¿Vive Venezuela una situación revolucionaria? (II)

En pasado artículo, quisimos definir la «situación revolucionaria» como aquel intervalo del tiempo histórico, cuando en un territorio determinado, se exacerban las contradicciones propias del Sistema Socio/cultural realmente existente en el cual está inserto, hasta una cota en la cual ya no encuentran solución dentro de la estructura de dicho sistema, o, para decirlo en otras palabras, el período donde el potencial emocional/revolucionario que impulsa a los de abajo a una trasformación radical, busca abrirse paso entre las grietas surgidas de los conflictos socio/culturales ocurridos en el los grupos dominantes (desde la Oligarquías hasta las clases medias)– las grietas surgidas en el seno de los grupos dominantes (desde la oligarquía hasta los sectores medios)– poniendo la Revolución en el orden del día. En una situación de esta naturaleza, si los de abajo han encarnado un Proyecto Revolucionario específico, la Revolución pude producirse.

Esta tesis es semejante a la que define los tiempos de cambio –momentos de bifurcación– en los sistemas complejos que funcionan lejos del equilibrio, y se evidencian sobre todo en los vivientes, aquellos que autoreproducen y transforman su estructura ante los estímulos internos o externos que los estimulan. Los sistemas, salvo el Universo, no son totales, están insertos dentro de otros mayores y son abiertos a ellos, pero, por el principio de «clausura» y en determinados momentos temporales, cesan momentáneamente de ser abiertos y funcionan como sistemas cerrados, pues sus membranas o fronteras dejan de tener la interpenetración que les es histórica y funcionalmente característica, debiendo estudiarse entonces internamente las estructuras históricas de sus redes culturales/territoriales, para comprender cómo éstas luchan entre sí buscando romper los desequilibrios socio/culturales históricamente establecidos, para, de esa manera, construir una nueva percepción del cambio histórico en un plano  más complejo.

Eso es lo que sucede en todos y cada uno de los territorios que ha conformado la especie humana en su devenir, pues desde que las tres grandes redes que había conformado la especie durante millones de años se unieron e hibridaron en el largo siglo XVI —partiendo de la conquista de América por los europeos—, comenzaron a emerger estados territoriales cada vez más definidos, hasta llegar a nuestro presente, cuando prácticamente toda la especie está inserta en un sistema socio/cultural mundializado (el Sistema Capitalista Mundial) y vive constreñida en estados territoriales, donde cada uno de ellos tiene una posición geopolítica real y especifica, pero que a la vez, y esto es lo importante, contiene las geopolíticas posibles y deseables para que la especie como un todo se mueva en una dirección, que siendo en principio indeterminada, puede ser objeto de un diseño que estimule el cambio estructural en una dirección posible, deseada y necesaria para la supervivencia y feleicidad de nuestra especie en el planeta.

Cada uno de estos territorios existe como un «espacio/tiempo/cultural», es decir, una unidad geográfica, un paisaje, que fue ocupado por la especie desde tiempos remotos creando una cultura (un sistema de valores, creencias, emociones e ilusiones, conductas y percepciones) durante un período muy largo que llega a millones de años y que luego, en su devenir, fue densificándose y relacionándose con otros grupos humanos hasta convertirse en un conjunto de pequeñas congregaciones, aldeas y poblados donde comenzó a emerger la separación entre la ciudad y el campo y con ello una cultura patriarcal que separando a los humanos creó, según David Hume, esa maravilla mediante la cual las mayorías son gobernadas por las minorías y se someten renunciando a sus propios sentimientos y pasiones a cambio de los de sus gobernantes. Allí empezó la lucha entre los de arriba y los de abajo, resistencia y afirmación que llega hasta nuestros días.

En cada «espacio/tiempo/cultural» se genera una cultura dominante y otras secundarias que conforman una red de conversaciones y/o comunicaciones que transmiten semánticamente significados, los cuales se inoculan –tanto en la mente individual como en la colectiva– en los distintos grupos que se construyen en la medida en que las redes se densifican y se hacen más complejas al paso del tiempo generan las modificaciones en el ecosistema, por causas tanto las exógenas como endógenas. Por eso, y en la medida en que los territorios se van haciendo cada vez más concretos y específicos, adquieren una cierta individualidad que exige se les trate como unidades de planificación (ecodiseño) y acción trasformadora. El conflicto entre las redes culturales abre las compuertas para un dialogo fecundo, que debe buscar las raíces históricas de los problemas que nos agobian, para así encontrar soluciones reales, posibles y deseables.

