Los pueblos y los gobiernos

Hace muchos años durante mi época de mancebo realicé un viaje en un auto junto con dos amigos por una buena parte de Nuestramérica. Dada los sucesos recientes me siento obligado a relatar parte de este periplo que incluyó  ineludiblemente a nuestra  vecina Colombia. El largo recorrido se inició en Cúcuta, pasando por Pasto y Popayán, continuando hacia Ecuador, Perú hasta llegar a Puerto Mont (Chile). Rodamos por Argentina, prosiguiendo el recorrido por Uruguay, Paraguay, Brasil, Bolivia, hasta que finalmente retornamos a nuestro hogar siguiendo la misma ruta de ida, es decir la carretera panamericana: todo esto en dos meses y siete días.

Por lo expuesto anteriormente creo que de alguna manera estuve en contacto con nuestros compatriotas, conociendo y compartiendo de cerca el paisaje, los afanes, las angustias, los afectos y las alegrías de muchos de aquellos seres, quienes de alguna manera se mostraron solidarios con tres jóvenes trotamundos venezolanos con espíritu aventurero. He de resaltar que aún en mi pensadora retengo historias en cada uno de estos lugares, lo que me permitiría llenar un buen tratado sobre la vida de Suramérica de hace unos cincuenta años. De  aquellas anécdotas adquirí valiosas experiencias. Todavía, a pesar de mi nívea cabellera, mi memoria senil no ha podido disipar aquellas remembranzas agradables localizadas en algún departamento encargado de almacenarlas.

De mi pensadora algo desgastada extraigo a un mecánico ecuatoriano que le hizo un servicio al auto sin cobrarnos un céntimo. Nadie imaginará quién (me reservo el nombre)  nos acogió con denodada y generosa atención en Temuco (Chile), la ciudad que vio nacer a Pablo Neruda. Fuimos acogidos en su  hermosa estancia a cuerpo de reyes durante dos semanas. Nuestra permanencia en este lugar nos permitió disfrutar del paisaje, de la zona de los impresionantes volcanes y la de los apacibles lagos (la Suiza de América). Todo esto a cambio de nuestra compañía, un profundo agradecimiento hacia aquel viejo bonachón, de los cuidados de una afable india mapuche, unas cuantas lágrimas y un abrazo solidario de despedida. Mi pensadora se niega a olvidar a un grupo de soldados  argentinos que nos recogieron perdidos en la montaña gélida (el riguroso invierno de agosto) cuando atravesábamos los Andes nevados en la frontera entre Chile y Argentina. Aquellos  militares, unos cordiales muchachos, nos condujeron al cuartel de la frontera y allí nos alimentaron y nos dieron posada, a cambio de permitirse compartir con tres locos que estuvieron a punto  de morir congelados; fueron los frijoles más sabrosos que me he comido en mi vida y los colchones más propicios para calmar el sueño y el cansancio. De Buenos Aires me niego a olvidar a dos jóvenes como nosotros, dos clásicos porteños que nos ampararon en su casa por el solo placer de mostrarles a tres aventureros venezolanos la belleza de su acogedora ciudad. De Paraguay evoco a un loco capitán que resguardaba un cuartel en el apartado desierto del Chaco y, al igual que los soldados argentinos, nos dieron posada, alimentos y agradables aventuras por aquella zona inhóspita, pero no por eso le restaba belleza. Estoy obligado a escribir un comentario de mis compatriotas suramericanos que nos acogieron con amabilidad mostrándonos que en verdad somos habitantes de una sola nación, nuestramérica, tal como lo concebía el Libertador Simón, Artigas, Sucre y mi comandante Chávez. Quizás muchos de aquellos ya no existan y a otros, tal vez la barniz del tiempo les borró de su memoria aquellos jóvenes venezolanos que buscaban en el Sur de América nuevas y arriesgadas aventuras, pero es preciso, aunque tardíamente, retribuir con este artículo aquellas obsequiosas consideraciones.  

Todavía recuerdo a los indios que habitaban y todavía hoy permanece la puna boliviana, peruana y ecuatoriana. Para esa época (la de mi travesía) puedo asegurar que si Bolívar nos hubiese acompañado en aquel peregrinaje hubiese encontrado a los habitantes de esos pueblos originarios en las mismas ruinosas condiciones como él las dejó. Por fortuna, hoy por hoy la situación de aquellos olvidados de siempre cambió rotundamente, algo que corroboré en una recién travesía que realicé por Ecuador.

