La abstención como un problema de (voluntad débil) incontinencia

"se dice que la voluntad de un agente es débil si actúa, intencionalmente, en contra de su propio mejor juicio"

Donald Davidson

"Una debilidad de voluntad y un exceso de voluntad surgirán cuando los valores del agente no logren motivar la acción adecuada o, por el contrario, que motive acciones cuando ninguna sea apropiada"

Jon Elster

¿Sera que el plan B del FAVL es invocar a THANOS"

LAAB

I. Introducción

Donald Davidson, en Ensayos sobre acciones y sucesos plantea la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que entre dos actos a y b, el sujeto elija b, a pesar de que la consideración de todas las razones pertinentes le imponga dar preferencia a a?

En su importante artículo "¿Cómo es posible la debilidad de la voluntad?", Davidson plantea una paradoja interesante. De acuerdo con él, hay un par de principios que subyacen a toda acción.

Está en primer lugar el principio llamado de Intencionalidad de acuerdo con el cual: Si un agente quiere hacer X más de lo que quiere hacer Y y se cree libre para hacer X o Y, entonces intencionalmente hará X si hace X o Y intencionalmente.

O sea, en condiciones normales, esto es, cuando no estoy bajo ninguna clase de presión, hago lo que quiero y si hago lo que quiero mi acción tiene un carácter intencional. El segundo principio llamado de Preferencia corre como sigue: Si un agente juzga que sería mejor hacer X que hacer Y, entonces él quiere más hacer X de lo que quiere hacer Y.

En resumen y dicho de manera coloquial: de acuerdo con estos principios, un agente, esto es, cualquier persona, al actuar opta por lo que le parece mejor y cuando actúa, siendo o, por lo menos, sintiéndose libre, materializa sus intenciones. Para efectos de la descripción correcta de la situación, podemos decir que su acción no es casual ni está causalmente determinada. Y aquí surge el problema porque, según Davidson, es también un hecho que hay acciones incontinentes. Una acción es incontinente si el agente intencionalmente hace X a sabiendas de que hay por lo menos una posibilidad alternativa de acción Y y el agente piensa X que, una vez considerados todos los factores relevantes, es mejor hacer Y que hacer X. Pero, ¿cómo es posible tal cosa?, ¿cómo es posible que deliberadamente alguien haga algo que sabe que no le conviene o que va en contra de lo que es su mejor juicio?, ¿cómo explicarnos tal perversión? A primera vista, por lo menos, parecería que o no hay acciones incontinentes o por lo menos alguno de los dos principios mencionados más arriba, y que daban la impresión de ser auténticas perogrulladas, es falso. El problema es que no parece factible rechazar cualquiera de las proposiciones involucradas

II. AKRASIA

La palabra "acrasia" en el griego clásico significa no-ejercicio voluntario de la capacidad de autocontrol frente a deseos irreflexivos. Se la traduce por la expresión latina "incontinentia" y, de forma menos precisa, por la expresión compuesta "debilidad de la voluntad". Por incontinencia entendemos formas de conducta que contrarían el juicio del propio agente sobre la mejor (o más correcta) alternativa de acción, en la medida en que aquel deja de ejercer su capacidad de autocontrol frente a deseos contrarios a sus juicios sobre lo mejor. En esta acepción pre-analítica, la incontinencia constituiría una forma híbrida de conducta, por decirlo así, entre lo que entendemos usualmente por comportamiento imprudente y lo que entendemos por comportamiento compulsivo. Como el imprudente, pero a diferencia del compulsivo, el incontinente actuaría de forma libre e intencional. Tendría razones para lo que hace y se creería libre para actuar o no de forma diferente. Pero, del mismo modo que el compulsivo y a diferencia del imprudente, actuaría de forma contraria a su propio juicio sobre la mejor (o más correcta) alternativa de acción, dejando de ejercer voluntariamente su autocontrol o resistencia frente a sus deseos.

☻Supongamos, para dar un ejemplo, que lo mejor (o más correcto) para alguien, que ya ha bebido lo suficiente, sea dejar de beber en razón de las obligaciones y compromisos del día siguiente. Sin embargo -sigue el ejemplo- tal individuo continúa bebiendo. Podemos describir su conducta (de continuar bebiendo) de tres formas diferentes,

(1) En primer lugar, podemos imaginar que tal persona sigue bebiendo (aunque lo mejor sería parar) debido a auto-indulgencia o imprudencia. Tiene plena conciencia de lo que está haciendo y escoge libre e intencionalmente continuar bebiendo de forma imprudente o auto-indulgente. Es importante resaltar que de acuerdo con esta posible descripción de la conducta, somos nosotros los que, al suponer que la mejor opción en su estado sería dejar de beber, censuramos al agente, por irracional, su conducta de continuar bebiendo. El imprudente o auto-indulgente continúa bebiendo porque él mismo juzga que lo mejor que puede hacer en su situación es continuar bebiendo.

