La madrugada del jueves 14 de julio, el derechista Rodrigo Maia (del partido DEM) fue electo para sustituir a Eduardo Cunha (del PMDB) en la presidencia de la cámara baja del congreso brasileño. Cunha había renunciado a la presidencia del Congreso en medio de un proceso judicial en su contra por corrupción. Maia, apoyado por el presidente interino Michel Temer, reunió votos a su favor de varios partidos burgueses, incluido el Partido de los Trabajadores (el PT de Lula y Dilma), y también del PCdoB, el partido estalinista que apoya a Dilma. Esta alianza entre sectores del PMDB y el PT y sus satélites, planteada asimismo para las elecciones municipales de octubre en Brasil, aunque pueda parecer extraña en realidad no es una sorpresa.
Todos los partidos del régimen apuestan a la gobernabilidad capitalista y de un modo u otro al sostenimiento del gobierno interino de Michel Temer, odiado por la población. Los acuerdos políticos entre el PMDB y el PT, más allá de sus contradicciones, ponen al descubierto la farsa de las denuncias del PT sobre el carácter "golpista" del juicio político contra Dilma. El PT, que trató de reunir apoyo para sí denunciando que Dilma era víctima de un golpe, ha llevado a uno de los impulsores del juicio político a la presidencia de la cámara baja del parlamento. Al tiempo que la burocracia sindical del PT está en contra de hacer huelgas contra Temer, y el PT llama a los campesinos sin tierras y trabajadores sin techo a no realizar ocupaciones de fundos ni acciones de lucha.
Queda al desnudo la intención de los partidos del régimen de avanzar hacia un pacto de unidad nacional para dar continuidad al ajuste antipopular, detener los juicios por corrupción contra dirigentes de todas sus organizaciones, y contener la movilización popular. Propósitos compartidos que estuvieron en el centro de la maniobra parlamentaria del juicio político, en tal sentido una maniobra reaccionaria que debía ser denunciada de manera independiente, como lo hizo la CST, corriente interna del P-Sol. Lamentablemente, la mayor parte de la izquierda renunció a esa independencia y optó por hacer el papel de furgón de cola de Lula y Dilma, con el argumento de que se trataba de un "golpe suave", en vez de sumarse a los trabajadores y jóvenes que gritaban en las calles "Fuera todos", dotando esa consigna de una perspectiva de cambio revolucionario, y planteando movilizaciones que visibilizaran un tercer campo, obrero y popular, enfrentado tanto a los ajustadores del PMDB como a los del PT.
Con cada nuevo hecho, como la divulgación de las grabaciones telefónicas del ex ministro de Planificación de Temer, Romero Jucá, en las que plantea que el objetivo del juicio político a Dilma era propiciar un pacto para garantizar la impunidad de Lula y demás procesados por corrupción; o los sucios pactos electorales y parlamentarios entre el PT y el PMDB, se sigue demostrando que la única manera de luchar de manera consecuente contra el gobierno de Temer es empalmando con el arraigado sentimiento popular de repudio a todos los políticos patronales, que recoge el grito de "Fuera Todos". Las ficciones sobre golpes "suaves" de nuevo tipo, usadas para describir desde una maniobra parlamentaria en Brasil hasta una crisis económica en Venezuela, solo sirven para colocar a la izquierda como auxiliar de partidos burgueses agotados, repudiados por la población, como el PT brasileño, e incluso para avalar medidas reaccionarias como el Estado de excepción aplicado por Maduro en Venezuela. Ante la crisis de los gobiernos llamados "progresistas", cuyo apoyo popular se ha erosionado por la aplicación de severos ajustes y ataques a los derechos democráticos, es necesario levantar una alternativa independiente, verdaderamente revolucionaria.
