Cuba (otra vez), Chávez, Evo, Caballo Loco y la escandalosa falta de putinólogos: o la lupa bizca

1. Cuba (otra vez)

En Fantasía roja: los intelectuales de izquierdas y la Revolución cubana (Debate, 2006), de Iván de la Nuez, queda claro que, desde Jean Paul Sartre en adelante (Régis Debray, Graham Greene, Wenders, Ry Cooder, Oliver Stone, Vázquez Montalbán o Belén Gopegui; salvo Antonio Elorza, claro: el rey tuerto en el país de los ciegos), todo aquel rojo recalcitrante (o ex-rojo arrepentido) que haya visto en Cuba algo que no sea un régimen de barbarie, o -en su defecto- una inmensa cárcel, en donde la idea misma de revolución agoniza sin remedio, es poco menos que un memo y un pobre incauto dispuesto a dejarse engañar y seducir por las malas artes de malévolos y astutísimos propagandistas, disfrazados de guías turísticos o de viejecitas habaneras.

En Hugo Chávez sin uniforme (Debate, 2006), de Cristina Marcano y Alberto Barrera, nos enteramos (además) de que el origen de los orígenes de la “revolución bolivariana” -ese proceso de cambio social en el que se encuentra inmersa Venezuela- no es otro que el irredento narcisismo (o el ansia identitaria: dicen, también) del niño huérfano que fue el señor Hugo Chávez (cuyo equilibrio psicológico debe, pues, ser tenido en cuenta -según las mismas conspicuas cabezas-, por aquello del control de las fuentes del petróleo y del gas, se entiende). Pues bien, ese nuevo Supremo de las Américas, ese anti-Edipo insaciable, en su deseo de poder absoluto (acorde con su “sospechosa trayectoria golpista”: a pesar de sus ocho elecciones -¡se dice pronto!- impecablemente ganadas) acaba de meter a su país en Mercosur (ese conocido club de peligrosas dictaduras marxistas)

Por si fuera poco, la reforma agraria boliviana, como antes las nacionalizaciones de los bienes públicos y de los recursos naturales del país (robos encubiertos, claro), emprendida por el gobierno de Evo Morales, no es más que otra vuelta de tuerca contra la democracia, la clase media (suponiendo que exista, claro) y sus voceros.

A Evo -como a Castro, y como a Chávez-, nada de nada, ni el menor margen de confianza, ni el menor crédito; pero a Caballo Loco -conocido por Alán García entre nosotros- todo el crédito y las oportunidades (como al Platanito) que precise: su caso es diferente (¡Es un demócrata!: exclaman). El mismísimo defensor de defensores (en el Penn Club, claro) de la democracia mundial, ese vivo dechado de virtudes liberales y desprendimiento, en el que se reflejan todos los luchadores de la libertad del mundo, el mismísimo señor Vargas Llosa [¡uf!, no estoy seguro de que su nombre no lleve copy right, y acaso me cueste dinero esta cita], peruano escribidor -occidental- universal, lo ha dejado claro: a Caballo Loco -el señor Alán García, para nosotros- hay que darle “otra oportunidad” (pues, durante la primera, no logró arruinar definitivamente a Perú: añaden otros peruanos, que no son escribidores, ni universales)

A los parias de Evo, nada; al amigo Alán, educado en la Sorbona, parlanchín, simpático y con experiencia en destrozar economías y países, que nos ha librado de otro maldito indígena populista, lo que haga falta (y ¡pelillos a la mar!) Y, mientras tanto, Rafael Rojas (en El País, claro) preocupado porque en Cuba (régimen totalitario comparable al de la Alemania nazi: claro) no se edita lo suficiente a Benjamin… Lo de Guantánamo (o lo de los vuelos secretos de la Agencia, pero no de viajes precisamente) le debe parecer poco a este historiador demócrata-exiliado-premiado-defensor de las libertades públicas como para dedicarle un poco de atención al asunto. Quizás porque piensa, como los responsables del Pentágono, que los suicidios de Guantánamo no son más que una “operación de relaciones públicas”, “actos de guerra” y una “provocación” (intolerable: claro; contra las garantías democráticas, se entiende: claro)

