Ernesto “Che”
Guevara
Las campañas contra
el internacionalismo, viejas estrategias goebelianas de terror, han
sido utilizadas una vez más por los imperios contemporáneos (EU-OTAN)
para criminalizar o estigmatizar cualquier proceso de los pueblos que
ellos sospechen, choca a sus intereses: los del capital, los de las
grandes transnacionales. En nuestra América Latina sobran los ejemplos
de cómo cualquier intento de forjar un país autonómico o solo el
esbozo de un proyecto humanista, es sometido al escarnio e inmediatamente
llevado a su destrucción. Para ello las campañas de descrédito terminan
constituyéndose en el arma más eficaz. Soy un hombre de 63 años y
en mi vida he podido ser testigo de las más viles difamaciones contra
individuos por sostener los ideales utópicos del socialismo o comunismo,
o simplemente de democracias con espíritu integracionista. Viví en
carne propia el golpe contra el presidente Allende a quien la prensa
Chilena acusaba de las más aberrantes perversiones, para luego descubrirse,
por revelaciones de archivos secretos de la CIA, que se trataba “simplemente”
de un plan para derrotarlo.
En los años 60, Betancourt
y Leoni desarrollaron campañas contra los movimientos insurgentes,
utilizando las consignas de guerra fría que en aquel momento se enfilaban
desde los Estados Unidos contra la Unión Soviética. Ya la Iglesia
durante siglos había abonado el terreno en Centro y Suramérica. De
ello se encargaron las falanges de curas españoles que igual a los
conquistadores del siglo XVI, penetraron ciudades, pueblos y las más
apartadas aldeas de nuestra américa indígena. Recuerdo que siendo
aún niño, me llamaba poderosamente la atención un cartel inmenso
a la entrada del Colegio Jesuita (para niños ricos) San José de Mérida.
En él se veía una espantosa escena de edificios en llamas. Así se
daba la bienvenida diaria a sus alumnos. Lo complementaba un texto en
grandes letras: “EL COMUNISMO ES DESTRUCCIÓN”. Esos niños, no
hay duda, terminaron siendo con nuestros líderes de la IV República.
Esa operación se mantuvo,
se reforzó y perfeccionó. Ahora se trataba de aterrar a todo
un pueblo. Aún hoy se escuchan los ecos de la “campañita”;
aquella que dice algo así como: “Si los venezolanos intentan alejarse
de la influencia norteamericana, serán atrapados por las garras del
comunismo internacional… las de los rusos, chinos y cubanos.” Por
supuesto estas recetas iban bien condimentadas con los vocablos Marxismo-
Leninismo. En ellas se sentían una embestida de odio increíble. En
ellas se metamorfoseaban los hermosos propósitos originales de Marx
y Engels en una horrible máscara con expresiones inenarrables de terror.
Recuerdo que años después, estas mismas palabras las utilizó la chillona
e hiriente voz del criminal Pinochet. Su tétrica forma de hablar coincidía
asombrosamente con la espantosa carga semántica que él sabía darle
a cada uno de estos vocablos. Curiosamente, buena parte de la clase
media chilena y los amos de la cordillera asimilaron el efecto esperado
por el norte imperial y en ese sentido se puede afirmar que las campañas
difamatorias fueron definitivamente exitosas. En contraste, a la clase
obrera no le asustaban tales términos; ya se había avanzado en la
toma de conciencia de sus derechos. El ejercicio de la justicia enseñado
por el presidente Allende les hacía cada vez más libres y por lo tanto
los vocablos Marxismo-Leninismo terminaban siendo palabras buenas. Al
imperio no le quedó otro remedio que la aplicación de la violencia
despiadada del golpe de estado. Queda claro entonces que combatir mediáticamente
el internacionalismo solidario no es más que una vieja artimaña del
imperio para impedir que los pueblos se unan y se liberen. Divide
et impera. Se dice que Luis XI de Francia (1423-1483) aplicó
esta máxima con gran éxito. Fomentó las disputas entre su nobleza
hasta alcanzar su objetivo de dominarles. Ésa, para nuestra desgracia,
ha sido la esencia de la política internacional contemporánea de los
imperios. Dependerá del grado de conciencia y compromiso de nuestros
líderes latinoamericanos y del caribe con sus pueblos expectantes,
el poder avanzar hacia el fortalecimiento del CELAC.
