La crísis del régimen y de los partidos en el Estado Español

Tormenta perfecta en el comité federal del PSOE

1.Asediado desde el exterior, primero por el 15M y después por Podemos, la estocada final al PSOE viene desde el propio interior, como reacción atemorizada de una fracción de su burocracia y elite dirigente ante su decadencia, a la crisis de régimen y a todo el derrumbe del orden político anterior. El “jaque pastor” a Sánchez ha sido el golpe del miedo y de la arrogancia. El golpe de un pasado que pervive en el presente de forma putrefacta. Ha sido fruto de la crisis que atenaza al PSOE desde 2011. Y, a la vez, ha abierto una nueva fase de la misma actuando de factor precipitante de una dinámica de grave implosión. Es, pues, simultáneamente consecuencia de la crisis interna y causante de su propia agravación.

La razón de estado (gobernabilidad en nombre del poder financiero y ante la “amenaza” independentista catalana) chocó, sin que los responsables de ello lo sepan, con la razón de partido, fruto de la ceguera de unos dirigentes que, acostumbrados a asimilar y a confundir ambas, no han entendido que su partido ya no juega el rol sistémico de antes, que no se han percatado de que en la época de la austeridad permanente ambas razones colisionan entre sí, empujando inevitablemente a la socialdemocracia a un choque brutal contra su propia base social. Durante un tiempo Estado y partido fueron lo mismo para el PSOE. Pero esto ya quedó atrás, de forma que salvar a la vez al partido y al sistema político del cual fue su principal puntal no es posible.

Al igual que Rita Barberá o Miguel Blesa es posible que genuinamente no entiendan por qué se les acusa y no comprendan por qué lo que hicieron toda su vida devino ahora motivo de escándalo y reproche, Felipe González y los suyos no asumen que tampoco ya pueden obrar como antes, y que hacerlo empuja a su partido por la senda de la auto-inmolación. González y Díaz son a la estrategia política lo que Barberá o Blesa a la ética. Aunque, a decir verdad, tampoco les van a la zaga en esta materia. La razón en ambos casos es la misma: el 15M existió. Todo aquél que no lo ha asimilado y no ha sabido leer su significado deambula como un fantasma, como un ánima en pena por la política española…al menos en el carril izquierdo.

González, Díaz y toda la fracción golpista simbolizan al peor de los PSOEs posibles, tan derechista como autoritario, tan españolista como rancio, tan arrogante como fuera de época. Inconcebible algo más siniestro. Encarnan un pasado renuente a desvanecerse, que aprisiona el presente y con ello oscurece el propio futuro. Son muertos vivientes que zombifican todo lo que tocan, todo lo que muerden. Son astillas de un pasado tenebroso y putrefacto que aterroriza y contamina el presente con su legado pestilente.

Felipe González, con licencia para conspirar, representa un pasado que se resiste a ir, que nunca se fue, y que secuestra la posibilidad que el PSOE desarrolle una política para el presente que le garantice un futuro. “Un miserable prisionero de los poderosos” lo definió magistralmente el ex-editor de la New Left Review Robin Blackburn a mitad de los años noventa, en una expresión que Miguel Romero, editor fundador de Viento Sur, rescató y reformuló hace unos años como “prisionero del poder. Un prisionero del poder que devino esclavo del mismo encadenado en las entrañas de Estado y osmosificandose con él. Susana Díaz encarna simplemente a una caterva de dirigentes (en los que la razón de Estado y la de partido se mezclan con ambiciones personales) que llegaron tres décadas tarde a su tiempo, una especie de repetición atemporal y anacrónica de la generación que ganó en 1982, pero en un escenario en el que su proyecto ya no tiene bases materiales para sustentarse con éxito y carece de credibilidad narrativa y política. Nublados por sus triunfos electorales en Andalucía, olvidan que no son extrapolables en el conjunto del Estado español y evitan así cuestionarse el porqué de la decadencia histórica del PSOE.

2.El PSOE ha mostrado ser el eslabón más débil del bipartidismo. Era lógico. El 15M, a pesar de su transversalidad y de que rompiera posiciones fijas, impactó en primera instancia en el pueblo de izquierdas. Y la canalización político-electoral, no automática ni mecánica, de la gran indignación expresada en las plazas en 2011, vino a través de una opción, Podemos, que emanaba también del campo de la izquierda, a pesar que tuviera la intención, correcta, de desbordarlo y la estrategia, incorrecta, de hacerlo emitiendo mensajes confusos y un proyecto cada vez más vacío.

