Sobre Cabrujas, Chávez y Caldera: Un telegrama al presidente

Resulta todo un ejercicio cívico transitar la obra escrita de José Ignacio Cabrujas; leerle bien podría considerarse una de las grandes tareas a las cuales estamos convocados, en los tormentosos tiempos que vivimos, los habitantes de este denso país llamado Venezuela. Su registro documental contiene, al respecto, interesantes estimaciones que bien pueden resultan de utilidad para navegar la crisis-país que actualmente afrontamos.

En tal sentido, valga la corriente ocasión para desempolvar uno de esos textos compilatorios que condesan las batallas políticas e intelectuales que solía emprender, en el Diario de Caracas, uno de nuestros pro-hombres de fin du siecle, y que en el año 2009 salió a la luz pública bajo la titulación El mundo según Cabrujas; obra que reúne parte de la trayectoria periodística que desarrolló, en un puñado de décadas, el apuntado hombre de letras.

A la luz de lo señalado, sea propicio aclarar que más allá del disfrute literario y la crítica socio-política a la cual invita la obra aludida en términos generales, el comentado libro contiene un trío de artículos, publicados en el mes de febrero del año 1992, que de modo específico conviene traer a colación por un par de razones; primero, por la aguda postura analítica que procura Cabrujas en cada de uno ellos, propia de aquel que se sabe implicado en sucesos de trascendencia vital para el decurso de un país. Segundo, por el repertorio de insumos histórico que ofrecen en relación a la situación general de crisis que se hizo patente, en nuestro país, durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez (CAP II) y cuyo paralelismo puede tributar, en algunos aspectos, para situarnos ante la coyuntura actual. Basta recordar, al respecto, que el lustro 1989-1994 encarnó uno de los períodos más difíciles del proyecto-país sepultado, en Venezuela, a finales del pasado siglo XX. De crisis en crisis (de la crisis de la democracia representativa a la crisis de la democracia participativa), resulta oportuna la ocasión para destilar algunos de los elementos de comprensión que le permitieron a Cabrujas, ante los eventos de aquel 04 de febrero, examinar una dinámica-país cuyo devenir demanda hoy, tanto como ayer, afinadas herramientas reflexivas.

Puntualizadas las preliminares condiciones de trabajo valga clarificar, al caso, que los tres artículos que han de ser empleados (en calidad de materia prima), para armar las corrientes consideraciones, son los siguientes: El país según Cabrujas (de fecha 09/02), Una incursión en Miraflores (16/02) y El MAS de mis tormentos (23/02), cada uno de los cuales contiene formulaciones de interés analítico cuyo contenido procuraremos aprovechar. En tal sentido, démosle curso a nuestra travesía tomando en consideración un trío de aspectos capitales; 1.- El contexto-país, 2.- El sentido histórico de responsabilidad y 3.- La Venezuela actual. Empacadas así las cosas, empecemos.

1.- El contexto-país

El 04 de febrero de 1992 Venezuela amaneció conmocionada por un intento de golpe de Estado. Ante ello, se activaron dos alarmas; la primera, la del fantasma del gobierno militar, inherente a los temores que se han forjado, en el devenir del calendario republicano, gracias a los cachuchazos con los cuales se ha delineado buena parte de nuestra trágica gestión gubernamental desde los albores del siglo XIX. La segunda, la de la crónica miopía y/o indisposición de la élite política gobernante para emprender los cambios requeridos, por la democracia venezolana, para oxigenar una situación-país marcada por el sentido de la urgencia y lo crítico.

Entendiendo lo precedente, valga asentir que la postura asumida por Cabrujas, a la luz de los eventos sobrevenidos el 4F, tomó sobradas distancias de la perspectiva que perfiló la vocería política gubernamental en la apuntada jornada, toda vez que eludió la pretensión irreal y acomodaticia de imputar a los alzados como los artífices de una crisis que "mágica e inadvertidamente" acechaba al país, y contrario a ello enarboló una postura según la cual el golpe y a los golpistas se perfilaban como consecuencia (no como causa, por más injustificable e inconveniente que resultara el cuartelazo), de la deriva de una sociedad que para inicios de los años 90 padecía la acumulación de una serie de problemas de naturaleza estructurantes, los cuales, a decir del articulista, respondían a los fenómenos de erosión política, económica y social que de la mano con la corrupción, la pobreza, la fuga de capitales, la desinstitucionalización del Estado (sobremanera del poder judicial) y el vaciamiento de la política, crearon las condiciones históricas en las cuales germinó la hoja de ruta insurreccional.