La vida no solo me concedió la gracia de visitar Suramérica en auto, también puedo afirmar que he recorrido a lo largo de mi atribulada vida, al lado de mi encantadora esposa Alejandra, buena parte de Europa oriental (España, Italia, Inglaterra, Alemania, Suiza, Bélgica, Holanda, Austria y Andorra), sin dejar de lado la república Checa. Mucho de estos recorridos lo hice en tren compartiendo con gente del pueblo el murmullo de la locomotora, el paisaje, el afecto, las alegrías y las tristezas de muchos de ellos. Y sin ánimo de jactarme, en mi pasaporte están plasmados las entradas y salidas de Egipto, Grecia, India, Marrueco, Turquía y China. También debo resaltar mis vagabundeos por México, Santo Domingo y una breve escapada por dos ciudades del Imperio. Tales andanzas fue posible con el dinero proveniente de mi trabajo como docente universitario por muchos años, los royalties como autor de libro de textos y de las obras de literatura de mi autoría; nunca  con dinero proveniente de la rapacería ni del cohecho.

Me corresponde resaltar que en todas aquellas correrías me mantuve en contacto con la gente de pueblo, al igual que en las ciudades, en las plazas, en los bares, en los  teatros… y advertí que todos tienen mucho en común: su afabilidad, su laboriosidad, la pobreza (unos más que otros), su vocación hacia el trabajo, la solidaridad, la entereza, el afecto hacia sus semejantes, entre tantas virtudes de los seres humanos. Mire que lo busqué con afán, cuando transitaba de un país a otro miraba con vehemencia los lugares fronterizos y les puedo asegurar que en ningún lugar observé el punto y la raya utilizado por los geógrafos para separar a las poblaciones. Por desgracia, una maldita táctica para que los gobiernos implanten animadversiones entre los pobladores.

En la actualidad observo con estupor lo que está sucediendo en América, Europa, Asia y África. Es notorio como los gobernantes, por ejemplo el rubicundo Donald Trump pretende construir un vergonzoso muro para separar dos pueblos que tienen mucho en común, dado que parte del territorio de México fue despojado por uno de los gobiernos de EEUU. Los modernos europeos no recuerdan las devastaciones que hicieron los gobiernos de sus antecesores durante las épocas imperiales en los países africanos, americanos y asiáticos. A tal grado que el resurgimiento de Europa durante los siglos XVIII, XIX y parte del XX fue producto de la mano de obra esclava y de los recursos naturales robados por los rapaces capitalistas en aquellas latitudes por muchos siglos. Durante ese período aquellos seres esclavizados por la bota imperial si fueron necesarios y útiles. Hoy por hoy, cuando millones de seres norafricanos deambulan por Europa desesperados por una guerra propiciada por la OTAN y EEUU, los refugiados constituyen un problema para los planes de desarrollo de los países capitalistas. Hay que botarlos de Europa, así como a los ilegales de USA. Incluyo entre estos segregacionista a Netanyahu, quien junto a su gobierno sionista pretende desaparecer del mapa a los palestinos, atizando sentimientos adversos en el pueblo israelí contra los hijos del islam.  Nada diferente de lo que está ocurriendo en el actual gobierno de USA contra los árabes. No son los pueblos los que de una manera natural experimentan malquerencia hacia el prójimo, son los gobernantes quienes de un modo inhumano enaltecen el tema de la nacionalidad para enfrentar a unos seres humanos contra otros. Como siempre, en este caso la nacionalidad es un lucrativo negocio apoyado en la guerra para que los poderosos (los malos) acrecienten sus fortunas.

Recién vimos y escuchamos al vicepresidente colombiano expresándose de los venezolanos con el denigrante epíteto de “veneco”, con la miserable excusa de ser este nuestro gentilicio. Pobre del ser que trata de limpiar los excrementos de su nido bajo la excusa una inexplicable ignorancia. Si en cualquier diccionario o en cualquier elemental consulta a mi tía Gugle se resalta que el gentilicio de los nacidos en Venezuela es venezolano(a). Me cuesta pensar que el presidente MM se dirija al pueblo de Colombia con el apelativo de “caliche”, para denigrar de un pueblo que junto a Bolívar realizó una gesta libertaria que condujo a la creación de la Gran Colombia. Me cuesta pensar en Simón dirigiéndose a Santander como el “caliche” y mucho menos utilizar este despectivo para dirigirse a los cientos de soldados y oficiales neogranadinos como Atanasio Girardot, Prudencio Padilla, Antonio José de Nariño, entre otros, quienes lo acompañaron en las duras batallas por la libertad de Suramérica. En aquellos tiempos solo existían los grancolombianos (colombianos), hombres y mujeres que combatieron con frenesí por alcanzar una patria grande, lamentablemente desmantelada por apetencias minúsculas de hombres como el actual vicepresidente neogranadino. No existían en la patria grande ni venecos ni caliches. Son los homúnculos como Germán Vargas quienes finalmente contribuyen con su mezquina vehemencia al odio entre los pueblos. Definitivamente, fueron y son los gobiernos las entidades facultadas para propiciar la malquerencia entre los seres humanos cuyo único deseo es vivir en paz y en armonía.

Lee que algo queda.



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Enoc Sánchez


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