(2) De acuerdo con una segunda descripción posible de la conducta en cuestión, podemos imaginar que tal persona continúa bebiendo, aunque juzgue que lo mejor que podría hacer en su situación sería parar inmediatamente. En este caso, aunque el agente pueda tener plena conciencia de lo que está haciendo, no tendría alternativa real de acción, ya que no podría dejar de beber aunque quisiera: su deseo de continuar bebiendo sobrepasaría su juicio de que lo mejor que podría hacer sería dejar de beber. En los términos de esta descripción, la capacidad de resistencia o de auto-control, si existe en alguna medida en el agente, sería a todas luces insuficiente para vencer el deseo irreflexivo de continuar bebiendo. Los conceptos psicológicos tradicionales de fobia, manía y adicción parecen presuponer la noción de compulsión, por lo menos en sus formas límites o extremas. Probablemente este concepto tradicional de compulsión surge como una extensión analógica de la idea de una coerción externa. Actuando de forma compulsiva estañamos siendo coartados por nuestros deseos o apetitos irreflexivos a actuar en contra de nuestra propia voluntad reflexiva, del mismo modo que podemos ser coartados por terceros a hacer lo que no deseamos.

(3) La acción de continuar bebiendo puede ser descrita, por último, como una forma intermediaria de conducta entre la imprudencia y la compulsión. En esta situación posible, la persona no sería compelida a continuar bebiendo. Permanecería bebiendo de forma libre, teniendo la alternativa de dejar de beber, ya que tiene, a diferencia del compulsivo, capacidad de auto-control o resistencia.

Además, su conducta sería intencional, en el sentido de que el agente tendría razones (aunque no las mejores) para continuar bebiendo o para no ejercer su capacidad de auto-control. Sin embargo, del mismo modo que el compulsivo, el incontinente estaría contrariando con su conducta aquello que considera como lo mejor (o más correcto) que puede hacer en la situación en cuestión, a saber, dejar de beber. La intencionalidad y libertad de conducta nos permitirían, entonces, afirmar que el agente continuaría bebiendo, no porque su deseo de hacerlo fuera irresistible, como en el caso del compulsivo, sino simplemente porque no ejercería su capacidad de auto-control sobre su deseo de beber. Haría una concesión al deseo contraria a su propia valoración, permitiéndose, así, continuar entregado a la bebida.

La creencia usual en la existencia de actos incontinentes parece apoyarse en dos órdenes de razones. La primera razón es oriunda de un empleo usual del predicado "irracional" que tiene el objetivo de señalar una incoherencia en el propio sistema de creencias, intenciones y acciones de un agente. En este sentido, caracterizamos justamente como irracionales aquellas acciones, creencias y deseos contrarios al propio juicio del agente sobre lo que sería mejor hacer, creer y desear. A la luz del empleo de tal predicado, la conducta incontinente parecer ser irreducible tanto a la compulsión como a la imprudencia. No podría ser reducida a la mera compulsión simplemente por-que no tiene sentido que caractericemos como irracional una forma de conduc-ta en la cual el agente no tiene alternativa de elección. Pero tampoco podría ser reducida a la imprudencia porque, en este caso, empleamos el predicado "irracional" para señalar nuestra discordancia con respecto al juicio y la intención del propio agente sobre el bien o lo mejor (por ejemplo, la intención de escalar el Everest) y no una incoherencia o inconsistencia interna al sistema de creencias, intenciones y acciones del propio agente.

III. La mente irracional

  • Henry tiene una deuda con el banco. Por algún trabajo extra que realiza recibe una cantidad de dinero que le serviría para reducir considerablemente dicha deuda. Empero, él prefiere gastarse el dinero en la compra de un toca cintas. ¿Es Henry incoherente?
  • Corina, quien tiene el hígado severamente dañado por el exceso de bebidas alcohólicas que ingiere y quien ha iniciado un tratamiento de desintoxicación, recibe una invitación para asistir a un alegre convivio. Ella sabe que toda reunión como ésa representa para ella una peligrosa tentación y, que si va, es muy probable que todos sus esfuerzos por dejar de tomar bebidas espirituosas podrán fácilmente haber sido en vano. No obstante, acepta ir a la fiesta y, como era de esperarse, vuelve a beber. ¿Es la conducta de Corina incomprensible?
  • Luisito va de compras y, cautamente, pregunta por el precio de una prenda de vestir. Al oír la respuesta y enterarse de que el precio es mayor de lo que suponía,- ordena no una sino tres prendas. ¿Es absurda la forma de proceder de Luisito? .
  • Julito tiene serias dudas acerca de si tiene cáncer o no. Sus familiares y amigos lo instan a que se haga los exámenes pertinentes. La ventaja dé hacérselos ahora es que el mal podría ser combatido más eficazmente si se le detecta ya. No obstante, él se rehúsa y, claro está, su situación empeora día con día y a ojos vistas. ¿Es Julito racional?

