Inclementes. Falsos. Injustos. Así han sido los ataques contra Brasil proferidos por los aparatos de propaganda del imperialismo, en una embestida difamatoria que supera las ya tradicionales operaciones contra dicho país en cada fecha previa al Carnaval más famoso del mundo.
Un apocalipsis, una hecatombe política, social y económica daría al traste con el Mundial de Fútbol en Brasil. Corrupción, obras atrasadas, manifestaciones y huelgas, violencia, prostitución y drogas convenientemente repetidas por medios lacayos en cada país daban cuenta de la catástrofe que se avecinaba. El gran responsable, se adivinaba al leer entre líneas, era el gobierno izquierdista de Dilma Roussef, hija política del peligrosísimo tornero mocho de un dedo que declaró como presidente la guerra al hambre en el mundo: Luiz Inacio Lula Da Silva.
Pero la profecía no se cumplió. Ni las favelas bajaron a linchar a futbolistas, las obras se entregaron dentro de los lapsos que fijó el rigor dictatorial de la Fifa, los rollos políticos continuaron su devenir y la violencia que avizoraban (y preparaban) los buitres de las operaciones sicológicas de los tanques de cerebros surtos en Washington fue sustituida por un clima de fiesta, de alegría y humanidad. Al fin y al cabo el “jogo bonito” corre por las venas de un país de casi 200 millones de habitantes y es practicado, nada más y nada menos, que por casi 40 millones de almas.
Así dio inicio a una fiesta mundial deportiva que comparten los pueblos del mundo; a un episodio que forrará de dinero a las grandes trasnacionales ductoras del metabolismo del capital y a una gigantesca operación narcotizante que en muchos confines hará olvidar por momentos a las penurias de la opresión, hoy vivita y coleando urbi et orbi.
El website de la BBC de Londres por ejemplo, un medio que presume de “objetividad” desde la acera de los aparatos de propaganda del liberalismo, no duda en calificar al Mundial de Brasil 2014 como el mejor de la historia, sólo comparable al de México en 1970, “…cuando Pelé, Rivelinho y sus alegres camaradas hicieron historia...”
Prosigue la BBC señalando con un ligero sesgo que ”…la mayoría de los comentaristas coincide en destacar el nivel técnico, las sorpresas, la emoción popular, la tregua otorgada por los manifestantes, el brillo de algunas individualidades y la abundancia de goles”. Obvia la publicación una impecable organización, un dispositivo de seguridad desplegado capilar y milimétricamente y, sobre todo, un ingrediente muy extraño a las latitudes frías de la Vieja Europa: la vida, la alegría, el color y el calor humano del pueblo brasileño.
No señala la mezquindad mundial, por supuesto, que gran parte del dinero invertido por el gobierno de Dilma fue destinado a principalísimas obras de infraestructura social: puertos, aeropuertos, estaciones de transporte, vías de comunicación, centros de salud y hasta viviendas para el pueblo. Una cifra mucho menor se destinó específicamente a la construcción y remodelación de estadios y otras obras deportivas.
Tampoco se dice, y probablemente no se dirá, que una “mano peluda extranjera” azuzó contradicciones en el seno de sindicatos burocratizados para abrir conflictos, pero languidecen de mengua debido a no contar con ningún fervor entre las masas.
La conjura estaba dirigida contra el pueblo brasileño, con Dilma Rouseff a la vanguardia, y ha caído derrotada en lo moral, en lo político y, gane o no Brasil el Mundial, en lo futbolístico.
Y en las elecciones presidenciales de octubre, Brasil continuará ganando el mundial contra la pobreza, la exclusión y el imperialismo eligiendo a Dilma Roussef como presidenta.
El marcador se definirá por goleada.
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