La hegemonía, la poshegemonía y la afectualidad revolucionarias

LA HEGEMONÍA

La teoría de la hegemonía, de origen gramsciano, ha sido revisada y revitalizada por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en un contexto en el que las teorías políticas padecen la crisis del imaginario (ideas-fuerza) de la Modernidad, y que se ha expresado posmodernamente como "el fin de la política". Sus contribuciones intelectuales han resaltado, entre otras tesis, el componente afectivo o afectual como dimensión constitutiva de la producción de la hegemonía política, particularmente en sus estudios del populismo. En un primer momento vamos a presentar sucintamente los desarrollos de Laclau (2005) sobre lo afectual expuestos principalmente en su texto La razón populista.

Para empezar, creemos que la reivindicación hecha por Laclau de la dimensión afectiva para dar consistencia revalorizadora a la noción de hegemonía, es superadora de una concepción tan solo racionalizadora de la teoría política progresista y radicalmente democrática. Por ello, es importante revisar e interpretar la forma en que él anuda la afectividad con algunas de las otras nociones o conceptos que desarrolla para reteorizar la fundamentación y legitimidad de sus propuestas teórico-políticas. Así mismo, es conveniente acotar las observaciones críticas que le han formulado desde la perspectiva de la llamada poshegemonía al respecto.

Laclau, para sustentar su teoría sobre la hegemonía en la sociedad, recurre a la articulación de la semiótica y del psicoanálisis. De este último, recupera los aportes conceptuales de Jacques Lacan primordialmente. Debido a ello, él producirá su teoría a partir de reconocer que los sujetos conllevan una falta o vacío imposible de colmar o completar que los incapacita para lograr una identidad individual o colectiva cerrada o completa. Esa falta consiste en que no podrán aprehender simbólicamente a la totalidad o completud de lo Real, un resto imposible de asimilar, representar o significar (lo Real como lo que opera en lo social para producir su antagonismo, su dislocación, sin ser su fundamento último). Por esta razón el psicoanálisis califica a los sujetos como "seres en falta". Por la misma causa, se considera que la sociedad como tal, no puede representarse plenamente a sí misma. Conviene aclarar que aquí lo simbólico remite a una estructura normativa de significación o sentidización, junto a lo imaginario, que permite algunas combinaciones significativas y otras no, así como con los tipos afectivos.

Es de destacar que Freire (1997), desde otro enfoque, refiere también la incompletud, la finitud, el inacabamiento o inconclusión de los seres humanos para justificar la educación liberadora con la finalidad de que se "autocompleten" o "autodesarrollen" realizadoramente a través de la autonomía y la comunicabilidad-dialogicidad resignificadora del mundo y de sus vidas entre ellos, "Es en la inconclusión del ser, que se sabe como tal, donde se funda la educación como un proceso permanente. Mujeres y hombres se hicieron educables en la medida que se reconocieron inacabados… También es en la inconclusión donde se cimenta la esperanza." (p. 64).

En Laclau, la falta ontológica que bloquea la posibilidad de que el ser sea plenamente, se constituirá paradójicamente en la causa del ser al buscar necesariamente un imposible de realizar para colmar, llenar o completar la falta. Dicha falta en los sujetos, también cruza al orden de la cultura o "Gran Otro". Él afirmará su teoría de la hegemonía en la búsqueda de llenar esas faltas o carencias para lograr la identidad, pese a ser un imposible. En consecuencia, la sociedad como espacio social cerrado o suturado no existe. Laclau, por ello, a falta de un fundamento ontológico fijo de lo social, asume a la contingencia y a la política como intentos fallidos de construcción de la totalidad social, en tanto envuelta ésta en la dialéctica de lo necesario e imposible.

Es imposible porque lo social no tiene cierre o sutura, siempre estará abierto. El fundamento de lo social está ausente o vacío, y no existe nada que ocupe su lugar que no sea su necesaria búsqueda permanente, porque sin sentidización o significación, por parcial, imaginaria e inestable que sea, lo social sería psicótico.

