La constituyente y la burguesía: Traición al libreto, nuevos modelos y un fondo en transformación

El poder originario debe nacer del pueblo, tomando en cuenta a éste como el gran conglomerado de desposeídos y explotados que antaño fueron invisibilizados y hoy toman brillo protagonista en el escenario social. No podemos cegarnos, ni aceptar falsos positivos, pues el pueblo no es ese saco lleno de pintorescas mezclas que inventó la burguesía para autodenominarse integrante del mismo. Tampoco es ese andamiaje nacional que pretenderion vender los lacayos del imperialismo, evitando a toda costa la aceptación de la existencia de las clases, y queriendo difundir ideales "policlasistas" para disfrazar el entreguismo y la desigualdad ahupada. Aquí, y en cualquier tribuna, debe hablarse de pueblo y reconocérsele como vanguardia revolucionaria, como torso y extremidades activas de la humanidad, como mayoría oprimida, y no como grupo supraclasista. Porque sólo conociendo realmente qué es el pueblo y cuáles son sus enemigos, se puede construir poder popular.

Y es que el poder originario que se expresa vivamente bajo la participación popular en los procesos electorales debidamente efectuados, en los referendos exhaustivos y en la consulta paulatina, no se ve medido por avances tecnológicos, ni por estatutos jurídicos apegados a intenciones de sufragio. Es la capacidad de participación y su libre acción la que permite que el empoderamiento se de en normal desarrollo. Por eso llorar socarronamente por tales o cuales estatutos electorales, o por tantos y cuantos procesos electivos se realizan, no significará jamás una defensa férrea del poder originario y de la soberanía popular. Recordemos que, aún dentro de un proceso revolucionario de liberación nacional, el statu quo burgués sigue dominando las instituciones públicas y políticas, y por ende todo lo que se emana de ellas se ve infectado de la ideología, y justamente para esto debe surgir el poder originario, como vanguardia y como resistencia a tales escombros de la sociedad capitalista que no terminan de caer en el campo de lucha.

Pero la propuesta del empoderamiento a través de la vía constitucionalista es una respuesta de la burguesía para los efectos contextuales de los siglos pasados. Es un resultado histórico de muchas pugnas sociales, de muchas caídas y de unas cuántas banderas agitadas, para que al menos, en lo escrito, se respetase a un Estado moderno y más equitativo. Y aunque le debamos la idea a la clase que nos ha oprimido por un terceto de siglos, quedarnos estancados en el mismo libreto es nadar entre piedras. Tanto el Derecho como la política moderna son imaginarios de la sociedad capitalista y dibujos de la ideología burguesa. No pretender transformarlos y futuramente erradicarlos es actuar con negligencia y reformismo cochino. Sin embargo, estos mismos imaginarios – nada irreales – se han venido transmutando a la fuerza de la lucha revolucionaria y a costa de muchísimas muertes y desapariciones, para sólo referirnos a nuestro continente. Y asegurar que nada ha cambiado después de tantas luchas populares, luego de varios procesos de cambio en el continente, después de 18 años de la Revolución Bolivariana y del crecimiento del antiimperialismo a nivel mundial, es ridiculizar el mismo poder originario. Ya la burguesía ha perdido mucho campo en sus instituciones y no puede moverse con tanta libertad. Con tantas estructuras y esquemas rotos, puede generarse un impulso para la revolución del poder originario desde las viejas estructuras, conociendo el carácter temporal y pernicioso de estas y de la necesidad de su superación. Por lo que la Asamblea Nacional Constituyente deberá ser sólo el inicio del fin del fallecimiento de la vieja política liberal del Estado moderno y de las posiciones del individuo ante el mismo.

Poder comunal, Estado comunal, dictadura del proletariado, Estado socialista, son los títulos históricos que se han venido gestando en las teorías de los hombres que decidieron compartir sus libertades con la humanidad entera. El Estado Comunal, que nace en praxis, en semilla viviente, con Chávez, no es nada distinto a la dictatura del proletariado de Lenin, o del Estado socialista del cual nos empezó a hablar Engels. El Estado Comunal, la comuna en sí, es una fase superior de la revolución, que no tiene inicio sustanciado posible de medir con fechas o instituciones, ni mucho menos un final capaz de ser explicado hasta ahora, pero sí una serie de efectos en la sociedad, de los cuales se ha estado hablando en los 18 años de la Revolución Bolivariana. Y la Constituyente no es más que el comienzo de esta fase. Es la excusa perfecta para arrebatarle el poder a la burguesía y dar un golpe de timón hacia los últimos extremos de la izquierda, para ver si así se construye una solidez infranqueable para la sociedad igualitaria. Es el rompimiento del libreto burgués de las incontables constituciones frágiles, de las convocatorias poco participativas a reconstutuir el mismo poder, de constitucionalismos grises y alcahuetes. La constituyente le dará el fondo a esa figura llamada Patria, que tan vilipendiada está, que necesita un nuevo contenido y nuevas bases para sostenerse. Es revolución o inmovilismo reformista.

 

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