraterritorialidad para la instalación en el territorio nacional de radares, equipos técnicos y la permanencia de funcionarios de la agencia estadounidense de drogas DEA. Ambas acciones sumadas a las primeras compras a Rusia de fusiles de asalto y equipamiento militar, aunque en pleno ejercicio de la soberanía venezolana fueron evaluadas por Estados Unidos como actos inamistosos. No sólo se perdía un mercado para la industria armamentista estadounidense, sino también la influencia ideológica y doctrinaria sobre la formación militar y el concepto de defensa nacional.

El cuarto paso de escalada se dio en el plano de la política internacional. Inicialmente, Venezuela era una voz solitaria en el concierto regional, no obstante la negativa venezolana a suscribir el Tratado de Libre Comercio (TLCAN) en la Cumbre de Québec (2001) fue un golpe inesperado, pues se daba como cierto que la región sin mayores reparos se abriría como gran mercado y bajo sus reglas a las inversiones estadounidenses. Poco después, la situación política regional había cambiado y Venezuela junto con los gobiernos progresistas surgidos frenaron el esquema de libre comercio en la Cumbre de Mar del Plata (2005), dando paso a un nuevo paradigma integracionista representado por ALBA-TCP, el Mercosur redimensionado, la UNASUR y CELAC de vocación regional y articulación con los nacionalismos de cada uno de los integrantes en los esquemas nacientes que además de anteponer la cooperación, equilibraban lo económico, social, político y cultural según las escalas reales de cada país. Esta postura comprometió severamente los intereses de Estados Unidos que pretendía equilibrar el juego frente a los avances de la integración en Europa afianzada con la formación de la Unión Europea (1993) y el reforzamiento de las instituciones al entrar en vigor el Tratado de Lisboa (2009).

Otro paso, el quinto en la escalada sucedió en el frente de la diplomacia y consistió en el desafío al orgullo imperial con el discurso dado por el Presidente Chávez en la 61° Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York (2006) al expresar desde el podio de oradores y refiriéndose al presidente de los Estados Unidos George Bush, ayer estuvo el Diablo aquí, en este mismo lugar. ¡Huele a azufre todavía esta mesa donde me ha tocado hablar!. Chávez dijo lo que otros hubiesen querido decir en nombre de sus pueblos. Esta frase recorrió todos los rincones del planeta, se tradujo en numerosos idiomas y resonó con fuerza entre los movimientos sociales del mundo. Al punto que ha quedado como una de las frases memorables dichas en ese foro mundial. Era un cuestionamiento claro, sin doblez con la argumentación de la justicia internacional, el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la soberanía, un desafío a la supremacía y dominación imperial estadounidense que pretendía establecer un poder unipolar en la política internacional de la primera década del siglo que iniciaba.

El sexto tramo en la escalada vino tras el planteamiento del cambio político iniciado en Venezuela y su definición como Revolución Bolivariana y Socialista (2006), deslastrándose de otras posturas como la Tercera Vía. Fue un deslinde ideológico que marcó la orientación doctrinaria y el rumbo de la misma teniendo como sujeto al pueblo y la naturaleza del poder como popular. A su vez, tal circunstancia si bien por un lado irradiaba en primera instancia, en el imaginario de los movimientos populares y gobiernos progresistas en la región; también lo haría otro tanto en Asia, África y Medio Oriente siendo considerada como ejemplo que otro mundo si era posible frente a la globalización neoliberal y su modelo político de democracia liberal representativa. La pretensión de un cambio de esta naturaleza y el temor al efecto de irradiación, en momentos que la geopolítica mundial recomponía el mapa político con las llamadas Revolución de Colores en el este de Europa (2000-2004) y luego la Primavera de las Democracias en Medio Oriente y Norte de África (2011), llevó a la determinación de evitar la contaminación en otros escenarios, aislarla diplomáticamente y tender un cordón sanitario que incluyó el reforzamiento e instalación de bases militares a lo largo de la región, contando hoy, más de setenta y dos instalaciones de este tipo. Más de ocho de ellas en Colombia, cuestión que ha sido causa de suspicacia y roces en la relación bilateral. Adicional se recurrió a la creciente presión diplomática en el foro regional de OEA por parte de los gobiernos de derecha de Perú, Chile y Colombia, sumándose luego Brasil y Argentina tras el gobierno de facto de Richard Temmer y el triunfo electoral de Mauricio Macri. Un movimiento pendular de orientación liberal y conservadora se iniciaba a nivel regional a comienzos de 2016, afianzado con la formación del Grupo de Lima que desató una ofensiva diplomática de derecha tanto en el seno de la OEA, como en los organismos de Naciones Unidas recurriendo a los argumentos de supuestas violaciones de Derechos Humanos, crisis humanitaria, restricciones de libertades políticas y el último capítulo, la migración de venezolanos proyectada como crisis regional. Por lo demás, es parte del ideario y discurso imperial la oposición a ultranza al socialismo en cualquiera de sus versiones, incluyendo al socialismo bolivariano al punto de considerarlo como contrario y una amenaza al interés nacional estadounidense.