En cuanto a los temores
frente al “expansionismo ruso o chino” pudiera decirse que
fue precisamente el concepto del internacionalismo proletario de Marx
y Engels, la energía vital de las revoluciones en cada uno de esos
países. Es importante recordar que el capitalismo sostiene a los imperios
a través de relaciones estrictamente comerciales en las que privan
la banca y las bolsas de valores. En cambio, las relaciones entre países
soberanos, esas relaciones se basan en los principios humanistas y marxistas
de la solidaridad internacional y la lucha de clases por la justicia
social. Si los primeros proyectos inspirados en el marxismo han fracaso
ello se ha debido a la mala praxis o a la muy mala interpretación de
sus principios. Ello no significa que los contenidos primigenios de
igualdad, solidaridad, justicia e internacionalismo de las teorías
marxistas y engelianas han desaparecido; por el contrario, sobran los
ejemplos de manifestaciones concretas desde la nueva Rusia o China de
la buena práctica de la solidaridad internacional. Por ejemplo, los
tratados internacionales de comercio que Venezuela está firmando en
estos momentos con la República de China, Rusia o Bielorrusia, como
también con Brasil, Cuba y Argentina, contemplan la figura de TRANSFERENCIA
TECNOLÓGICA, factor que jamás ni nunca se utilizó en los tratados
con los Estados Unidos durante la IV República. Del mismo modo es altamente
estimulante observar cómo Cuba, sin ser una nación boyante en
recursos, practica cotidianamente el internacionalismo con países del
mundo entero sin pedir nada a cambio. Venezuela está comenzando a practicar
el ejercicio hermoso del internacionalismo con programas de salud, educación
vivienda en países hermanos. ¡Esto es internacionalismo y no imperialismo!
Dice José María
Laso Prieto de la Universidad de Oviedo, España: “La clase
obrera de cada nación no puede considerar su lucha al margen de la
del proletariado de las demás naciones, pues su enemigo no es sólo
la burguesía de su propio país, sino además, la de la burguesía
de los otros países. De ahí que sean comunes los intereses fundamentales
de todo el proletariado internacional.”
¡Alegrémonos! Latinoamérica
ya tomó la vía de la integración. Somos testigos históricos de la
más contundente voluntad de internacionalismo solidario de nuestros
pueblos. Venezuela recibe, con orgullo de patria grande, la reunión
de los 33 países que conformarán la Comunidad de Estados Latinoamericanos
y Caribeños (Celac). Las relaciones internacionales que se avecinan
se fundamentarán, como dice nuestro presidente, en un mundo multipolar,
de allí que la expresión “otro mundo es posible”, emanada del
Compromiso de Porto Alegre, Brasil, 28 de enero de 2001, y que tanto
eco planetario ha tenido, se va haciendo hoy toda una realidad. Por
supuesto que estos conceptos son difíciles de asimilar o de entenderse
si se miran desde la óptica del hombre formado en el capitalismo que
confunde realización con riqueza material y menos lo comprenderá
si se le habla de la solidaridad como manifestación superior de amor
a la naturaleza y a los seres humanos.
Por último, es importante
que se sepa que Bolívar, San Martín, O’Higgins, Zapata, Abreu de
Lima, Martí, Sandino y Morazán, internacionalistas, amantes
de la libertad, liberadores de pueblos, se harán presentes en Caracas
para acompañar esta victoria de los pueblos latinoamericanos y del
caribe. Al presidente Chávez, uno de los mayores impulsores de
esta nueva gesta, los pueblos se lo agradecerán por siempre.