Una Revolución sin libros

En esta vorágine que ha significado la Revolución Bolivariana hemos sido testigos de hazañas que hace diez años hubieran sido impensables.

Hemos visto derrumbarse partidos políticos que contaban con todo el poder y el dinero para manejar a su antojo, uno de los países de más recursos naturales del planeta, y ahora sólo son un infame recuerdo y han quedado para hacer el ridículo y servir de burla a cuantos los escuchan.

Se han desvanecido mitos en torno a la diplomacia formal y académica y se ha demostrado, con pruebas, que la integración de nuestros pueblos latinoamericanos no es mero discurso sino realidad. Ahí está UNASUR, el ALBA, amén de los muchos convenios de cooperación e integración.

Y sería egoísta en extremo dejar de reconocer que a pesar de las fallas, el sistema de salud actual nos ha dejado una infraestructura operativa como no se había visto nunca en Venezuela. Sin embargo hay que aclarar que todo ese sistema de reformas no podrá llevarse a cabo si antes no profundizamos en crear conciencia y mecanismos de reflexión en nuestro pueblo.

De nada valen consignas, ni “micros televisados”, ni mensajes radiales, que traten en pocos minutos de hacernos compenetrar con una nueva forma de pensamiento crítico, y que tienda a forjarnos hacia etapas superiores del pensamiento.

Eso es simple retórica propagandística que al final no nos deja más que un vacío difícil de llenar. No podemos actuar guiados por pasiones y simbolismos.

Es inaplazable que se comience una campaña educativa en torno a la necesidad de leer. Y en esta etapa inicial se deben publicar libros que lleguen a las masas y los conviertan en lectores asiduos. Ávidos por terminar un libro y comenzar otro.

Eso si, libros que al principio sean amenos y digeribles para un público que ha sido educado en su mayoría en una cultura televisiva que ha implantado en nuestra mente sólo imágenes y musiquitas pegajosas, dejándonos sin capacidad de razonar y evaluar lo que vemos y oímos.

En un esfuerzo por querer llevar cultura al pueblo, recuerdo que se imprimieron medio millón de ejemplares de “Los Miserables” del autor francés Victor Hugo. Un esfuerzo monumental considerando que se trata de tres tomos. Esta obra es un excelente estudio de la sociedad de su época, así como de las pasiones, caracteres y actos, que en la misma tienen lugar. Sé que puede ser impertinente de mi parte, pero en mi opinión: Los Miserables, ciertamente no son un libro para un público, que como dije, se asoma apenas a la lectura.

Tenemos que ganar lectores con libros que los motiven a seguir cultivándose. Un ejemplo para mi sería la música clásica. Yo no puedo empezar por la novena sinfonía de Beethoven sin antes no escucho y entiendo la música a través de Bach o Vivaldi.

Me atrevo destempladamente y a riesgo propio a proponer: “Las lanzas coloradas” de Arturo Uslar Pietri, “Doña Bárbara” de Rómulo Gallegos, “El sombrero de tres picos” de Alarcón, “La máquina del tiempo” de George Wells, “La isla del tesoro” de Robert Louis Stevenson, “Narraciones Extraordinarias” de Edgar Allan Poe, y subiendo, poco a poco, un libro infaltable en estos momentos de cambios y transformaciones como lo es “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano.

Finalizo haciendo un llamado al gobierno nacional y a sus editoriales y los dejo con una cita para reflexionar:

“Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”

Miguel de Unamuno


luisortega69@hotmail.com


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Luis Ortega Segovia


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