Se imaginan ustedes si aplicásemos, con ese mismo nivel de detalle y de exigencia (exigencia democrática y desinteresada: claro), exactamente el mismo que aplicamos a esos pueblos en transición -y a sus gobernantes-, la lupa de la crítica a nuestro opulento, estable y democrático mundo capitalista y a sus gobernantes… ¿Qué sucedería? ¿Habrá que recordarles, a estas alturas -una vez más-, el fracaso de la ronda de Doha, o las tragedias de Darfur, o de Gaza, o del Congo, o de Ruanda, o de Haití (o de etcétera, etcétera, etcétera); y, en general, el funcionamiento del mundo en que vivimos, a todos ellos?

De momento, se me ocurre recomendar (-les: a ustedes, y a ellos, los preocupadísimos campeones de las libertades mundiales) la lectura del libro Censura, en el que se resumen las veinticinco noticias más censuradas durante el año 2005 en los Estados Unidos y que han sido recopiladas por un grupo de periodistas e investigadores locales -nada sospechosos de filocastrismo (supongo)-, agrupados en el colectivo Project Censored -Proyecto Censurado-, que coordina el profesor de sociología de la Universidad Estatal de Sonoma, California, Peter Phillips.

También, recordar (-le, al señor Rojas, en particular) que en el mismo diario en el que nuestro historiador demócrata-exiliado-premiado-defensor de las libertades públicas muestra su preocupación por la escasa difusión de la obra de Benjamin, hay al menos un periodista, Ignacio Echevarría, al que se le ha negado la libre expresión de su opinión y de su derecho a la crítica (y esto sólo para abrir boca)

2. Nosotros (que tenemos la lupa por el mango)

¿Qué sucedería -repito la pregunta- si pasásemos esa lupa gigantesca -armada por los defensores de las democracias- por encima de Las Barranquillas, o de La Mina, o de Las Tres Mil Viviendas, o de los invernaderos del Levante, o por los arcenes de nuestras carreteras y de nuestros polígonos industriales, o por las aceras de los centros de nuestras ciudades, o por nuestras alambradas de espino (cualquier noche de estas, mientras mueren dos o tres jóvenes africanos), o por las cuarenta mil prostitutas emigrando a Alemania -a sus macroprostíbulos- para satisfacer los deseos de los hooligans, durante los mundiales de fútbol? ¿Qué sucedería si sólo la pasásemos por esos fragmentos de realidad, y lo hiciéramos durante años, y a todas horas, con esa lente -crítica- de aumento descomunal, de modo que al final confundiésemos esos fragmentos agigantados con la realidad entera, como hacemos con las jineteras de la Habana, con los balseros, con los excesos de la burocracia cubana, o con las decisiones de los gobiernos y de los pueblos que deciden tomar una vía diferente, o se salen de la estrecha senda que les hemos marcado?

Pero hay otras muchas facetas de las complejas realidades (tan enmarañadas y poliédricas como la nuestra) de esos pueblos, que olvidamos, o que nos empeñamos en desconocer; algunas cifras y unos cuantos datos nos pueden ayudar a comprenderlas mejor… ¿Saben cuánto dinero necesita la reforma agraria boliviana?, cuyo objetivo no es otro que “revertir al dominio del Estado aquellas grandes superficies de tierras negadas a la producción y al trabajo”, para entregárselas a quienes sí las necesitan: pueblos indígenas y comunidades campesinas y originarias …/… de modo que, mediante la “estatalización” de las tierras expropiadas, se impida el resurgir del minifundismo que malogró la reforma de 1952… (La Razón de La Paz. 05/06/2006) ¿Saben qué cantidad se precisa para que este proyecto tenga el éxito asegurado? Y conste que una “II Reforma Agraria” que atienda en forma efectiva estos rubros cruciales cuesta mucho dinero …/… se necesita una suma cercana al millón de dólares, según estiman entendidos en la materia …/… ¿Dispondrá el Gobierno de los suficientes recursos?... (El Deber de Santa Cruz. 05/06/2006) ¡Un millón de dólares! Es lo que costaba, si no recuerdo mal, el más lujoso de los coches -un Maybach- expuestos en el último Salón del Automóvil de Madrid; o lo que cuesta cualquier ático de postín en Madrid, en San Sebastián o en Barcelona.