Vale subrayar, en consecuencia, que el periodista Cabrujas desestimó, al respecto, una mirada exclusivamente centrada en el acontecimiento, en el golpe de Estado, y optó de manera sugerente por inscribir la apreciación del mismo en una lectura procesual cuya explicación demandaba rastrear la secuencia de desaciertos responsable de las variadas y desasistidas tensiones, de los diversos episodios insurreccionales de carácter no-militar, a través de los cuales el clientelismo, la ilegalidad, la impunidad, así como la opacidad en el uso de los recursos públicos, potenció el escenario anómico característico del año 1992, en el cual la calle no dejó de comentar, in crescendo, lo que tanto preocupaba: las amenazas e imposibilidades de la democracia.

Así pues, el contexto-país que caracterizó a la Venezuela de los 90 se alimentó, medularmente, de dos grandes factores: por un lado, una ola de malestar impulsada por unas condiciones materiales y subjetivas que hacían de la insatisfacción y la protesta popular el pan nuestro de cada día; por el otro, unos liderazgos políticos petrificados, atornillados al statu quo, que se empecinaron en negar/rechazar la realidad.

Dicha combinación, claramente volátil, condicionó la socio-política de un país que el 4F amaneció de golpe. ¿No era previsible?

2.- El sentido histórico de la responsabilidad

Trazadas algunas de la líneas contextuales que definían la Venezuela gobernada por CAP II, valga subrayar (como se asomó en el párrafo anterior), que el desempeño de los operadores político representó uno de los ejes de tensión, no así de resolución, del pliego de problemas que afectó al país en el transcurso de las décadas de los años 80 y 90 de la pasada centuria, por lo cual la ya de por si explosiva combustión económica y social propia de la llave decrecimiento-empobrecimiento, se avivó inevitablemente a partir de las practicas erráticas que de una manera inercial tipificaron al estamento político dominante, al punto que las organizaciones partidistas hegemónicas, así como el liderazgo político tradicional y los canales de participación político-institucional (entre ellos el voto, las elecciones), paulatinamente entraron en una fase cataléptica que auguraba lúgubre desenlace.

Ahora bien, so pena de lo anterior, los eventos adelantados el 4F tributaron para demostrar que la parálisis política no resultaba omnipresente e incluso que existían algunos contenidos, en el proceder de los insurrectos, que resultaba imperativo rescatar. Al caso, valga la ocasión para destacar dos aristas que alternativamente encarnaron, en el marco de la refriega, las figuras del teniente-coronel Hugo Chávez y el senador Rafael Caldera. A cada uno de ellos Cabrujas le dedicó, en consecuencia, algunas consideraciones que vale la pena traer a colación.

Empecemos por aquello que se puede etiquetar, al respecto, como "el mensaje-Chávez". Para acometer dicho ejercicio resulta forzoso rehusar, de entrada, todas y cada una de las acciones que fueron adelantadas, en el campo político-militar, por los uniformados. Ante ello, resulte enérgica la más absoluta condena de las acciones castrenses que se desplegaron aquella madrugada del 04 de febrero. Ahora bien, sustraído cualquier posible equívoco asociado a simpatía con la apuntada acción subversiva, valga destacar un aspecto tan singular como definitorio de lo ocurrido el 4F: el fracaso de la insurrección.

En tal sentido, el aspecto gracias al cual se edifica un mensaje-Chávez no viene dado por la hazaña o gesta militar, es decir, por la consecución de los objetivos político-militares que se habían propuesto los alzados (puesto que, como bien se sabe, el agrio sabor de la derrota se instaló en el paladar existencial de los efectivos comprometidos en el alzamiento), sino precisamente porque ellos reconocieron, en específico el teniente-coronel Hugo Chávez de manera pública y comunicacional, el fracaso. He allí una huella, un fundamento, el arkhé de aquella actitud política que de manera desesperada le urgía conseguir a la sociedad venezolana: la valentía de asumir los errores, los desvaríos, las desviaciones. Tal acto, reconocido céleremente por Cabrujas en febrero de 1992, ha sido estimado, por los estudiosos del chavismo, como uno de los momentos fundacionales de lo que años después pasaría a ser considerado como el fenómeno-Chávez. La parrhesia configuró, al respecto, el mensaje-Chávez: hay que dar la cara y asumir las culpas.