En el caso Venezolano basta observar la realidad para entender dirección en que debemos trabajar. Los temas que nos agobian, entre otros, son la inseguridad, el desabastecimiento, la desigualdad, la anomia y la aporía generalizada y sobre todo, la ausencia de esperanza y fe en un Proyecto Nacional histórico que nos alumbre un camino deseable y posible que, por sobre todas las cosas, sea creíble. Pero, cuando observamos lo que sucede en el Mundo vemos lo mismo: incremento de la desigualdad entre países centrales y periféricos y de la violencia contra estos últimos, aumento de la misma situación al interior de todos y cada uno de los estados territoriales; crecimiento de la violencia en todos los órdenes, pero sobre todo de la alevosía, premeditación y desparpajo por parte de los estados antiprogresistas. Creemos, sin embargo, que lo más grave de todo eso es la naturaleza del discurso mundial donde se afirma lo contrario de lo que se hace: hablan de combatir el tráfico de drogas, para que su negocio sea mayor y más rentable; de querer implantar la paz externa e interna, para beneficiar al complejo militar/industrial; de luchar por la paz, la democracia y la conciliación, para instrumentar los mecanismo que permitan reducir a súbditos a los otros territorios y poblaciones, etc., etc. Es un problema sistémico, total.

Nosotros, los venezolanos, nos encontramos en un momento históricamente decisivo: los actores políticos han agotado su discurso y no pueden transmitir aliento en el presente y confianza en el futuro. La derecha, representada tanto por la MUD como por la mayoría de los grupos de “estatus”, caso de la academia, la iglesia, los medios de comunicación y por sobre todo “el sentido común” que emana de la cultura dominante mediante sus personas notables (constructos culturales) que crean opinión, no tienen otra respuestas que la de volver al pasado e inscribirnos en una globalización dominada por el Capital, el cual, paradójicamente y al mismo tiempo, naufraga estrepitosamente  a escala mundial; mientras que la izquierda, con su carga histórica, no encuentra otra solución que incrementar el estatismo aceptando la institucionalidad culturalmente creada durante un pasado de por lo menos doscientos años. Por eso, en la izquierda, tenemos el imperativo de nuclearnos mediante un «Moderno Proyecto Nacional Territorial» que entienda que la llamada industrialización fue un mecanismo impuesto por el sistema para hacernos cada vez más periféricos y que no tiene sentido hablar de «reindustrializarnos»; que la paz y la conciliación fueron sepulcrales al atañer solo a los de arriba e invisibilizar a los de abajo y no existe la «reconciliación» para quienes jamás estuvieron conciliados; que la “democracia formal y representativa” es solo un mecanismo  mediante el cual las oligarquías, sobre todo la del Capital, logra que las mayorías, incluyendo a los sectores medios, sean, dominados y gobernados en términos reales por las minorías; que la economía es solo el ámbito de la socio/cultura donde se producen, distribuyen y consumen bienes y servicios, pero que en el fondo quien decide que es un bien o un servicio es la mente, la socio/cultura, pudiéndose, por ello, transformar mediante la acción revolucionaria; en fin, que es un problema sistémico, de modelo, de percepción de la realidad, que pone a prueba la existencia o no de un equipo  revolucionario que enfrente la existente situación revolucionaria con humildad y firmeza.

