La República Popular de China -ya con Mao Zedong como su líder máximo- se trazó un camino propio para hacer triunfar la revolución socialista, atendiendo a sus peculiaridades, para luego emprender su modernización, manteniendo hasta la fecha un patrón que, no muchos aceptan, es de orientación auténticamente socialista o, por lo menos, no al modo como lo anticiparon doscientos años atrás Karl Marx y Friedrich Engels. Para el activista de izquierda hongkonés Au Loong-Yu, autor de «El ascenso de China: fortaleza y fragilidad», no se puede simplificar lo que es y representa China actualmente: «En mi opinión, "capitalismo burocrático" es el concepto más apropiado para China porque captura la característica más importante del capitalismo en ese país: el rol central de la burocracia, no solo en la transformación del Estado (de uno hostil a la lógica capitalista –aunque jamás genuinamente comprometido con el socialismo– a uno completamente capitalista), sino también en el enriquecimiento propio mediante la fusión del poder de coerción y el del dinero». Según cifras del Banco Mundial, entre 1980 y 2020, China ha sacado de la pobreza a 800 millones de sus habitantes; un récord que no puede exhibir, hasta ahora, ninguna de las naciones tradicionalmente capitalistas. Para varios analistas, este crecimiento económico ha sido la fuente fundamental de la legitimidad política más importante del gobierno del presidente Xi Jinping y del PCCH.
El temor estadounidense (y europeo) de que la influencia global de Beijing se concrete en un expansionismo que termine por reducir y, eventualmente, por desplazar su hegemonía, ha hecho que Estados Unidos haya asumido una estrategia de guerra económica; pretendiendo envolver al gigante asiático en algo similar a lo hecho en su momento con la Unión Soviética hasta hacerla colapsar. Bajo el liderazgo del presidente Xi Jinping, China -a diferencia de las principales potencias capitalistas, habituadas a la expoliación y la dominación colonialista- está desarrollando una política de inversión mundial, sin agresiones ni injerencias, en lo que ha denominado geopolítica de la complementación. En su análisis «La geopolítica de la complementación, hacia un nuevo modo de abordar las diferencias», Javier Tolcachier indica que «la estrategia de inversión, que originalmente se basó en la complementariedad de realizar proyectos de infraestructura y extender financiamiento a cambio de la provisión de alimentos y otros recursos naturales, hoy se ha diversificado, apuntando al mismo tiempo a engrandecer los mercados locales, para poder a su vez exportar más y mejores productos. Estrategia, que al menos en la teoría, debería beneficiar a las poblaciones locales, de no mediar el capitalismo 'realmente existente' que solo favorece a las minorías que concentran la riqueza producida». Aunque algunos en «Occidente» pongan en duda este marco de bienestar compartido, lo cierto es que China se ha perfilado como el socio adecuado para muchas naciones de nuestra América, África y del Caribe, interesadas cada una en disfrutar de las «bondades» capitalistas del gigante asiático. Lo que, por supuesto, causa escozor al Imperialismo gringo y a sus asociados, ansiosos por conservar intacta su hegemonía, a toda costa.
China y su capitalismo tecnodesarrollista -aún con algunas limitaciones- representan un serio reto para las naciones desarrolladas de Occidente, las cuales buscan frenar su expansión, del mismo modo como se hizo con Japón en el pasado siglo. Para ello ha desatado una guerra económica con sanciones diversas que apuntan a evitar que sus productos (especialmente de transporte y telecomunicaciones, de alta calidad) tengan libre acceso a sus mercados, deteriorados en gran parte por las crisis cíclicas que han tenido que afrontar en las últimas décadas. China ensaya una nueva variante del capitalismo manteniendo vivo el espíritu y la conducción comunista, en una simbiosis que asombra y desconcierta a muchos estudiosos (marxistas y liberales) en todo el planeta, habituados a discernir todo de un modo binario. Un factor decisivo para lograr tal propósito es, sin duda, el papel ejercido por el PCCH. A propósito de ello, en uno de sus artículos («¿Qué es la economía de mercado socialista de China? ¿Es socialismo, es capitalismo…?»), el economista Pedro Barragán explica: «El Partido Comunista de China es el motor y guía de la economía de mercado socialista del país. Su capacidad para combinar la planificación centralizada con elementos de mercado le permite a China perseguir un modelo de desarrollo único que maximiza la eficiencia y la estabilidad. A través del control estratégico de empresas estatales, la formulación de políticas económicas, el énfasis en la estabilidad social, el impulso a la innovación tecnológica y la expansión global, el PCCh asegura que los objetivos de la nación se traduzcan en resultados económicos y sociales tangibles».
Una de las claves de este espectacular crecimiento y desarrollo se ha basado en la capacidad china de trazar su propio rumbo, manteniendo su sistema de «socialismo con características chinas», y extrayendo lecciones de su devenir en estas cuatro décadas. Los desafíos de finales del siglo pasado (años 70 y después de 1989) parecían insuperables, provocando un intenso debate interno en la dirección del país. Las dificultades económicas superadas a finales de los noventa fueron de mayor calado que las actuales. En todo momento, China ha sabido mantener su propio modelo, aplicando nuevas reformas, desarrollando la economía y buscando la estabilidad macroeconómica y social. Aportando, además, un enfoque tradicionalmente pragmático, adaptativo y a largo plazo. A propósito de la realización de la tercera sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista Chino, en su artículo «China: Algo más que un destacado paso», Xulio Ríos refleja que «la configuración de un mercado mejor gobernado con menos restricciones a la población y mayor eficiencia en la asignación de recursos constituye todo un reto práctico pero también teórico para conciliar dicho proceso con el signo ideológico de la orientación política bien presente al señalar la consolidación y desarrollo de la economía de propiedad pública como activo irrenunciable. No hay experiencias en las que China se pueda basar y deberá proseguir en su empeño 'cruzando el río sintiendo cada piedra bajo los pies'». Con ello, China se encamina a su cuarta revolución industrial, impulsada por la inteligencia artificial, la robótica, internet y otras aplicaciones masivas de «big data» para la gestión de la cadena de suministro, el transporte, la atención médica y otros campos; todo lo cual incidirá, sin duda, si no se precipita un conflicto de mayor envergadura con Estados Unidos y la Otan, en una nueva reconfiguración del mundo hasta ahora conocido.