De allí se desprende que los sujetos, o sus identidades socioculturales, dependen de la actuación de lo político. De igual manera, todo intento político por llenar el vacío del fundamento faltante, será transitorio y precario. Por lo que el juego de lo necesario-imposible, quedará sujeto a la contingencia política. Lo político consistiría, por consiguiente, en el campo de la permanente búsqueda de la transitoria articulación estabilizadora de lo social y de su necesidad e imposibilidad definitiva.

En razón de ello, Laclau ofrece la noción de hegemonía en tanto posibilidad cierta de suturar o cerrar provisoria e inestablemente la apertura de lo social debido al carácter flotante de los significantes discursivos que lo relacionan y cohesionan débilmente. La hegemonía, por tanto, sería una práctica social discursiva articuladora por medio de un significante vacío que provisionalmente fija esa flotación significante para producir identidades socioculturales en los pueblos o naciones.

En ese sentido, lo político es constituyente de lo social y no al revés. Esto desdice del planteamiento de Antonio Gramsci respecto a la predeterminación social de la clase obrera como articuladora de la hegemonía. De aquí que el concepto de significante vacío cobra total vigencia en el discurso de Laclau. Con el cual quiere referir la generalidad incluyente y unificadora, políticamente sentidizadora, que puede traducir un significante de modo estratégico, unificando a distintos sectores sociales, al reunir, ampliar y hacer equivalentes trascendentalmente en una consigna sintetizadora y superadora, por ejemplo, las diferentes demandas socioeconómicas populares, expresadas con términos reclamantes menos incluyentes o parciales por específicos o particulares respecto de sus necesidades insatisfechas, en su lucha ya no inmediatista, sino estructural, por satisfacerlas. Significante vacío como significante de una totalidad social ausente, de su falta, que nombra una plenitud imposible pero necesaria para significarla y representarla para producir hegemonía.

LA LUCHA POR LA HEGEMONÍA

La lucha por la hegemonía es la lucha por llenar temporalmente esa falta o carencia a través de la representación de un significante parcial de una totalidad que lo rebasa, haciendo posible una identidad.

No obstante, esos procesos de identificación sociocultural y políticos viabilizados discursivamente por medio de los significantes vacíos, no comprenden únicamente operaciones lingüísticas, simbólicas y representacionales, ya que la falta o el vacío para llenarse convoca o implica la satisfacción del deseo de colmar esa falta, su búsqueda conlleva el deseo de lo que falta, una producción deseante de un goce presimbólico o afectivo en términos psicoanalíticos, "sería erróneo pensar que, al agregar el afecto a lo que hemos dicho hasta ahora acerca de la significación, estamos uniendo dos tipos diferentes de fenómenos… La relación entre significación y afecto es, de hecho, mucho más íntima que eso" (Laclau, 2005, p. 142).

Por esa razón, el goce inviste (catéctica o afectivamente) al significante vacío, a la lucha por la hegemonía, y a las subjetividades implicadas, operando a través de la energía de la dimensión afectual, "lo que significa investidura radical: el hacer de un objeto la encarnación de una plenitud mítica. El afecto (es decir, el goce) constituye la esencia misma de la investidura" (ob. cit., p. 148). Sin el afianzamiento afectual de lo simbólico en el significante vacío, no se construye la hegemonía. Esto, lo complementaríamos, a propósito, y en consecuencia, con el goce también que produciría la intencionalidad político-cultural de la contrahegemonía en quienes orientan sus acciones opositoras ante la hegemonía del capitalismo neoliberal, repitiendo lo dicho por Jameson (1995), en cuanto a sus sensibilidades y su afectualidad, esa contrahegemonía pudiera "llevarnos a gozar de la posibilidad de que todo cambie" (p. 245).