La respuesta a la crisis que nos atenaza —recuerda a la vivida en 1814 cuando el pueblo en armas con Boves a la cabeza, trastocó las estructuras socio/culturales vigentes en el territorio de la Provincia de Venezuela construidas durante trescientos años, generando una tragedia histórica, en términos de Marx, que aún nos arropa— solo encontrará una vía progresista rompiendo con la percepción política antigua de la Revolución realmente necesaria. El concepto Revolución es polisémico y su significado ha mutado a lo largo del tiempo, debido a las cambiantes circunstancias socio/culturales que transformaron el espacio/tiempo/cultural donde emergió y se desarrolló: desde la visión de Marx a mediados del siglo IXX hasta nuestro presente, donde en cada estado territorial y grupo de actores se maneja y trata de imponer un significado distinto. Ese concepto –Revolución y Reforma– tenemos que redefinirlo, para que responda a nuestro espacio/tiempo/cultural concreto. No podemos navegar sobre abstracciones ideológicas paralizantes que nos pueden llevar a la consumación de la tragedia histórica.

En este sentido quisiera hacer una convocatoria a las diversas personalidades y grupos del movimiento revolucionario para que reflexionemos y hagamos un extraordinario esfuerzo por entendernos y actuar –dentro de nuestra humana emocionabilidad– con racionalidad, honestidad y humildad revolucionaria. Somos muchas las individualidades y grupos que pugnamos en la izquierda por imponer nuestra visión, una percepción, una perspectiva tanto del camino transitado como el que construiremos  ¡eso está muy bien, es imperioso que lo hagamos! pero también es necesario que nos reconozcamos como lo que somos individualmente, que dejemos de pensar que por una misteriosa taumaturgia nos hemos convertimos de clase media con preocupación y fuerza intelectual revolucionaria en mutantes que pensamos y actuamos como proletarios fabriles, que representamos a la clase obrera y somos una especie de caja de resonancia de un pensamiento infalible.

Volveremos sobre ello, pero entre los años 1998 y 2005 un vastísimo movimiento de venezolanos nos lanzamos con fuerza y abnegación a participar y construir un Proyecto Nacional Moderno y Territorial y fueron muchos los logros y fantásticas las perspectivas ¡estuvimos a punto de lograrlo! pero se impuso el dogmatismo y lo más negativo de la cultura patriarcal: la prepotencia y el secretismo que descendió en cascada sobre el cuerpo revolucionaria, de mano de líderes apoyados en la fuerza del aparato burocrático obsoleto y negativo, el mismo que estábamos exigidos a trasformar, a destruir. Estamos obligados a cumplir esta tarea, no es posible que cualquier grupo que intenta formarse se disuelva por la presión individualista de sus componentes, que diariamente veamos los ataques a que algunos someten a los compañeros que están en el gobierno y como los descalifican sin piedad. No creo que sea el camino. Claro que los compañeros que están en el gobierno deben ser los primeros en actuar con humildad y aceptar en verdad la crítica, sin calificarla previa y prepotentemente como correcta e incorrecta, pero esto también vale para todos nosotros.

Debemos ser muy serios y responsables para poder salir de este drama al que el mal hacer nos ha llevado. Como siempre afirmó Saramago, hay que ser genética y emocionalmente revolucionario y parodiando a Mao, saber distinguir entre las contradicciones antagónicas y las que ocurren en el seno del pueblo.


joseluispachecos@yahoo.com



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José Luis Pacheco Simanca

Ingeniero Civil (ULA). Fue fundador del (MIR) en Mérida en 1959 y secretario de organización y de formación ideológica en el Dto. Federal y el Edo. Miranda. Coordinaba el apoyo logístico al frente guerrillero El Bachiller y dirigió revistas Rojo y Negro, órgano del MIR y Vanguardia, del Movimiento Marxista Leninista de Venezuela– MMLV– en 1965. Estuvo preso por revolucionario. En 1997 participó en el Plan de Gobierno de Hugo Chávez. En 1999 fue Viceministro y Director General del Ministerio de Transporte y Comunicaciones, luego Viceministro de Planificación. En 2000 fue Viceministro de Energía en el Ministerio de Energía y Minas con la misión de coordinar la elaboración del Plan Nacional de Energía. En 2001 fue director principal de la Junta Directiva del Banco Nacional de Desarrollo (Bandes). Posteriormente fue director principal de la Junta Directiva de Bandes Uruguay, hasta 2010. Fue Presidente de la Fundación Teatro Teresa Carreño. Es autor de varias publicaciones.


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