Los ejemplos aquí presentados —que podrían multiplicarse indefinidamente— son, desde luego, artificiales pero simples y, pienso, ilustrativos, es decir, apuntan en la dirección de una problemática central en filosofía de la mente: parecería que ponen en crisis una concepción tradicional de lo que es la mente, una concepción que podríamos quizá denominar 'cartesiana'. Desde esta perspectiva, la mente (dejando de lado la importante cuestión de si es una sustancia o no), tiene un carácter básicamente unitario y es esencialmente consciente y racional. Pero ¿cómo puede una concepción así dar cuenta de casos como los recién mencionados y muchos otros que podrían señalarse? Una concepción cartesiana de la mente no parece dar cabida a múltiples fenómenos psíquicos y conductuales reales a los que, por lo tanto, deja sin explicar. De ahí que intentar dar cuenta de casos como los mencionados equivalga de hecho a la reformulación de una teoría general de la mente. Lo que en este ensayo nos interesa examinar es, precisamente, la faceta irracional de ésta última. Habrá, sin embargo, que proceder pausadamente y hacer un rodeo antes de llegar a lo que es propiamente hablando nuestro tópico.

IV. Irracionalidad

El estudio de la irracionalidad humana revela ser de una complejidad alarmante. Podría pensarse que un modo de caracterizar la irracionalidad sería mediante un contraste con su contrapartida, esto es, la racionalidad. A este respecto, quisiera simplemente descartar lo que podríamos denominar la 'teoría lógica' de la racionalidad y, por ende, la teoría lógica de la irracionalidad. Desde este punto de vista, ser racional es básicamente razonar en concordancia con las leyes de la lógica y ser irracional tener conflictos con ella. Pocas teorías son tan simplistas y tan pobres en poder explicativo como ésta. Es obvio que alguien que abiertamente actúa o razona de manera que entra en conflicto con las leyes de la lógica es declaradamente irracional, pero no se sigue que en eso consista ser irracional, como no se es racional simplemente por actuar y razonar en concordancia con dichas leyes. En este sentido, la lógica es simplemente una condición necesaria mas no suficiente para la racionalidad y una condición suficiente mas no necesaria para la irracionalidad. Esta asimetría es importante. En los ejemplos dados más arriba, no podría acusarse a ninguno de los personajes imaginarios de ser "ilógicos", en el sentido estricto de la expresión. Ninguno de ellos comete falacias obvias. Sin embargo, de todos ellos queremos decir que son en algún sentido "irracionales". Es este "en algún sentido" que aquí nos interesa dilucidar o descifrar. De ahí que si la irracionalidad consiste en alguna clase de incongruencia, ésta no podrá identificarse simpliciter con la mera incoherencia lógica.

V. Antecedentes sobre la incontinencia y la continencia

Con la noción de incontinencia se quiere describir una acción aparentemente simple: la de un sujeto que, debido al influjo de sus deseos y afectos, obra contra sus convicciones racionales. Por ejemplo, la acción del que sabe que no debe beber mucho alcohol en el almuerzo pues tiene que trabajar,pero apenas surge el deseo de beber consiente en hacerlo. En términos muy simples, el incontinente es quien "hace el mal a sabiendas", usando estos términos en un sentido amplio. A esto se debe añadir lo que clásicamente se ha admitido: que las afecciones que surgen en el incontinente, siendo una interferencia pasional contra la claridad y el dominio de la razón, no fuerzan al sujeto con necesidad, pues siempre queda la posibilidad de que el incontinente haya podido seguir un mejor curso de acción.

Aun cuando la incontinencia describe situaciones más bien comunes, no ha sido fácil para la filosofía caracterizar exactamente la naturaleza de la incontinencia, ni menos explicar el mecanismo de acción detrás del sujeto que actúa incontinentemente. El principal problema parece radicar en lo siguiente: no obstante la irrupción de emociones irracionales que mueven a un sujeto a obrar contra su propio ideal de vida, el incontinente no pierde su racionalidad, desde que sabe que la acción que realiza no es la mejor. Ni siquiera, y esto hace más compleja la acción incontinente, pierde la voluntariedad de los actos, ya que el agente incontinente obra y hace el mal que sabe.

Desde una cierta perspectiva podría caracterizarse la incontinencia como el conflicto entre nuestra racionalidad y nuestros deseos, suponiendo –como lo había hecho Platón– partes del alma en conflicto.