En las elecciones del 20D y 26J, Sánchez pudo aguantar el embate de Podemos y Unidos Podemos. Contra todo pronóstico resistió al sorpasso que hubiera condenado al PSOE a deslizarse por una senda jamás transitada y sin camino de salida. Pero, a pesar de ello, el partido salió herido de gravedad al verse empujado hacia una situación inédita en la que ya no es una opción de gobierno, pues carece de los votos necesarios para ello porque su base social se contrajo. Pero tampoco puede ser, sin embargo, un partido de oposición, porque la crisis del bipartidismo, de la cual la propia crisis del PSOE es el principal puntal, impide la tradicional alternancia turnista. Ni gobierno, ni oposición, el PSOE dejó de realizar su función habitual y se ha visto desgarrado entre dos posibilidades que, por razones opuestas, chocan con la visión qué tiene de sí mismo y con el papel desempeñado desde la Transición: primero, convertirse en un complemento del bloque derechista, hoy el más firme bastión y garante de la estabilidad sistémica en tiempos turbulentos; segundo, preservar a toda costa su independencia, a expensas de toda la inestabilidad parlamentaria que pueda generar, esperando a que la base social de Unidos Podemos parcialmente se desanime con el tiempo y poder así reafirmarse, a pesar de todo, como la principal alternativa electoral al PP. La primera opción entraña su autodestrucción a medio plazo, aprisionado entre el muro del PP y la embestida de Unidos Podemos, mientras que la segunda significaba priorizar los intereses de aparato por encima de la gobernabilidad, pero sin poder ofrecer una alternativa al PP de forma clara a corto y a medio plazo y, por tanto, actuar como un partido sin funcionalidad alguna.

El problema de fondo para el PSOE es que la única opción real para volver a ser alternativa de gobierno en lo inmediato, conformar una mayoría alternativa con Unidos Podemos y las confluencias catalana, valenciana y gallega (más los independentistas catalanes por razones de aritmética parlamentaria), es imposible, a no ser que Unidos Podemos rebajara sus exigencias a un mínimo irrisorio y autodestructivo. La contrariedad del PSOE es muy sencilla: no tiene alternativa alguna a la austeridad y no puede liderar un gobierno anti-austeridad, a pesar que parte de su (menguante) atractivo electoral pasa por aparentar ser un partido distinto a la derecha, pues hacerlo significaría romper con su razón de ser y su función histórica desde la Transición.

Sánchez descartó la primera opción por razones evidentes. Implicaba quemarse a lo bonzo y por una causa no demasiado heroica. Su destino estaba claro: pasar a la historia como el tipo que hundió el PSOE y que facilitó otro gobierno de Rajoy, achicharrarse durante dos o tres años en el Congreso dirigiendo un grupo parlamentario de zombies abducidos por Bruselas y el PP… y ser relevado sin piedad justo antes de las próximas elecciones por otro dirigente menos chamuscado. Un porvenir lamentable, sin duda. Difícil imaginar una carrera política más oscura y un ridículo mayor.

Por ello intentaba aferrarse a la segunda opción. No caer bajo el yugo del PP y ganar tiempo y más tiempo. Su plan era claro: a) intentar una negociación pública para conformar un nuevo gobierno b) sondear, aún con pocas esperanzas, si un Podemos debilitado e internamente roto estaría dispuesto a auparle a la presidencia a cambio de casi nada c) culpar a Unidos Podemos y a Ciudadanos en caso de fracaso de las negociaciones y d) arriesgarse a ir a unas terceras elecciones con un perfil de izquierdas y unitario en las que confiaba no sólo mantener a Unidos Podemos por detrás, sino quizá ampliar un poco su ventaja. Ello le hubiera despejado el camino a medio plazo, pues un mal resultado de los de Pablo Iglesias sólo hubiera servido para incrementar la bronca interna en Podemos y convertir a su próxima Asamblea, el tan esperado Vistalegre II, en un encuentro de alto riesgo para la formación morada, que carece de una cultura del debate político real ni de gestión inclusiva de las diferencias. Francamente, no era un mal plan para un aparato acorralado, sin más proyecto que su supervivencia, y que había hecho ya lo más difícil, quizá para su propio asombro, el 26J.


 

No hay que confundirse. Sánchez no encarnaba ninguna ala izquierda en el partido. En otras palabras: Díaz y González representan cristalinamente a la derecha del PSOE, pero Sánchez no personifica a la izquierda, sino simplemente a una fracción del PSOE que supo leer mejor los tiempos y que no vive en un irreal mundo de fantasía. Ésta ha sido una batalla de una derecha del partido sobrepasada por la época que le ha tocado transitar, contra un aparato sin proyecto pero con ganas, tenacidad, y un cierto olfato para sobrevivir. Al menos lo suficiente para entender que es en el cuerpo a cuerpo con Unidos Podemos donde se la juega. Paradójicamente, Sánchez en el fondo sentía la misma nostalgia por el PSOE que se fue y ya no es que González y Díaz, la misma añoranza por el Régimen que hoy está en crisis. Pero ambos sectores diferían en la respuesta a dar ante su propia decadencia.

