Doño Bárbaro

Venezuela ha sido un país donde buena parte de su historia se ha vivido más como experiencia tormentosa, trágica, dramática. No es exagerada esta afirmación. En el largo tiempo transcurrido desde los inicios de la República hasta hoy día, que suman casi dos siglos de historia, la experiencia cotidiana de la mayoría de su gente, su día a día, ha sido dolorosa, sufrida, empobrecida. Son muy contados los períodos en los cuales nuestro país ha conocido la prosperidad, la tranquilidad, la bonanza, el bienestar. Por tales ausencias, la gente no ha disfrutado el paso de su vida en esta parte del mundo. Por un lado, el monocultivo y la monoproducción económica han tenido mucho que ver con el fracaso del país, así como también lo ha tenido su vida política azarosa, intranquila, inestable, causada en este caso por las continuos, reiterados, insistentes procesos revolucionarios ensayados en estos casi dos siglos. Unos quince ensayos revolucionarios se han puesto en ejecución en nuestro país, cada uno con resultados desastrosos. Y cada una de esas supuestas revoluciones ha tenido su correspondiente jefe, su líder, su capataz, el salvador de turno. El Centauro, fue uno de estos; el Reformador fue otro; luego estuvo el Ilustre Americano; más adelante se instaló el Benemérito; y en los tiempos recientes tenemos al revolucionario Bolivariano, un tirano sin luces, sin méritos, torpe y charlatán, quien, en pleno siglo XXI, un siglo de continuos y rápidos avances tecnológicos y científicos en el resto del mundo, ha retrotraído a nuestro país a tiempos primitivos. Su proyecto, junto al resto de los bárbaros gobernantes que lo acompañan, es involucionar, retrogradar, destruir, imponer una situación de atraso y miseria generalizada en el país, tal como se muestra nuestro país al mundo hoy.

Lo cierto es que, en Venezuela, según vemos ahora, la barbarie ha vencido a la civilización, el atraso se ha sobrepuesto al progreso, el primitivismo le ha ganado a la modernidad. Esa paradoja histórica, fue lo que indujo al ilustre escritor venezolano, don Rómulo Gallegos a escribir su novela extraordinaria, Doña Bárbara, calificada como su obra cumbre, una de las mejores, salida de la literatura venezolana. En la misma, su autor pinta el desolador cuadro de un país sometido a la bota de un caudillo analfabeta, un jefe de montoneras, un rupestre hacendado andino, con una visión rural de la política y del país. El personaje Doña Bárbara en esa obra es el mismo déspota presidente, el famoso Benemérito, el tirano de la Mulera, el bárbaro dictador, el analfabeto hacendado que por una de aquellas aventuras revolucionarias triunfantes se posesiona de la presidencia de Venezuela, ejerciendo durante 27 años una dictadura feroz. Y con el Benemérito se enquista con mayor contundencia en nuestro territorio la prevalencia de lo rural sobre lo urbano, Carujo sobre Vargas, la brutalidad sobre la inteligencia, el militarismo represor sobre la civilidad, el caudillo sobre el doctor, la barbarie sobre la modernidad. Un cuadro por demás trágico, que ha sido en nuestro territorio lo normal, lo común, lo reiterado, lo existente. Y allí está, repetimos, como evidencia palpable, la situación de nuestro país, la cruda y dura realidad de estos tiempos, un país miserabilizado en todos los sentidos.

Y de nuevo, hoy como ayer, un caudillo ignaro, bruto, torpe, de mentalidad primitiva, ejerce la presidencia de nuestro país, gracias también a otro golpe de suerte, la Revolución Bolivariana, otra fracasada revolución, otra estafa impuesta al país por un grupito de resentidos sociales. Y una nueva Doña Bárbara, en este caso, Doña Bárbara, ultraja la majestad presidencial y mancilla a sus habitantes. Se repite el drama, pero esta vez en proporciones mayúsculas, pues se trata de un país con treinta millones de personas, con danos inmensos en su economía, en la sociedad, en sus instituciones, en los servicios, en los derechos humanos, en materia alimentaria. Lo que se había logrado en los cuarenta años de gobiernos democráticos fue barrido por el bárbaro de hoy. Los logros en materia de modernización materializados en las décadas democráticos fueron destruidos por Doño Bárbaro y sus secuaces.

Es que para lamento nacional el resentimiento ha estado presente en muchos hombres influyentes y en grupos sociales del país, que se han movido en política arrastrando consigo esta rémora, esta enfermedad del espíritu. Para tales individuos y segmentos sociales la política se hace no para construir sino para destruir, para aplastar supuestos enemigos de clase, causantes, según esta deformada visión política, de los problemas que los afectan. Ese rencor social ha causado en nuestro caso guerras, golpes, alzamientos, violencia social y política, en fin, excusas para descargar y liberar esa frustración interior. Hoy, en boca de varios funcionarios gubernamentales, ese resentimiento no se esconde, sino que se asume explícitamente. “Hemos venido a vengarnos de nuestros enemigos sociales; nuestro gobierno es nuestra venganza”; son frases pronunciadas por funcionarios fundamentales de este régimen. Lo lamentable es que en esa venganza se llevan por delante a un tercio del país: a la clase media profesional, a los empresarios, comerciantes, médicos y docentes, a la juventud, a los miembros de los partidos políticos de oposición, y en general a todos los que no sean afines con su proyecto y gestión gubernamental. Los afectados y tiranizados suman así más del 80% de la población de nuestro país, sobrevivientes del calvario nacional en que se ha convertido el día a día de los venezolanos.

Según vemos entonces, el predominio de la barbarie es signo sobresaliente en la recurrente tragedia venezolana. Pareciera que los bárbaros vinieron para quedarse y ocupar posiciones de mando en esta parte de la geografía suramericana: Bárbaros aldeanos en la Venezuela rural del siglo XIX, y también bárbaros citadinos en la Venezuela Urbana. Estos últimos más dañinos que aquellos pues en este caso gobiernan para retrotraer, gobiernan con la brújula apuntando al pasado, gobiernan en base a un proyecto primitivo de país; son los bárbaros del siglo XXI, enfrentados al mundo de la informática, de las telecomunicaciones, de la ciencia y la tecnología; de la literatura y las artes; fanáticos, enceguecidos por un emplasto ideológico, causante de millones de muertos y de miseria en aquellos lugares donde se ha puesto en práctica.

Como podemos ver entonces, el conflictivo contraste denunciado por Gallegos en su novela Doña Bárbara se mantiene vigente en la realidad de nuestro país hoy. Ese contraste entre civilización y barbarie, esa lucha entre el primitivismo aldeano y el progreso moderno está aún aquí entre nosotros, pues por paradójico que parezca, políticos bárbaros administran en estos momentos las riendas del poder en Venezuela. Para corroborarlo está allí el ocupante de la silla de Miraflores en este momento, un bárbaro vestido con exquisito ropaje, pero con su espíritu invadido por el rencor, el resentimiento y un emplasto ideológico formado de lecturas superficiales, a medio camino y mal digeridas. Cabe entonces escribir ahora el segundo tomo del famoso libro galleguiano; su título apropiado deberá ser Doño Bárbaro. Será un impacto literario nacional y mundial.



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Sigfrido Lanz Delgado


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