Ni siquiera un millón de dólares, en realidad, una suma cercana al millón: escribe, el articulista del periódico santacruceño… Un automóvil, un apartamento de lujo en una de nuestras capitales… La misma cantidad que garantizaría el bienestar de miles de familias campesinas durante generaciones en decenas de países del mundo (no sólo en Bolivia). ¿Cuánto se va a gastar el gobierno municipal del señor Ruiz Gallardón en el famoso vídeo sobre las bondades del soterramiento de la M-30? Y lo que es aún más escandaloso: ¿cuántos cientos, tal vez, miles de millones se enterrarán en esa obra inútil? ¿Cuántas reformas agrarias, cuántas muertes por hambre y enfermedad, cuánta miseria se evitarían con la mitad, con la décima parte, de esa cantidad? No digamos, con lo expoliado, robado, extorsionado o simplemente distraído por las mafias del ladrillo en la costa española durante -sólo- la última década, o con las fichas de los jugadores de cualquier plantilla de futbolistas, o con los sueldos de los consejeros ejecutivos de las compañías trasnacionales que operan en suelo boliviano -sin ir más lejos-, o con los millones evadidos o escondidos por sus propias clases dominantes, durante décadas de abusos y de privilegios sin cuento.

Sí, es un planteamiento demagógico, lo sé; pero no deja de esconder verdades como puños (irrebatibles, por la evidente fuerza de las cifras y de los hechos); eso también deberíamos saberlo antes de pasar la lupa por la superficie social y política de esos pueblos.

Pero somos nosotros los que tenemos la lupa por el mango (de momento), eso también lo sé… Hemos levantado un Imperio sobre la dominación y terminaremos pagándolo… Un Imperio en el que el uso y la cantidad son el único significado (el único criterio que reconocemos), y en el que espectáculo y mercado se hibridan, dando una tela de araña de dimensiones inabarcables, en la que somos devorados lenta e irremisiblemente, en medio de la más absoluta indiferencia e indefensión (pero de las de verdad; y para hacerse una idea de su alcance no estaría de más consultar los últimos informes del Consejo de Europa sobre el avance galopante de la pobreza en Europa: las decenas de millones de trabajadores que subsisten con rentas mínimas, o que son víctimas de la precarización -esclavización- del empleo, y todo ello a la puerta de nuestra casa)

Somos una sociedad desaparecida en medio de la confusión y de la bullanga del consumo depredador, en ciudades laberintos, en donde el miedo constante -como una amenaza innominada y agobiante (Zygmunt Bauman, en La Vanguardia. 26/05/2006)- reina a sus anchas, y la capacidad crítica (“incluso de mi público”: se queja Albert Pla, en La Vanguardia también) se ha volatilizado, porque lo único que verdaderamente se ha democratizado es la ignorancia y el sin sentido; y en donde los primeros comediantes son nuestros propios dirigentes sociales, mediáticos y políticos, en los que se quintaesencia tanto el cinismo como la mentira: profesionales de la comedia a los que es preciso quitar -como sea- la careta... “El poder me aburre, lo mío es conquistarlo, luego no sé qué hacer con él”: confiesa el trasunto de Jacques Chirac (en realidad, Didier Gustin) en un reciente documental de Karl Zéro y Michel Royer, sobre “el primer comediante de la República” (¡no va más!)

Y si nosotros no hacemos nada, que no se le ocurra a nadie (y menos a los pobres) hacer algo con él.