En esa línea, en el sujeto incontinente "la razón es arrastrada por la fuerza de las pasiones". El problema de esta interpretación es doble. En primer lugar, porque supone la irracionalidad de la acción en el momento de su ejecución, cuando la nota distintiva del sujeto incontinente consiste en conservar un cierto conocimiento de la incorrección de sus acciones. El incontinente no es tal por desconocer qué es lo que debería hacer, sino por obrar contra sus fines racionales y hacerlo en vista de la satisfacción de su deseo. El segundo inconveniente radica en que un conflicto entre emociones y razón presume que en la operación del incontinente el sujeto actúa por pasión, entendiendo a ésta como la causa eficiente de la acción. Sin embargo, el fenómeno de la incontinencia se caracteriza más bien por una cierta tendencia voluntaria a escoger la acción que realiza. La acción puramente pasional es más bien una compulsión, no incontinencia. De ahí que a la incontinencia se la llame también debilidad de la voluntad, y sea más bien una falta de dominio racional que una sobreabundancia de emoción.Aristóteles es el primer pensador que repara en la posibilidad de que un sujeto obre mal sabiendo lo que hace.

.Y describe este comportamiento con el vocablo griego akrasía, que significa falta de dominio. Este concepto, desarrollado prácticamente en todo el Libro. VII de la Ética Nicomaquea, le servirá para hacer frente al intelectualismo socrático. En efecto, tras el tratamiento de la prudencia en conexión con las virtudes morales en el libro VI, Aristóteles se va a cuestionar si es posible deducir de esta relación que toda virtud es –como creía Sócrates– una especie de prudencia. En contra de la posición que equipara la virtud con la sabiduría y así mismo, la acción viciosa con la ignorancia, Aristóteles demostrará la existencia de ciertos tipos (tropois) morales que obran mal contra su propio saber.

Lo interesante es que la argumentación aristotélica no consiste simplemente en una refutación de los principios socráticos, sino que «la estrategia para esponder al desafío de Sócrates consiste en un refinamiento de las nociones de saber e ignorancia aquí en juego, de modo de explicar satisfactoriamente la compleja conexión del fenómeno de la incontinencia con la presencia de cierto saber, a la vez, también de cierta ignorancia en el sujeto que obra incontinentemente»

. Para Aristóteles, saber que algo es bueno y no realizarlo es ciertamente extraño, esa es la parte verdadera de Sócrates, pero no lo es poseer un saber general de lo que se debe hacer y comportarse en la práctica de otro modo. Para explicar esta incapacidad del incontinente de realizar en la acción concreta lo que considera racionalmente correcto, Aristóteles echará mano del silogismo práctico, un esquema de razonamiento que posibilitaría distinguir entre el saber de los principios universales y la acción particular. Pero además, Aristóteles identificará la causa que impide la producción de acciones coherentes con la parte racional: se trata de la presencia de factores emocionales o pasionales que perturban el razonamiento del akratēs, placeres sensibles o accesos de ira que generan apreciaciones incompatibles con sus principios generales.

Desde Aristóteles, sea como un comentario a sus reflexiones o en una línea paralela a la del pensador griego, muchos autores han intentado ofrecer una solución satisfactoria al problema suscitado por un sujeto que «ve lo mejor y lo aprueba, pero sigue lo peor» por usar la clásica expresión del poeta Ovidio refiriéndose al amor furioso de Medea.

En el debate actual la incontinencia ha sido nuevamente puesta de relieve por Donald Davidson. El filósofo norteamericano, en un famoso artículo de 1970 "How is Weakness of the Will Possible?" , analizó la incontinencia desde una perspectiva nueva: la de la filosofía de la acción. A Davidson le importaba analizar las intenciones mentales que explican la acción incontinente, en desmedro incluso de los factores desiderativos, de modo de poder distinguir entre las causas irracionales que mueven a la acción y las razones primarias. De hecho, en Davidson (y desde Davidson), la preocupación por la incontinencia no aparece como un problema moral, sino como el marco de trabajo para explicar cómo es posible que un sujeto actúe contra sus convicciones racionales (against better judgement)

En lo que respecta al tratamiento de la continencia la historia parece ser bastante más compleja aún. El concepto griego de continencia, enkrateia, tiene su origen –según lo ha señalado Jaeger– en el pensamiento ético de Sócrates.Es Sócrates el primer pensador que concibe la conducta moral desde el ideal de «dominio sobre sí mismo», "como algo que brota del interior del individuo, y no como el simple hecho de someterse exteriormente a la ley".Pero además de esta importante referencia, podemos encontrar detrás de este vocablo cuatro tradiciones no fácilmente diferenciables: la aristotélica, la estoica, la tradición bíblica y la patrística.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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