La revolución cultural como bujía de toda transformación

Las revoluciones son procesos complejos, colectivos y de largo aliento.

Complejos:

Por ser procesos y no acciones únicas y aisladas.

Complejos, porque las revoluciones intentan la transformación radical en todos los ámbitos que componen la vida humana y sus relaciones, en tiempos y espacios determinados pero, que logren influir positivamente con su ejemplo y legado futuras generaciones, y una tarea de tal magnitud no remite a lo simple aunque en su ejecución y desarrollo se aplique a las vías más sencillas y menos traumáticas (si acaso esto fuera posible).

Complejos, porque la vida humana es parte de la vida, y por tanto no podemos pensar en una revolución que no tenga como objetivo supremo la vida como rasgo fundamental de la existencia más allá de lo humano. Decimos, la vida en equilibrio, hablamos de la existencia en la armonía propia de la naturaleza a la cual pertenecemos, pero de la que se insiste (una parte del género humano así lo hace) en apartarnos, poniendo en riesgo, no sólo la vida humana, cosa que ya sería suficiente para espantarnos por su gravedad, sino la vida misma como hasta ahora la conocemos en el planeta.

Complejos porque son procesos que operan en el SER, y éste es complejo. Complejos porque van de lo óntico a lo cósmico.

Colectivos:

Porque surgen de la sinergia de las voluntades de sujetos, surgen de quienes conforman una determinada clase social, grupo o nación, de tal manera que una primera chispa de conciencia de clase, conciencia política, conciencia histórica, conciencia de ser colectivo, conciencia intelectual y espiritual (que puede iniciarla un individuo o pequeño grupo de individuos), permite abrir los ojos para reconocer el estado de cosas que oprimen al colectivo, y unidas las voluntades se transforman en poder que inevitablemente intentará el control social, controlando necesariamente el aparato del Estado para profundizar el ejercicio de transformación.

Pero el control político que se desprende del manejo del aparato del Estado, el gobierno y demás instituciones, no puede ser el fin de un proceso tan complejo como una revolución, más bien debemos entenderlo como la segunda fase del proceso, consecuencia directa de la primera fase, aquella sinergia de voluntades. Y a la vez, es también el momento en el cual se disponen las cosas para dar inicio a la tercera fase, a la revolución cultural, verdadero motor de todos los cambios y transformaciones.

Sin embargo, no es cosa fácil superar con éxito esta segunda fase; El manejo, la operatividad del Estado. Esto que podría equivocadamente verse como un accesorio sin mayores riesgos, si no se entiende desde lo colectivo (dicho manejo), termina siendo con alta frecuencia "el quebradero" de la revoluciones. Esta es la fase en la cual, si la vanguardia revolucionaria no está sólidamente constituida en principios, si no está absolutamente acompañada y escrupulosamente controlada por el colectivo, termina por quebrarse en espíritu y voluntad, se corrompe, se envilece, se fetichiza y termina enmascarada tras el discurso revolucionario que le condujo hasta esa posición de dirección de Estado, actuando conciente o inconcientemente como un agente al servicio del estado de cosas que en un principio se propuso cambiar. Es decir se convierte en enemiga de la clase que dice representar, y tras su máscara de "revolucionaria" esa vanguardia desviada, explota a las grandes mayorías y se apropia del Estado para servirse de éste, tal como hace el capitalista con los medios de producción.

De largo aliento:

Porque cambiar el estado de cosas que oprimen al colectivo, pasa por la transformación ontológica del sujeto, debe transformarse al sujeto, elevar su conciencia respecto de sí mismo, respecto de todos y todo para poder dar soporte e instrumentar los cambios que se requieren en el orden cósmico , y esto no es posible en un día o dos, ni en un año o dos, no se registra como las victorias de las batallas en las guerras para citarse como un hito histórico. Apreciar entonces los primeros cambios producidos por una revolución, que tal vez no sean los más profundos o sustantivos, puede significar en tiempo una o dos generaciones como poco. Si se establecen pues, metas a corto, mediano y largos plazos, debe hablarse indefectiblemente de un proceso, un proceso inacabado que obtiene logros en la misma medida que el colectivo cada día más consiente de sí mismo, de sus tareas y propósitos, los construye apoyado en una sólida estructura de valores, así como también en los saberes y conocimientos científicos, técnicos, políticos etc, al servicio de la nueva cosmovisión.

Es indudable pues, que sin el "Hombre Nuevo" del que hablaba el Comandante Guevara, es imposible evitar que cualquier política, programa o acción por revolucionaria que parezca en lo teórico, no sucumba al metabolismo del capitalismo en lo práctico.

Esta variable en la ecuación revolucionaria, la del "hombre nuevo", nos obliga a luchar contra el enemigo por la conquista del tiempo, hacernos dueños de nuestro futuro nos permite fraguar ese nuevo sujeto. Es el tiempo entonces, un recurso del cual debemos disponer sin despilfarrar, para que en las mejores condiciones el proceso que es la revolución, no se interrumpa.