3. Metáforas pneumáticas

A estos farsantes, la realidad, la acción positiva, los datos contrastables -y discutibles- les asustan; ellos prefieren hablar de la nada -y de todo- en lenguaje figurado, mediante bellas metáforas pneumáticas (propias de los espíritus elevados e incontaminados); por ejemplo, llega el Papa a Auschwitz y, en vez de preguntarse por dónde estaba Pío XII, al que todos conocemos, y que sabemos fehacientemente que estaba aquí (en realidad, allí, en Roma, como le recuerda muy acertadamente Umberto Galimberti en La Reppublica), no se le ocurre otra cosa que preguntarse por dónde estaba Dios (¡vaya usted a saber, con lo grande que es todo por ahí fuera!)

Abre uno el periódico (El País, claro) y te despachas con frases tan elegantes como estas: “escucho a los detractores de Chávez con la misma distancia que a sus apologistas. No he logrado, lo siento, construir un criterio propio sobre el presidente de Venezuela. En vez de eso, dispongo de la caricatura que él mismo se empeña en construir cada vez que abre la boca…” (Mal asunto, de J. J. Millás) Qué reconfortante, permanecer así tan neutrales y tan inocentes, tan bien vestidos, tan bien alimentados y tan bien considerados... Y aceptar, de paso, tan tranquilamente que nos oculten el mundo, enterarnos de la realidad (sobre todo si es problemática y contradictoria) por el guiñol de nuestros medios, y tomar en cuenta los datos objetivos y materiales sólo tangencialmente, como por trámite, para sazonar tal o cual artículo con agudeza culta y graciosa; y quedarnos (claro) con la belleza incontaminada de las bellísimas metáforas pneumáticas, de las estimables frases moldeadas con tan impecable estilo… ¡Qué sencillo debe ser! Olvidarse de la historia reciente de Venezuela, o de la de Bolivia, o la de Cuba, y quedarse al margen, conformados con las imágenes que nos sirven para acunar nuestra modorra; aislados en nuestras urbanizaciones privadas (con mesita de desayuno y piscinita), a imagen y semejanza de los barrios privados amurallados de las oligarquías americanas.

Nuestra lupa bisoja se pasea por el mundo y, a su través, no vemos del mismo modo a nuestros “terroristas” que a los suyos, a nuestras víctimas que a las suyas, a nuestras putas que a las suyas, a nuestras madres y esposas que a las suyas, a nuestros culpables que a los suyos… Si no, cómo es posible que aguantemos tal sarta de bellas y aéreas imágenes, y asistamos sin inmutarnos al escándalo diario de Gaza, de Guantánamo, de Irak, de Darfour, de Nigeria, de Haiti, de Chechenia, de Somalia, de Tinduf, de Guatemala, del caveirão de Río, de las muertes impunes de Ciudad Juárez, del saqueo de las selvas amazónicas y de los bosques andinos, de las sierras de Guerrero y de sus pueblos despojados (y así hasta la nausea), sin levantar nuestros puños y sacudir a los culpables, echándolos para siempre de nuestras vidas; cuando sabemos perfectamente quiénes son y dónde se esconden.