Por otro lado, el mismo evento histórico hizo posible la ascendencia de lo que a falta de una nominación podríamos calificar, ad hoc, "el mensaje-Caldera". En efecto, aunque el senador Rafael Caldera desempeñó un papel secundario en la trama inicial del 4F, el discurso que pronunció el versado político, en el Congreso Nacional, una vez que había pasado la etapa álgida del movimiento militar, le valió un sincero reconocimiento por parte de los sectores que reclamaban un cambio de norte en la agenda política venezolana, toda vez que ex-mandatario no tuvo recato alguno en marcar una inflexión, una ruptura, un punto y aparte, de la matriz opinática en la cual se movilizaron la gran mayoría de los asistentes a la sesión extraordinaria convocada, ipso facto, en el Palacio Federal Legislativo.

De tal manera, el doctor Caldera hizo público, en el marco de unas tensiones desbordadas, lo que el estamento político insistía torpe e irresponsablemente en desatender; la apreciación del golpe de Estado como la expresión de una sociedad carente de respuestas. El hambre, la desigualdad, la partidocracia, la impunidad, conformaban el correlato de la acción militar. Tal postura caracterizó, en el acto, lo que hemos denominado el mensaje-Caldera y gracias a ella los sucesos del 4F lograron ser evaluados/considerados desde una perspectiva mucho más atractiva para los fines supremos del país. A decir de Cabrujas, así lo reclamaban 20 millones de venezolanos que querían sentirse representados. Rafael Caldera no desaprovechó la ocasión.

Visto lo precedente, se pueden dejar en limpio dos aspectos ante los eventos que perturbaron al país aquel 4F: primero, resulta cancerígena la desconexión de la élite gobernante con lo que constituyen los más auténticos y principistas reclamos de la sociedad; segundo, la renovación de las prácticas políticas demanda sacrificios, exige ponerse de frente (no de espaldas) a las urgencias nacionales, y en aquella jornadas específicas las acciones emprendidas por Chávez y Caldera lograron traducir/encarnar tal necesidad. No en vano el decurso de la vida republicana, luego de aquel intrincado año 1992, se ha escrito con los trazos que expresaron cada una de las dos figuras apuntadas. De allí su valor capital.

3.- La Venezuela actual

Transcurridos poco más de 25 años de años de tales periplos, bastante agua ha corrido por las calles de una nación llamada Venezuela. Desde entonces, la población venezolana no ha dejado de procurar respuestas ante sus problemas fundamentales y aunque en tal dinámica se han registrado episodios de calibre desigual (algunos momentos muy intensos seguidos de episodios de cierta tranquilidad), el conjunto del país no ha dejado de bracear vigorosamente para salir de una resaca que ya ostenta larga data. De crisis en crisis, lo seguimos intentando.

Ahora bien, en la coyuntura actual, el panorama se objetiva bastante pésimo. Nos encontramos, tal cual ocurría en el segundo gobierno de CAP, ante un contexto marcado por un quehacer económico-social sumamente precario, el cual a su vez se agrava, de manera sostenida, en virtud de la errática ruta por la cual ha decidido precipitarnos la casta política que direcciona el país. Ante ello, resulta difícil objetar los paralelismos que guarda la Venezuela actual con la que aparece, en los textos de historia, como propia de los años 90 (de manera genérica) y de ese singular año 1992 (de manera puntual).

Nuevamente se han activado las alarmas de lo anómico y en medio de tal movimiento telúrico de la formación histórico-social venezolana, resulta forzoso apreciarnos/analizarnos más allá del aquí y el ahora. Urge re-encontrarnos con nuestra historia, con el costo de nuestros errores socio-políticos, con las vacilaciones que tanto nos han perturbado como nación, y ante ello los eventos del 4F nos envían claros mensajes: reconocer y rectificar. La coyuntura que ofrece la propuesta de las ANC resulta propicia para hacer gala del sentido histórico de responsabilidad.

Telegrama: Debemos re-encontrarnos con Cabrujas.

 

cinco.venezuela@gmail.com



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