3.La crisis del PSOE es un capítulo más, y como todos con particularidades propias, de la crisis de la socialdemocracia europea. La manifestación más visible de la misma es la caída drástica de sus apoyos electorales, pero ello es la consecuencia de una crisis de identidad, de estrategia y de proyecto, en el marco de un contexto de desdemocratización, involución oligárquica y descomposición de los mecanismos tradicionales de representación política.

El golpe muestra crudamente la naturaleza de la socialdemocracia contemporánea: el PSOE no es más que un partido incrustado en, y al servicio de, el poder económico y financiero, aunque con una base electoral y en cierta medida militante, que se reivindica parcialmente de izquierdas, en un contexto donde servir a, y formar parte de, el núcleo del poder económico-financiero es incompatible con la mas mínima política favorable a los intereses del grueso de la sociedad. La colisión entre la socialdemocracia y su propia base social se torna así irremisible.

La gestión procapitalista salvaje de la crisis por parte de la socialdemocracia europea culmina así una larga trayectoria de integración en las estructuras políticas y económicas capitalistas, pero en un marco donde ya no hay bases materiales para ofrecer ni progreso material ni la ilusión del mismo, a su base social. En los años ochenta, el PSOE implementó un proyecto de modernización capitalista firmemente, concebido como un proyecto de “progreso”, verdadero fetiche histórico recurrente de los años del felipismo, cuyo objetivo y relato legitimador era abandonar el tradicional atraso del país debido al franquismo y homologarse al resto de países europeos, a través de una mezcla ideológica de democracia parlamentaria, consumismo, crecimiento económico, atlantismo y cambio cultural. Entorno a ello, el PSOE articuló su proyecto nacional y su propia idea de España, con una retórica que compaginaba desequilibradamente una defensa de la “España plural” con un fuerte nacionalismo español preeminente.

La generalización del modelo consumista, la modernización social y la consolidación de un pequeño Estado del Bienestar, en un escenario de descomposición del movimiento obrero y creciente despolitización y individualización de las relaciones sociales, dio una sólida hegemonía al PSOE por toda una década, conectando bien con las expectativas de las clases medias urbanas y sin perder el favor mayoritario de las clases trabajadoras. La era González terminó en 1996 por el efecto de la crisis económica de 1993 y el estallido de graves escándalos de corrupción, sin olvidar el impacto despolitizador de las transformaciones sociales profundas acarreadas por el propio proyecto de modernización capitalista que facilitó el corrimiento a la derecha de segmentos de las clases medias y trabajadoras. El PSOE de Zapatero regresó al poder en 2004 con una propuesta política que enfatizaba un perfil progresista tradicional en el terreno social y cultural y que en buena medida servía como coartada para camuflar su falta de diferenciación en lo económico con el PP. Pero su proyecto terminó pulverizado por la crisis económica y su aceptación de la euro-austeridad, en un segundo mandado que se apagó al grito del No nos representan. Retrospectivamente, todo el proyecto de modernización capitalista abrazado por la socialdemocracia aparece como una huida sin fin hacia adelante, a modo de una auténtica burbuja estratégica (e identitaria) en la que la socialdemocracia ligó su destino al del propio neoliberalismo, en una suerte de esquema Ponzi vacío y de alto riesgo.

4.Las consecuencias de la tangana en el PSOE y del triunfo de la fracción golpista son todavía imposibles de calcular. No hay duda de que el PSOE se ha metido un gol en propia puerta de los que valen una Champions. El diseño, ejecución y contenido del golpe contra Sánchez, de una brusquedad y tosquedad impresionantes, ha sido la mejor ejemplificación hacia fuera de lo que realmente es este partido. Los propios gerifaltes socialistas se han encargado de dejar claro cual es la naturaleza de su formación y de su política. Pocas veces una organización se auto-desenmascara de esta forma.