Sabemos quiénes trafican con personas (el informe “Trafficking in Persons: Global Patterns” ha identificado 137 destinos reconocidos, y muchos especialistas consideran que es el negocio criminal de más rápida expansión en el mundo, pues se estima que entre 600.000 y 800.000 personas, la mayoría niños y mujeres, han sido víctimas de este tipo de tráfico en lo que va de año); sabemos quiénes, en Paraguay, manejan y trafican con la soja transgénica, y, en Nigeria, con medicamentos prohibidos, o en Somalia con la muerte (A Mogadiscio, des hommes d'affaires font de l'or: Alors que la capitale somalienne vient de connaître quatre mois de nouveaux combats, qui ont amené au pouvoir les forces des Tribunaux islamiques, l'activité du port n'a pas cessé un seul instant. Des norias de barges rouillées débarquent de cinq gros cargos des montagnes de sucre brésilien, de riz indien, du blé américain, des appareils électroniques de Dubaï et des armes… Le Monde. 09/06/2006) Conocemos a quienes dirigen el expolio -con la bendición del Banco Mundial- de las reservas de cobre, de cobalto y de zinc de la provincia congoleña de Katanga; sabemos que los mismos embaucadores de Forum filátélico -a través de Forum África- han esquilmado los bosques de Liberia y financiado a uno de los matarifes más sanguinarios de la historia del continente africano, Charles Taylor (seguro que nos importa más lo primero, los ahorros estafados, que lo segundo; y no es lo mismo) Pero soportamos y comprendemos -sin el menor reproche- los desmanes y los crímenes de los tiranos -y tiranuelos- que protegen a “nuestros aliados” y “nuestros intereses”; es lo que sucede también con la Rusia del pequeño zar Vladimir Putin, donde todo se compra y se vende, especialmente la vida y la libertad de prensa; o con la China neocapitalista -y salvaje-, a cuyo mercado se rinden las compañías y gobiernos occidentales (véase el vergonzoso episodio de Google); o con las familias reales del Golfo… ¿Dónde se han ido las legiones de “sovietólogos” que nos calentaban antaño el oído con sus “sesudos” análisis y predicciones? ¿Quién pagaba tanta inteligencia en funcionamiento? ¿Por qué no hay ahora “putinólogos”? ¿Es que nadie -ninguna fundación, ni departamento universitario norteamericano- va a pagar siquiera a un putinólogo? Qué menos que uno (¿no, señor Rojas, usted que entiende de fundaciones?) que nos explique la reconversión de los viejos dictadores estalinistas en dictadores neoliberales.

Entre tanto, me da que tendremos que conformarnos con los sumos pontífices preguntándose por el paradero de Dios (¡a estas alturas!) y con los poetas de la actualidad, y sus bellas metáforas espirituales… ¿Se acuerdan ustedes del huracán Katrina? ¿Hemos olvidado ya, acaso, las distintas respuestas que dieron las autoridades -totalitarias- cubanas, por un lado, y las -muy opulentas y muy democráticas- autoridades norteamericanas, por otro, al mismo fenómeno catastrófico? Pues bien, la calidad y naturaleza de sus respectivas respuestas no se quedaron en meros simulacros metafóricos para inflar especiosos ensayos -premiados- o agudos artículos dominicales, sino que fueron decisiones reales que repercutieron real y objetivamente en sus respectivas poblaciones (y, al fin y al cabo, por sus obras los conoceréis: ¿les suena?)

4. conformidad y resignación (nosotros aquí y ellos allí)

Tal vez esté completamente equivocado, o sea un demagogo, o no tenga razón en todo o en parte de lo que va escrito hasta ahora; ni siquiera puedo asegurar qué haría o qué tipo de críticas expresaría -si fuese el caso- de vivir en Cuba, o en Bolivia, o en Venezuela; pero como leí en el preámbulo de un libro de humor de finales del franquismo (quizás fuese del genial Perich, aunque no puedo asegurarlo): “yo defiendo a los pobres, porque los ricos se defienden solos”… Y eso es lo que nos sucede, a veces, a los más recalcitrantes… No es que Jean Paul Sartre, Régis Debray, Graham Greene, Wenders, Ry Cooder, Oliver Stone, Vázquez Montalbán o Belén Gopegui (salvo el astuto y avisadísimo Antonio Elorza, claro) fuesen -o sean- unos incautos, ni unos memos, es que tomaron -o toman- partido.

