El infierno

No es necesario haber fallecido para tener la oportunidad de conocer el lugar donde habita Lucifer, el príncipe del mal. Ese espantoso lugar donde reina el sufrimiento, el horror, las calamidades, está aquí entre nosotros, los venezolanos. En este pedazo de territorio situado al norte de Suramérica, el infierno se ha aposentado desde hace varios años. Los que habitamos este país tenemos bastante tiempo en estado de sufrimiento, padeciendo horrores, soportando infortunios, atormentados por los dolores que se derivan de la inmensa tragedia que se ha enseñoreado sobre nuestro país. Un mar de calamidades, como resultado de la pésima gestión gubernamental del presidente Nicolás Maduro y demás miembros de la nomenclatura gubernamental, es el medio ambiente que estremece los acontecimientos diarios de los venezolanos en estos tiempos. Vivir aquí resulta insoportable, por esto el que puede huir se va. Son millones los que han cruzado las fronteras de nuestro país buscando en las naciones vecinas su salvación. Y son miles los que cada día hacen lo mismo. Cualquier lugar fuera de Venezuela ofrece esperanzas a los integrantes de esta diáspora. Es mucho mejor emprender el riesgoso viaje por territorios desconocidos que quedarse en Venezuela padeciéndose los rigores que nos impone un gobierno integrado por personas desalmadas. Los que permanecemos aquí, sabemos que la tormenta interior se avivará, que las calamidades se agudizarán, que los sufrimientos serán más intenso, que el infierno venezolano será cada vez más doloroso, pues todo indica que los causantes de tal tragedia, Nicolás Maduro y el pequeño grupo de fanáticos que manejan los hilos del poder político y económico, persistirán en su empeño de seguir imponiendo en nuestro país líneas políticas, extraídas de los manuales marxistas, que han ocasionado hambrunas, muertes, quiebras económicas, atraso social, científico y educativo, además de aislamiento nacional, en los muy contados países donde otros desalmados han intentado aplicarlas. Los que nos quedamos lo hacemos porque no tenemos otra opción. Somos personas de mayor edad o no contamos con recursos económicos suficientes para emprender la azarosa aventura de viajar fuera de nuestro país sin norte definido. A estos millones nos toca lidiar con los carniceros del país, con los neogomecistas gobernantes, con los bárbaros rojos, y sobre todo, nos toca soportar, quién sabe por cuánto tiempo más, la calamitosa realidad nacional, este reinado del horror, en que se ha convertido, por más irónico que parezca,  la patria de los Libertadores de Suramérica.

Homologar la situación actual de Venezuela con la pavorosa morada de Lucifer no es ninguna exageración. Es la pura verdad. Para los comunes, los ciudadanos de abajo, los que caminamos las calles, los que vamos al mercado, los que hacemos trámites en oficinas públicas, los que enfermamos y tenemos que acudir a un hospital, las víctimas de los delincuentes, los que devengamos salarios miserables, los que hacemos las colas para comprar o cobrar, los que usamos el muy deteriorado transporte público, los hambrientos, los millones de famélicos, los empobrecidos maestros y profesores, los maltratados médicos, los muy desganados estudiantes, los arruinados trabajadores, los desmotivados y chantajeados empleados públicos, los jubilados y pobrepensionados, obligados a permanecer en esta pesadilla nacional, obligados a ver todos los días los rostros de nuestros verdugos y a oír sus recurrentes y elementales charadas, el infierno es asunto de todos los días. Cada minuto y cada lugar de nuestra existencia es una experiencia aciaga, dolorosa, indignante. A nuestro derredor todo es  desdicha. Por consecuencia se nos ha escapado la risa, la alegría, el buen humor, la felicidad y en nuestra alma albergamos ahora, rabia, frustración, depresión, tristeza. Somos en el presente un pueblo espiritualmente enfermo.

Nuestra hecatombe es de tales dimensiones que parece más bien producto de una maldición divina que resultado de la gestión gubernamental de unos hombres y mujeres nacidos del vientre de una mujer. Cierto. Tanta desgracia solo es concebible desde la maldad, parida por seres desalmados que albergan demasiado odio en su corazón y en su espíritu. Esta conclusión se desprende al observar el comportamiento y escuchar el discurso de algunos de los integrantes de la élite gubernamental, los mantuanitos de los tiempos actuales. Es que en el cuerpo de tales personas, en sus gestos, en sus palabras se nota sobremanera el encono, la malquerencia, el odio del que están constituidos. Sus victorias políticas, por ejemplo, son calificados por tales personas, como batallas ganadas a los enemigos;  por ello también el uso de las armas para reprimir cualquier tipo de protesta, sea ésta de mujeres, de adolescentes, de estudiantes, de trabajadores, de ancianos, de enfermos;  por ello, igualmente, su indiferencia ante la agonía de los desahuciados en los hospitales venezolanos, por ello su indolencia ante el obligado ayuno padecido ahora por millones de compatriotas; por ello la burla y descalificación respecto a los millones de paisanos que componen la diáspora venezolana; por ello el maltrato consuetudinario hacia los jubilados y pensionados; por ello su desgana con la precaria situación de las escuelas y universidades; por ello su displicencia con el problema de la inseguridad ciudadana y sus decenas de muertes diarias; por ello su completa dejadez  ante el quiebre económico de SIDOR y PDVSA , entre otras empresas públicas.

Sin duda, hoy día en nuestro país, el odio, y no la Razón, es el motor que conduce la gestión gubernamental. En los miembros del gobierno tal odio impregna la toma de decisiones así como sus acciones. Y Venezuela es por tal razón, al día de hoy, el territorio de la ignominia, del dolor y de la muerte. Y ninguna señal en lontananza nos dice que en el futuro próximo tan infausta situación cambiará. Es que la hiedra gomecista ha retoñado en nuestro país. Sus raíces encontraron territorio fértil ahora en el siglo XXI. Y un pupilo del capataz de la Mulera se ha instalado en Miraflores. Un nuevo verdugo ha florecido en la tierra donde nació el grande hombre, Bolívar. Pero no es de extrañar este contradictorio fenómeno, pues este territorio ha procreado también gente de muy mala estirpe, que produjo mucho daño a nuestro país. Algunos, entre otros, son los casos de Tomás Funes, de Joaquín Crespo, de Juan Vicente Gómez, de Pedro Estrada, de Laureano Vallenilla Lanz (hijo), de Pérez Jiménez, todos ellos ocupantes de puestos de primera línea en el poder político venezolano. Es que en verdad, el poder político en Venezuela ha sido manejado no pocas veces, por los peores venezolanos. He allí en los nombrados un ejemplo palpable. Pobre de nosotros. Estamos malviviendo una época muy oscura. Que Dios nos ayude a salir de este pantanal.



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Sigfrido Lanz Delgado


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