Agregamos por cuenta nuestra a la implicación de lo afectivo en la significación en Laclau, que en el campo de las relaciones sociales, lo afectual no se traduce tan solo en la afectividad intersubjetiva, sino en su trascendencia trans-subjetiva, como representación imaginaria de un objeto-modelo de sociedad que falta y es deseado como afectualidad, en cuanto transfiguración de la afectividad. Para decirlo con palabras de Gilles Deleuze, "los afectos no son sentimientos, son devenires que desbordan a aquél que los vive (quien se vuelve, de este modo, otro)" (citado en Beasley-Murray, 2008, p. 46). Así, lo afectual, o la afectualidad, puede ser un significante vacío para construir hegemonía, de algo que falta, como en este texto se propone para transformar la educación y la sociedad, al convertirse en nombre o significante de algo que lo excede: la afectualidad como un nuevo relacionamiento social.

Propuesta de un nuevo relacionamiento social que se sustenta en que todo vínculo social es expresión de la energía libidinal o erótica, como se deriva del enfoque socio-psicoanalítico, y que condiciona los procesos de identidad en la subjetividades individuales y colectivas. Energía libidinal o afectual que es sustancial o constitutiva de toda cristalización significante o simbólica que favorece o resiste las transformaciones socioculturales.

LA POSHEGEMONÍA Y LA AFECTUALIDAD

Entre los críticos de la teoría de la hegemonía de Laclau, sobresale Beasley-Murray (2010) con su texto Poshegemonía: teoría política y América Latina. Su crítica a la noción de hegemonía la formula así: 1°) es reductiva de los movimientos sociales porque los remite a las demandas que le exigen al Estado, sin considerarlos como expresiones novedosas y recreadoras de formas de participación, contestación y transformación social, 2°) de este modo, privilegia la relación Estado-pueblo que reifica o fetichiza el Estado como entidad trascendente de poder que limita el poder constituyente de la multitud, y 3°) concentra su perspectiva en la escala de lo nacional en lugar de enfocarse en una articulación de lo local con lo continental y lo global. Sin embargo, reivindica el papel estratégico que juega lo afectivo junto al hábito y la multitud para producir análisis e interpretaciones políticas más pertinentes (Beasley-Murray, 2008). No circunscribe lo afectual tan solo a un soporte constitutivo de la significación o simbolización sociocultural y política, como lo hace Laclau. Incluso, se atreve a proponer la necesidad de producir una teoría afectiva o afectual del poder per se, pues para él, el afecto es una intensidad impersonal de naturaleza colectiva, mientras que el sentimiento es de carácter personal o privado. Con ello, creemos, se coincide con la idea nuestra respecto a la concepción de la afectualidad como propuesta de naturaleza social trans-subjetiva.

Para él, sin considerar que existen formas de relacionamiento pedagógico liberadoras por no-burocráticas o no-bancarizadas para favorecer una hegemonía contrapuesta a la neoliberal, el concepto de hegemonía encierra o connota un tipo de relación educativa o pedagógica conservadora y reproductora de la dominación ideológica, ya que supone a alguien que enseña porque "sabe" (el líder, los dirigentes, el partido, la vanguardia, etcétera) y otros que aprenden por ser "ignorantes" (las masas, el pueblo, en el caso del populismo), impidiendo u obstaculizando otros tipos de relacionamiento, como los autogestionarios o de autogobierno, que desarrollan creativamente las formas emergentes e insurgentes del poder político instituyente de las multitudes por propia cuenta. Con base en ello, propone una alternativa política poshegemónica centrada en orientar y favorecer dinámicas afectivas o afectuales que propicien encuentros formadores de hábitos (afectividades cristalizadas, inmovilizadas o "congeladas") constructores de cuerpos colectivos más potentes, configurados en y mediante lo afectual: la multitud. Dinámicas productoras de formas de sincronía y orquestación de cuerpos y ritmos que expresen lógicas antiburocráticas y democráticas de poder, como prácticas encarnadas conscientemente en su lucha por cambiar estructuralmente a las sociedades capitalistas.

