Dulce María Loynaz en tiempos de fake news

Leer a Dulce María Loynaz con Celia Cruz de fondo debe ser un ejercicio arduo. Pero todo vale cuando se precisa hilvanar una historia falsa. La reseña publicada por Carina del Valle Schorske en The New Yorker (http://www.newyorker.com/books/page- turner/the-internal-exile-of-dulce-maria-loynaz) sobre la antología Absolute Solitude, traducida por James O’Connor y publicada por Penguin Books, ofrece un perfil de la poetisa cuyos lectores más asiduos apenas podrán reconocer.


Equiparando el exilio de Cruz con el "exilio interno" de Loynaz, la estudiante de la Universidad de Columbia va tejiendo una maraña de referencias espurias. Cada quien puede hacer florecer su creatividad hallando señales inéditas en un texto literario. Esa es la razón de la crítica. Ahora bien, decir que los Poemas sin nombre son textos políticos o que Loynaz "buscó el éxito con su primer libro" son afirmaciones más o menos vanas. Y desconocen, para empezar, la personalidad de Dulce María. Pero afirmar que estuvo presa en 1959, según un testimonio incomprobable, cuando la propia escritora ha contado en Fe de vida —de 1994, aunque escrito en 1978— sobre el registro que hizo la policía en su casa y no menciona prisión alguna, o afirmar que por su procedencia de clase y por no afiliarse al Partido Comunista fue considerada una traidora, es extremarse en la banalización.

Ciertamente, no hubo que esperar a la caída de la Unión Soviética para que en Cuba se leyera de nuevo a Loynaz. Había presidido, en compañía de otros notables poetas cubanos, el Festival Poesía ’68, organizado por la UNEAC. En 1984 se publicó en La Habana un volumen de sus Poesías escogidas, a cargo de Jorge Yglesias. Y ya había recibido la Distinción por la Cultura Nacional y la Medalla Alejo Carpentier cuando Cintio Vitier y Fina García Marruz le organizaron un homenaje en la Biblioteca Nacional José Martí, en 1987. Ese año el Ministerio de Cultura le entregaría el Premio Nacional de Literatura, la distinción más alta que se otorga en Cuba a un escritor. Sus otros libros vieron la luz luego del Premio Cervantes en 1992, cierto; pero me permito dudar si Loynaz hubiera alcanzado tal distinción sin la activa promoción de instituciones cubanas como la Casa de las Américas, cuya colosal Valoración múltiple, al cuidado de Pedro Simón (todavía hoy una de las más útiles vías para acceder a su obra), se había editado en 1991. Y, al parecer, quien promovió activamente la candidatura de Loynaz al Cervantes fue su compatriota Pablo Armando Fernández, miembro del jurado.

Entre todos los embustes que repite la reseñista (posiblemente tomados del libro reseñado, que no conozco), el más espectacular y novelesco quizá sea el asalto del gobierno cubano a la biblioteca de Dulce María para confiscar más de mil libros e impedir así que formara parte de una red de bibliotecas independientes sin vigilancia estatal. Según Carina del Valle Schorske esto habría ocurrido en 2003, pero para esa fecha ni siquiera la heredera de Dulce María habitaba ya la casa de 19 y E. La propia poetisa había donado su biblioteca a fines de los años 80 al Centro Hermanos Loynaz en Pinar del Río, una institución del Instituto Cubano del Libro, y sus libros aún pueden consultarse allí; no veo cómo el gobierno cubano, por feroz que fuera, hubiera podido asaltar una biblioteca inexistente.

La reseñadora se pregunta ¿se justifica entonces leer la obra de Loynaz, escrita casi toda antes de 1959, desde su experiencia posterior al triunfo de la revolución? Y una pudiera responder que sí, naturalmente. Todo está permitido. Incluso hay quien ha visto en su excelente poema Últimos días de una casa, publicado en 1958, una premonición del fin de una época. Pero su experiencia posterior aparece aquí tan viciada por las mentiras repetidas una y otra vez, que tal lectura termina por resultar falaz. No creo que pueda afirmarse tampoco que sus poemas tengan que ver con "revoluciones, golpes y bloqueos", sinceramente.

Pese a todas sus diferencias con el gobierno cubano, Dulce María no ejercitó el resentimiento con la misma obstinación que cierta crítica. Cuando apareció la primera edición cubana de Jardín (por cierto, en 1993, no 1994), decidió agradecer expresamente por "publicarlo la Editorial Letras Cubanas con el mismo cariño e ilusión con que lo hiciera Aguilar en 1951", y a su editora, Ana Victoria Fon, "por la revisión de los textos; porque, con su aliento, la tarea ha sido más fácil de llevar a cabo".

Todo esto se ignora en la reseña de The New Yorker. Debe ser muy difícil entender a Dulce María Loynaz mientras se tararea a Celia Cruz.



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