Si es cierto que el destino del Socialismo no está ligado al de Cuba, como no lo estaba ni al de la Unión Soviética, ni al de China; no lo es menos que ustedes no son Trotsky, ni Rosa Luxemburgo, ni Benjamin, ni Karl Korch… Y a menudo sucede que quienes reivindican sus nombres, en realidad, sólo pretenden apropiarse de ellos para usarlos como ariete contra los pueblos que no se resignan al orden único y global de este capitalismo extremo y salvaje, en el que “están creciendo exponencialmente las desigualdades”, de un modo desconocido -e impensable, incluso- durante su etapa clásica “manchesteriana” (Joaquín Estefanía, en Madrid Sindical, 06/2006)

Hace unos días, frente a la embajada de Israel, mientras me manifestaba junto con algunas decenas de personas contra la destrucción canallesca de las infraestructuras civiles en la franja de Gaza, recordé cierta postura de Hanna Arendt acerca de la pasividad de Stefan Zweig, muy criticada por César Antonio Molina en un reciente artículo de prensa (El verdugo era la víctima, El País. 12/05/2006) ¿Pueden convertirse las víctimas en verdugos de sí mismas y de otros?

Pero Stefan Zweig y los que, como él, permanecieron encerrados en su íntima individualidad hasta el fin, y no tomaron nunca un decidido y rotundo partido, se queja César Antonio Molina: … No eran políticos, no eran agitadores, vivían en el retiro dedicados a su labor. ¿Pudo Zweig haber hecho otra cosa, como los millones de judíos asesinados? ¿Fueron todos ellos culpables por no empuñar las armas, por no resistir, por no asesinar a sus asesinos?

Sí, lo fueron, pues podían haber hecho otras muchas cosas, entre ellas, reconocer las causas de su propia condición, resistirse a ellas y responder explícitamente a los culpables de las mismas. ¿Son los trabajadores responsables de su condición de explotados? (o las víctimas, cualesquiera que estas sean, de la suya) Sí, si, pudiendo -o estando en condiciones de hacerlo-, no hacen nada por evitarla, cambiarla o rectificarla… Es evidente que un niño, un enfermo o un enajenado no lo son, pero un trabajador, un intelectual, un ciudadano sometido, cualquier hombre o mujer adultos que no procuren mejorar, transformar o rectificar sus destinos de víctimas o explotados, son co-responsables de la misma (vendría a decirnos Hanna Arendt)

Puede que el régimen cubano sea tan monstruoso como los señores Rojas, Elorza y De la Nuez -o cualquiera de sus mentores, de entre los “nuestros”-, dicen que es; pero, desde luego, no más monstruoso que “nuestro” potentado y democrático mundo capitalista... Y, además, si todo lo que hay es que no se edita suficientemente a Benjamin, entonces es mucho menos monstruoso que éste… Pásense por uno de nuestros almacenes -expendedores- de libros (en una capital de provincias de tamaño medio: o incluso en Madrid y Barcelona) y busque alguna edición “encontrable” -por entre los montones de basura habituales- y disponible, para un lector cualquiera, de algunos de los nombres que el señor Rojas echa de menos en las estanterías de su Cuba natal, por ejemplo de Karl Korch, o del mismo Benjamin (ediciones asequibles realmente, que pagues y te lleves a casa, no cual inalcanzables entelequias catalogares -o inasibles ecos virtuales- de los tramposos fondos editoriales), a ver cuántos encuentran (de verdad) Pues, si los cubanos saben exactamente lo que tienen y no tienen, nosotros vivimos en la ilusión -la ensoñación- de lo que creemos tener y, en realidad, no tenemos; y, monstruosidad por monstruosidad, prefiero saber exactamente a qué atenerme.

En Cuba, no sé qué haría; aquí, en el mundo de los culpables, he tomado partido

[Mientras termino estas líneas, miro la fotografía de una mujer vestida de negro que mira, a su vez, una casa en ruinas -seguramente, la suya-, y también la espantosa gravidez de un bebé muerto en las manos de un hombre cubierto de polvo ceniciento -como los gurúes de la India-, y luego la de un grupo de refugiados que ha sido ametrallado, mientras huían de las bombas, por el fuego enemigo -de nuestros amigos-; y a continuación oigo mascullar al emperador tejano -mientras se embucha los restos del aperitivo- que hay que obligar a Siria (¿?) a que acabe con toda esta mierda; y esa frase -tomada al vuelo por los micrófonos de ambiente- explica por sí misma todo lo escrito]


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