El séptimo paso en la escalada fue la tormenta financiera causada por la repatriación entre 2011 y 2012 de las reservas de oro venezolanas que sumaban poco más de 372 toneladas, valoradas en más de 18 mil millones de dólares depositadas en la Reserva Federal de Estados Unidos y en bancos de Canadá, Francia y otros países europeos. Esta acción significó en momentos que el sistema capitalista internacional se remecía en sus cimientos por la crisis financiera de 2008-2009 una pérdida de confianza en el sistema de patrón dólar petrolero y crecientes presiones por el retorno al patrón oro o un sistema más estable. En cualquier caso resultaba evidente que se cuestionaba la primacía del dólar y con ello, el instrumento por antonomasia de control sobre las economías de otros países. De hecho el ejemplo venezolano fue rápidamente seguido por otros, incluyendo Alemania que mantenía reservas en Estados Unidos y debió esperar varios años para completar el retorno de sus reservas, poniendo en evidencia las costuras de la arquitectura financiera diseñada en la conferencia de Bretton Woods (1944), la cual había nacido bajo la impronta del patrón oro-dólar fijado en una paridad de 35 dólares por onza.

El octavo paso de escalada ocurrió con el lanzamiento del Petro el 20 de agosto pasado como dinero virtual del Estado venezolano con respaldo en petróleo y otros comodities, capaz de circular en el sistema financiero mundial fuera del circuito controlado por el dólar estadounidense, pero siendo convertible por terceros en esa u otras monedas. La medida en que muestre su viabilidad y aceptación como medio de pago o bien unidad de reserva confirmaría que el fin de la Era del Dólar no es un ejercicio de lo posible, sino algo concreto real. Otros intentos por romper con la imposición del dólar como fueron el Dinar de Oro propuesto por Muamar el Gadaffi en Libia (2009) y el pago de la factura petrolera en euros propuesto por Sadam Hussein en Irak (2000) fueron preámbulo de las invasiones por parte de coaliciones lideradas por Estados Unidos.

El noveno paso de la escalada se inscribe en el principio que establece como alianza estratégica aquella relación nacida de la afinidad de ideas y doctrinas, la identidad de intereses y objetivos coincidentes que sumando esfuerzos para su consecución incrementan los beneficios para cada uno de los integrantes. De allí se deriva también que, el adversario de uno o más de las partes que formen la alianza, también lo será del resto, pues pone en tensión y eventual peligro su estabilidad y permanencia en el tiempo. Pero asimismo como advierte Sun Tzu en el Arte de la Guerra, …Si un enemigo tiene aliados, el problema es grave y la posición del enemigo, fuerte; si no los tiene, el problema es menor y su posición es débil.

El interés venezolano en incorporarse al esquema de la Ruta de la Seda, hecho a principios de este año y concretado en la gira presidencial a China en septiembre pasado, es el punto final de ese largo camino que alimenta la percepción y definición de Venezuela como antagonista de los intereses estratégicos de Estados Unidos, enemigo y punto, se quiera o no. La conexión de la ruta con América Latina por el norte de Suramérica es de gran importancia por la proyección geoestratégica, pero también por cuanto aporta dos elementos claves a la construcción del proyecto: los recursos energéticos cuantiosos y las grandes reservas mineras, incluyendo oro y diamantes que posee Venezuela, particularmente en el Arco Minero, cuyo potencial se estima inicialmente en 8 mil toneladas de oro, cuestión fundamental para el respaldo de un nuevo sistema financiero internacional.

