Refranero de Luis Herrera y el gobierno del siglo XXI: ¿Derivosaurios?

Las frases sentenciosas y total abarcadoras que suele usar el discurso político, religioso y el publicitario (contiguamente, las redes sociales), así como el refranero popular, entre otros géneros, aparentan ser irrefutables. En verdad, son lugares comunes que se apoyan en la aceptación general de una determinada cultura y tiempo. Quienes se expresan con estas frases no se sienten llamados a pagar el precio de afirmar algo en forma tan audaz y categórica. Tal como es de esperar que se haga mediante argumentaciones válidas y coherentes. Nada que ver, a lo sumo, resulta suficiente que sean verosímiles. En descargo del refrán se puede decir que a través de la historia han enriquecido el significado de la oratoria y la literatura, al agregar humor, concisión, realismo, profundidad y conexión con el destinatario oyente o lector. No es el caso, de los otros discursos, sobre todo el político, el cual se tiene como serio y grave, sin serlo en el fondo. Dicho de otra forma: el político —en los hechos—no es un discurso autentico. De allí la tendencia mundial a creer cada vez menos en la democracia, en proporción equivalente al crecimiento de las opciones autoritarias y de la extrema derecha.

Esa fraseología sentenciosa no soporta el devenir, por cerrada, definitiva y dicotómica. No reconoce matices, ni claroscuros. Tampoco lo que está dentro (y afuera) de la forma o bajo (o en el contexto) de la superficie y mucho menos sabe de la imagen que se forman quienes miran desde otras perspectivas, dando por buena e indubitable la imagen propia, de la que ni siquiera llega a enterarse de que es una imagen entre muchas posibles. Es tajante y lineo-divisoria: "To be or not to be" ¡blanco o negro! Un templo a lo simple: ¡o es lo uno o es su polo extremo! No es casual que el discurso autoritario y demagógico populista las tenga en la cima de sus preferencias, incluyendo, no solo, sus versiones izquierdistas, socialdemócratas y democratacristianas, sino también la ultraliberal de: "Eres el único responsable de tu desgracia", ¡jódete o, si puedes, encárgate! En todos los casos es un lenguaje totalitario, un pensamiento oscurantista y unas prácticas de gobierno cesaristas y corporativistas.

Ejemplos de esta cultura signo-totalizante en nuestra arena política son las prácticas binarias y excluyentes del gobierno: "Quien no es nuestro amigo, es nuestro enemigo", por supuesto, aplica también para sectores y líderes de oposición. Entre las expresiones concretas están: "Dudar es traicionar"; "Comuna o nada"; y una de las más elaboradas: "Sin truco ni maña, el mazo no engaña". Esta es de antología: "Muchos terminan traicionando a la revolución solo porque ya han robado lo suficiente". ¡Dios, vivir para ver! Y ¿mientras robaban y no traicionaban?, ¿eran de los buenos?, ¿no había rollo con eso? Este discurso de la exclusión y el autoritarismo se ejerce sin perjuicio de frecuentes distracciones y fugacidades de la memoria, que terminan afectando el decir, es el caso de: "No dudé ni un milímetro de segundo"; "Se descubrió una aguja en un penal"... Un Freud criollo diría: "Por tu boca habla el pensamiento del corazón".

En fin, Mark parafraseando: el discurso autoritario es la fase superior de la narrativa democrático populista. Esos autoritarismos fraseológicos podrían ser vistos con despreocupado interés anecdótico y hasta con humor, lo que no está mal, visto su potencial carácter rebelde (y conservador también), si no fuera por el detallé de que quienes las mientan poseen las armas de la República y monopolizan el uso de la fuerza. El uso de las fórmulas sentenciosas le viene como anillo al dedo.

El refranero del fallecido expresidente demócrata cristiano Luis Herrera Campíns también es de antología: creaba tanta expectación en 'la opinión pública' como sus propias decisiones, medidas u omisiones. De célebre recordación: la represiva masacre de Cantaura, disfrazada de enfrentamiento militar; el Viernes negro devaluacionista e inflacionario, con su tecno-ministro Díaz Bruzual; y el quiebre del Banco de los Trabajadores por parte de los altos directivos de la CTV y de su gobierno. A cada crisis, día y hora que un periodista le preguntara, correspondía un refrán. El presidente oriundo el estado Portuguesa, celebre también porque fue castigado por los medios —ya que se atrevió valiente a limitar la publicidad de cigarrillos y bebidas alcohólicas—, con sus adagios le quitaba rigurosidad a las políticas que aplicaba y hasta un toque de humor le incorporaba a los polémicos eventos de su gobierno. No es ahora la oportunidad de discernir si su buen humor era o no cínico o sarcástico, lo cierto es que a una buena parte del país 'le hacía gracia' y que le quitaba —o ese intenta el hábil orador y llanero socialcristiano—presión al estrés político nacional.

Pero el gobierno de hoy es todo lo contrario. Atiza el malestar general de la población, al agregar nuevos motivos para la irritabilidad popular. Un presidente bailador que anuncia el adelanto de la Navidad y nos enseña los bellos y decorados jardines de Miraflores (con arbolote decembrino incluido), mientras las mayorías padecen lo insufrible con un salario básico y mínimo legal de 2,6 dólares mensuales, no es la mejor escenografía para estimular el buen humor, menos aún para restituir la confianza perdida. ¿Cómo no ver lo que ven todos? Unas mayorías que sufrimos todo tipo de limitaciones por causa de las políticas más draconianas que nuestras generaciones hayan conocido, resumidero de las viejas medidas de control y orden público, pero con más tecnología, sin pan ni proteína que comer, pero con mucho circo.

Finalmente, los refranes de Luis Herrera sobrevivieron, como sobrevivieron todos aquellos que fueron embarcados en "Don Quijote de la Mancha" y demás obras de Cervantes y de los escritores del siglo de oro español. ¿Una carambola? Quizás. Pero ni de lejos es la fortuna de las frases del actual gobierno, detonantes de mayores malestares, que se acumulan como capas de irritable y lagrimal mal humor.

Y sí, lo admito. Yo soy el Derivosaurio, ¡y al cuadrado! Seguía tanto el refranero del fallecido expresidente como hoy estoy pendiente de las sentenciadas expresiones del gobierno de turno. Y, claro, sin ninguna expectativa de derecho a apelar nada ante nadie. Nada, porque nada hay en la despensa.



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Servio Antulio Zambrano


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