Si bien Beasley-Murray contribuye con sus aportes a la necesidad de comprender mejor el papel de la afectividad y los hábitos en la formulación de proyectos y luchas para afianzar el poder instituyente de las multitudes, con ello no creemos que descalifica a los proyectos y luchas por la organización revolucionaria de la hegemonía; por el contrario, vemos en sus formulaciones "poshegemónicas", que paradójicamente, busca lograr una hegemonía desde el consenso discursivo que pueda lograr alrededor de sus planteamientos. Además, participamos de la idea de que por más que se desarrollen luchas que permitan afianzar el poder autónomo y horizontal contra la expropiación decisional de las multitudes por parte de la verticalista representación burocrática, es necesario para coordinar y dirigir, un cierto tipo de representación transitoria, renovable y revocable que sea sujetada contralora y democráticamente por la multitud, en el marco de la lucha contrahegemónica para enfrentar al capital y su Estado.

La afectividad, o la afectualidad, es clave en la comprensión y elaboración de la poshegemonía, según Beasley-Murray (2010). Lo afectivo en él, interpretándolo, no es solamente la capacidad corporal de afección, de afectar y ser afectado por otros cuerpos; al ocurrir la afección entre los cuerpos, estos, según la intensidad de la afección, pueden transformar su inmanencia en trascendencia, volviéndose o transfigurándose en cuerpos-otros, un otro-nosotros grupal o colectivo. Ello puede concebirse como política de la inmanencia o inmanencia política de los cuerpos, ya que producen una transformación instituyente en lo social: un nuevo relacionamiento social transformador de sí mismos y de la sociedad a partir de la afectación (lo afectual) de los cuerpos entre sí. Por ende, para nosotros, lo afectual es mucho más que el poder de la inmanencia corporal, de la capacidad intrínseca de los cuerpos, es potencialmente el poder de su soberanía trascendente o transfiguradora. En su despliegue social se contrapone la trascendencia de la afectualidad a la inmanencia del poder estatal. De aquí, proponemos, que pueda existir una política de lo afectual, lo que implica su relación con el Estado y la gubernamentalidad.

Siendo que la naturaleza de todo Estado es dominar la sociedad, es lo que le define, el poder estatal, es una relación de lo instituido con la insurgencia de lo afectual-instituyente, que el Estado trata de capturar o asimilar a su legalidad instituida, o perseguir como "exceso emocional", reduciendo la afectualidad, en tanto indicio de un nuevo relacionamiento social, a lo emocional-intrascendente, pero pretextando que puede conducir a la pérdida de la cordura o normalidad social en los individuos, poniendo en riesgo el orden establecido en la sociedad por el Estado. La afectualidad atemoriza al orden sociopolítico instituido, que emplaza y exhibe su violencia estructural, porque la afectualidad anuncia otro orden posible sustituyente. Frente a ello, los Estados-gobiernos tratan de investirse retórica y demagógicamente de afectividad para neutralizar a la afectualidad insurgente, tratando de confundir y manipular al pueblo mediáticamente, anuncian y promueven acciones asistencialistas-caritativas focalizadas para los pobres y excluidos, sus líderes o dirigentes se publicitan dando abrazos y besos a los niños y niñas, mujeres y hombres, ancianas y ancianos, discapacitados, etcétera, exaltando hipócritamente la solidaridad, la fraternidad, etcétera.

En definitiva, la lucha por la hegemonía frente al Estado-gobierno-partido dominantes, se decide en la articulación de la afectualidad latente en la afectividad del pueblo, o multitud, indoafrolatinoamericano y caribeño en tanto significante vacío u objetivo político revolucionario aglutinante.

REFERENCIAS

Beasley-Murray, J. (2008). El afecto y la poshegemonía. Estudios 16:31: 41-69

______________ (2010). Poshegemonía: teoría política y América Latina

Buenos Aires: Editorial Paidós.

Freire, P. (1997). Pedagogía de la autonomía. México: Siglo XXI editores.

Jameson, F. (1995). La estética geopolítica. Cine y espacio en el sistema

mundial. Barcelona: Editorial Paidós.

Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires: FCE.

 

diazjorge47@gmail.com



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Iliana Lo Priore-Jorge Díaz Piña

Doctor en Ciencias de la Educación (ULAC), Magister en Enseñanza de la Geografía (UPEL), Licenciado en Ciencias Sociales (UPEL). Profesor universitario de la UNESR

 diazjorge47@gmail.com

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