Los problemas experimentados el 20D y el 26J van a multiplicarse exponencialmente tras el show para destituir a Sánchez. La base electoral del PSOE, en su mínimo histórico, corre riesgo de reducirse mucho más, acrecentando sus dos grandes problemas estructurales. Primero, el envejecimiento de sus votantes y la pérdida de conexión, en beneficio sobre todo de Podemos, con el voto joven y de mediana edad. Segundo, la creciente desarticulación territorial y geográfica de sus apoyos en las urnas. Muy debilitado en Catalunya, en Euskadi y en Galicia (aunque ahí en menor medida), y sin levantar cabeza en Madrid, corre el riesgo de convertirse en un partido semi-regional, en sentido amplio, pivotando en torno a Andalucía y Extremadura, e incapaz de encarnar un proyecto creíble para el conjunto del Estado. Una situación de alto riesgo para un partido que en los años ochenta funcionó en simbiosis permanente con la propia idea hegemónica de lo que era España.

La crisis por la que se precipita el PSOE beneficia a corto plazo al PP, que finalmente podrá formar gobierno y seguirá concentrado votos en fuga desde Ciudadanos. Pero a medio término, el embarrancamiento del PSOE supone una estocada decisiva a un bipartidismo que ya desapareció en su forma clásica el 20D pero sin ser reemplazado todavía por un nuevo sistema de partidos. La implosión (más allá de la magnitud final que ésta vaya a tener) del PSOE es la implosión del sistema político y de gobernabilidad del Régimen de 1978. Y viceversa.

Con la auto-zancadilla que se ha practicado, en cierta forma el PSOE ha puesto en manos del PP su propio destino. Aunque no sea nada fácil de justificar, si Rajoy se mueve exclusivamente por la razón de partido cortoplacista podría intentar ir hacia unas terceras elecciones, de las que saldría reforzado a costa del PSOE y Ciudadanos, pero al precio de facilitar el sorpasso de Unidos Podemos, asestando un golpe certero a la alternancia turnista sistémica. Sería todo un sarcasmo que a la razón de Estado de Felipe Gonzalez y compañía, Rajoy respondiera con una estrecha razón de partido. Toda una lección para los partidarios de la ley y el orden en el bando socialista. Si, por el contrario, como es probable, prioriza la razón de Estado, optará por no ir a una nueva cita con las urnas que hundiría a sus rivales sistémicos, pero que daría alas a quien juega fuera de las normas, Unidos Podemos. En este caso se “limitará” a imponer unas condiciones draconianas a un PSOE sin capacidad de negociación alguna por su propio auto-sabotaje.

En lo que depende de sí mismo, el futuro inmediato del PSOE es muy complicado. Ir hacia nuevas elecciones en las condiciones posteriores al golpe, equivaldría a un naufragio inminente. Facilitar el gobierno a Rajoy, supondrá una inmolación política y fuerte agitación interna, y quizá alimente las expectativas de Sánchez de intentar reconquistar la dirección (una opción que, paradójicamente, sería la única que podría reflotar en cierta medida al partido). Allanar el camino de Rajoy hacia La Moncloa no implica sólo una abstención. De algún modo u otro tendrá que garantizar la gobernabilidad y facilitar la aprobación de todo el paquete de medidas, de “reformas”, que el nuevo gobierno realizará obedeciendo a Bruselas. Las políticas de euroajuste se han medio paralizado desde hace dos años: primero, en 2015 cuando era preciso dar oxigeno a Rajoy para no hundirlo antes de las elecciones y propulsar a Podemos; después, en 2016 por la interinidad en la Moncloa. Pero en 2017 habrá que recuperar el tiempo perdido. La maquinaria se pondrá en marcha a todo tren. Y el PSOE puede verse arrastrado por ella, dejando así libre el campo de la oposición a Unidos Podemos. Es ahí cuando los verdaderos efectos del golpe contra Sánchez pueden sentirse en toda regla.

Los procesos políticos, y entre ellos los golpes de mano palaciegos, son incontrolables. Una vez arrancados tienen su propia dinámica impredecible y escapan al control de sus propios protagonistas. Abren grietas que pueden provocar terremotos imprevistos en el corto y el largo plazo. Ninguna burocracia controla por decreto una realidad indomable siempre a su voluntad. Quienes orquestraron la rebelión por arriba contra Sánchez lo hicieron pensando salvar a la vez la gobernabilidad del Estado y su partido. Pero el efecto logrado puede ser el contrario. Las paradojas anidan en el corazón de la actividad política. Y la de estos días puede ser mayúscula: los más firmes adversarios de Unidos Podemos dentro del PSOE pueden haber creado las condiciones para el sorpasso que éste último no supo realizar por sí solo. Lo que en otras palabras significa que, si bajo la batuta de Felipe González y Susana Díaz, el PSOE se precipita sin retorno por la senda de la autodestrucción, puede ser que González y los suyos acaben haciendo una imprevista, sorpresiva y valiosísima contribución a las fuerzas de la ruptura que tanto denostan, temen y han combatido a lo largo de toda su vida.



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Josep María Antentas

Profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), Catalunya


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