La posición estadounidense es terminante: Venezuela ha escapado de su área de influencia y avanza en la formación de una alianza con China y Rusia, las cuales retan su hegemonía global al promover el nuevo proyecto de gobernanza mundial del Cinturón y Rutas. La lógica que de allí se deriva es simple y sin dobleces, para la hegemonía imperial amenazada los amigos de mis enemigos, también son mis enemigos y, por eso siguiendo los preceptos de la Guerra Total, fomenta todo tipo de acciones, presiones militares, guerra mediática con todo y fake news e implementado incontables formas de injerencia para desestabilizar y forzar eventualmente al colapso; sumando en el empeño, el apoyo de los aliados europeos que también han pasado a aplicar sanciones comerciales y congelación de fondos públicos. Otro frente en el que se ejerce presión es el diplomático, a través de la ONU y la OEA con el grupo de gobiernos regionales que integran el llamado Grupo de Lima que ha tendido un cerco sanitario y a la vez, la exclusión de los mecanismos tradicionales de integración como Mercosur y la Cumbre de las Américas y la obstaculización y parálisis de los nuevos mecanismos como el ALBA-TCP, Celac y UNASUR.

No cabe duda que el tipo de conflicto que mejor caracteriza las relaciones bilaterales hoy, termina siendo el conflicto existencial o juego suma cero, pues además de las visiones ideológicas confrontadas e intereses estratégicos opuestos, las diferencias pasan por la confrontación anotada del diseño de la nueva gobernanza mundial. De allí la amenaza de una eventual intervención militar foránea en territorio venezolano, amparada en una supuesta crisis humanitaria o la presunción del Estado fallido, Estado terrorista, de catalizador de una crisis migratoria regional o todo a la vez. Las recientes declaraciones del Secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo y las del senador republicano Marco Rubio que promueven la inclusión de Venezuela en la lista de Estados terroristas; son parte de esa línea argumental junto a las del asesor de seguridad John Bolton acusando a Venezuela de conformar una supuesta troika de la tiranía con Cuba y Nicaragua.

Que la Venezuela Bolivariana y socialista sea capaz de sortear las amenazas y presiones desplegadas en su contra dependerá del nivel de conciencia y organización, alcanzados a lo largo de estas dos décadas por el movimiento popular y en general, la proyección de un sentimiento de cohesión nacional en la población que sea capaz de hacer frente a los efectos perseguidos con la guerra mediática de desmoralización, erosión de la voluntad y por el contrario mantener la unidad de los sectores populares y actuar en el marco del esquema de la defensa integral de la nación.

Reconocida la condición de enemigo a la que nos vemos empujados deben concentrarse fuerzas y recursos de todo orden como Poder Nacional para mantener en funcionamiento el aparato institucional del Estado, en medio de los apremios y dificultades de la guerra económica y el bloqueo, haciendo posible la gestión administrativa y el cumplimiento de las funciones básicas en el ámbito territorial y de los compromisos financieros internacionales. Pero además mantener una fuerza armada bien equipada, entrenada y acorde al concepto estratégico defensivo de un país de poder medio, capaz de asegurar capacidad de disuasión, cuyos términos de ecuación dictan que las pérdidas de todo orden proyectadas para un actor, no compensan los beneficios que puedan recibirse por la acción llevada a cabo.

Si bien la diplomacia bolivariana cuenta con un estrecho margen de maniobra, en medio de campañas negativas de los medios informativos internacionales y el cerco sanitario desplegado ha de intensificar el acercamiento con los Estados integrantes del Movimiento de Países No Alineados en los espacios existentes en foros y organismos internacionales, combinando la actuación en el marco de la Diplomacia de los Pueblos y los foros en que se despliegan los movimientos de solidaridad internacional. Del mismo modo, continuar ampliando y fortaleciendo los alcances de la cooperación envueltos en el marco de las alianzas estratégicas con China y Rusia como parte de la Ruta de la Seda y con otros países como Irán, Viet Nam y recientemente Turquía; y en la región con los socios estratégicos representados por Bolivia, Nicaragua, Surinam, Cuba y parte de los estados caribeños. Las alianzas con calificativo de estratégicas deben funcionar más allá de la relación como socios y asumir el compromiso de la defensa y resguardo de sus miembros, por el valor que ella misma encierra y el desequilibrio que conlleva la pérdida de uno de aquellos.

A partir de reconocer la condición de enemigos, en el sentido de la acepción política se puede comenzar a establecer las diferencias, pero también las posibilidades ciertas de entendimiento, comenzando negociaciones directas o bien con gestiones de buena voluntad de terceros que permitan el acercamiento y construcción de puentes. Vale recordar aquellas imágenes que aún, causan un profundo dolor humano de la guerra de Viet Nam, con poblaciones y campos de arroz arrasados por las bombas; mientras en París, sendas comisiones negociadoras se reunían tiempo atrás, para construir el difícil camino, de la tan anhelada paz.

frlandaeta@hotmail.com



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