Entonces, ¿qué es la revolución cultural, y por qué es la chispa que enciende el motor de todas las transformaciones?

Me atrevo a responder la cuestión anterior aunque sea parcialmente, diciendo primero, que ninguna revolución que sólo atienda un ámbito , o unos ámbitos de la vida humana, puede transformar de manera duradera el estado de cosas en que nos ha sumido la cosmovisión moderna. Una revolución que sólo atienda lo político, o lo económico, o lo social, o lo artístico, o lo científico y tecnológico desfallecerá con el paso del tiempo hasta ceder los espacios conquistados al sistema que en un principio esa misma revolución intentó desplazar. De tal manera, que sólo un espíritu y una fuerza colectivas, movidas hacia sus propias raíces, es decir, en permanente radicalización, pueden alcanzar verdaderos y duraderos cambios.

Sin embargo, se debe estar más que atento a esta radicalización, en primer lugar, no asumirla como la caracteriza la modernidad para su propia conveniencia, esto es la fanatización ciega y el extremismo apocalíptico, visto así cualquier colectivo se abstendría de radicalizar su proceso para evitar la autodestrucción. Luego, y superado lo anterior tener claridad que la búsqueda es de lo ancestral, puesto que la savia que sirva de nutriente para los cambios verdaderos y duraderos, está en las raíces ancestrales, y no en la "costra" puesta sobre nuestro pasado por la cosmovisión moderna para ocultar el espejo milenario que nos devuelve nuestra imagen de manera fiel.

Otra trampa casi invisible ante la que se debe estar atentos, es la reducción de la cultura al ámbito de las artes, este detalle que a primera vista puede resultar inofensivo y hasta ridículo, contiene en su nucleo una fuerza capaz de desvirtuar y desviar la radicalización, conduciendo al colectivo por una ruta sin más destino, que el retorno al punto de partida, la cosmovisión moderna.

Superados entonces esos primeros y grandes obstáculos, podemos decir que comienza la verdadera revolución con el encuentro de la raíz propia y ancestral, y la extracción de su savia para tomarla como un antídoto de vida contra el veneno de muerte, es a este proceso al que podríamos llamar Revolución cultural.

No obstante, ante quines critican este "regreso al origen" desde el simplismo peyorativo, reduccionista y banal de "volver al guayuco y a la selva", debemos decir que la radicalización de la cual hablamos no sólo es mucho más compleja, sino más profunda.

Decimos que el gran objetivo de la radicalización debe ser el reencuentro con nuestras cosmovisiones ancestrales para retrotraer de ellas nociones fundamentales, nociones que nos permitan asumir con certeza que otros mundos, no sólo son posibles, sino que pueden coexistir en armonía entre ellos y con la naturaleza (asumidos esos mundos como partes de un todo que es la naturaleza y la vida). Hablamos pues, de ir en busca de conceptos y categorías que quedaron invisibilizados por la cosmovisión moderna.

Decimos que en buena medida, la superación de la modernidad y su capitalismo, pasa por asumir y activar al punto de hacer de ellas nuestra cotidianidad, esas nociones celosamente resguardadas en nuestras raíces ancestrales. Allí podremos encontrar la noción del ser comunitario y su práctica, su justificación que se remonta a lo mítico y su legado empírico de buen funcionamiento. Allí nos re-descubrimos y nos re-conocemos como hijos de la Madre tierra. Allí nos sabemos diversos y capaces de coexistir.

Será entonces inevitable que como resultado de esa radicalización, vaya progresivamente alumbrándose cada ámbito del quehacer humano con la luz del cambio radical. Estará entonces re-naciendo lo ancestral como un mundo nuevo.

Pondremos entonces en camino de su propia extinción la cosmovisión moderna, al desactivar sus mitos fundamentales, a saber ; la historia universal, la razón única, la estética y la ética dictadas desde el eurocentrismo hoy extendido, la certeza única a partir de su ciencia única, limitada y positivista, el capitalismo, y el dogma de su religión y fe, burdo mecanismo de sujeción que aplica su torniquete con la culpa y la condena eternas, la aceptación sumisa de destinos manifiestos y el monopolio de la verdad universal.

Desde la perspectiva expuesta, sin la radicalización del proceso no podemos hablar de revoluciones, serán en el mejor de los casos, intentos que terminarán unos pulverizados por los poderosos aparatos teóricos, ideológicos y/o cognitivos de la modernidad, y otros, los que eventualmente marchen más lejos pero, sin la potencia necesaria o asumiendo la revolución cultural como una revolución en y desde las artes, que terminarán subsumidos y mimetizados a la "costra" puesta sobre nuestro pasado por la cosmovisión moderna para ocultar el espejo milenario que nos devuelve nuestra imagen de manera fiel.

La revolución será pues cultural, para poder asistir al despeje de la ecuación gramsciana y ser testigos de excepción al ver como lo viejo y moderno terminará de morir, para que lo nuevo y ancestral termine de nacer.

gastonfortissilva@gmail.com



Esta nota ha sido leída aproximadamente 986 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter