La libertad como contratiempo a la solidaridad

“La libertad sólo existe cuando no es de nadie”

(Carlos Varela, cantautor cubano)

 

El tránsito de la libertad desde la noción de libertad negativa hasta la libertad positiva de I. Berlin (un liberalista como pocos) parece haberse quedado en el baúl de la historia. Ese baúl que los liberales de ahora temen abrir porque se pueden encontrar que su prédica libertaria es en el mejor de los casos, vacía. Poder volver sobre la libertad en estos tiempos es menester no sólo por la importancia que ella tiene en el concierto del ejercicio de los derechos humanos, sino además porque ella constituye la condición de posibilidad para un paso más osado en la construcción de la humanidad.

En esta oportunidad, quisiéramos abordar la libertad que se contrapone a la solidaridad en un acto de ironía fundado en la contingencia humana. El asunto no es de poca importancia. Si quisiéramos expresarlo en términos de la geopolítica internacional es la libertad norteamericana vs. La solidaridad cubana. O, si preferimos hacer la abstracción de inmediato: la libertad imperial vs. La solidaridad internacionalista.

La libertad en estos tiempos goza de muy buena reputación porque es esencialmente considerada como una libertad instantánea. Es decir, el ejercicio de la libertad no se corresponde con una trayectoria histórica sino con el acto inmediato y de efecto inmediato que muestra su poder aunque ese poder sea absolutamente efímero. Es la libertad de la que se disfruta/ejercita/padece al momento de ejercer el voto sin ningún otro compromiso que la emoción de ejercer la libertad en ese instante. El ejemplo es pertinente porque en los procesos electorales es cada vez más evidente que el ejercicio de la libertad es fundamentalmente emocional. No se apela en esa circunstancia a las razones que justifican una conducta. Es una libertad que es absolutamente descomprometida con la historia y las consecuencias de ese acto. Ese es el meollo de la libertad imperial, es una libertad irresponsable porque no hay modo de apelar a un tribunal mayor que el disfrute alcanzado desde una posición de poder exacerbado. ¿Le suena lejano?. Vuelva a pensar el modo como celebramos la posibilidad de poder en el instante sin calcular las consecuencias. Nos ocurre con demasiada frecuencia y eso significa que esa “libertad” que disfrutamos es una libertad aparente. Es una libertad despojada de lo esencial a nuestro juicio: la posibilidad de poder seguir disfrutando de la capacidad de decidir. Si Ud. compromete su capacidad de decisión a futuro para poder decidir ahora, se encuentra en un proceso de hipoteca de la libertad.

Esta libertad “instantánea” tiene además un componente ético que nos interesa resaltar en estos días. Se trata del ejercicio de la libertad cuando esta implica el ejercicio de solidaridad porque tiene en mente la capacidad de decidir que se puede “transferir” libertad a quien no la tiene, o la tiene en menor proporción. Es la arista de la libertad positiva que se ejerce inevitablemente desde una condición de poder. Condición de poder no para hacer que otros hagan sino la de poder actuar para “mejorar” la capacidad de los otros. La solidaridad es esencialmente una decisión que comporta la libertad de ampliar la potencia de cada quien para hacerla potencia para otros. Es en esa medida una libertad comprometida porque involucra una responsabilidad que va más allá de cada cual. Es un acto con la responsabilidad adicional de cuidar al otro no sólo en su condición de minusvalía pero en su potencial libertario.

La solidaridad adquiere así una connotación curiosa porque de algún modo condiciona y limita la libertad inmediata para reforzar y enriquecer la libertad de largo aliento. Esa libertad que Berlin llamó positiva porque implicaba la posibilidad de actuar y no tan sólo aquella de impedir o contener la acción en contra de la esfera individual. Ser solidarios entonces deja de ser un acto hecho sólo desde la compasión y la misericordia sino que se constituye en un acto de libertad generosa de permitir que aquel quien es menos libre, incluso en términos de la libertad negativa, pueda avanzar en su capacidad de libertad.

Los tiempos que andamos son tiempos cuando en nombre de la libertad, la solidaridad es vista como un acto de débiles. Probablemente así lo sea, pero quien piense que el ejercicio de la libertad es un ejercicio que sólo está reservado a los poderosos no ha entendido que la libertad no se posee sino que se ejerce. Es allí donde la libertad crece como signo y señal de que somos capaces de superar nuestras propias limitaciones.

Pero el ejercicio de la solidaridad tampoco debe estar mediado por lo inmediato y lo contingente porque sería volver sobre la ironía contingente desde la cual se juzga que la libertad siempre supone la ironía de escoger el mal para “ellos” o el bien para “nosotros”. Donde “muchos” y “pocos” es producto de la contingencia, la solidaridad a diferencia de lo que muchos creen necesita re-crear los rostros para que se encarne la solidaridad allende de lo inmediato y el próximo. Se trata de elevar la solidaridad hacía lo que no tiene otro rostro que la necesidad e incluso lo anónimo. De eso se trata la solidaridad internacional, o quizás ahora debamos decirlo con mayor propiedad, la solidaridad humana como la condición de posibilidad de ser humano hasta el extremo de superar la propia debilidad.

Al final, quizás el contratiempo de la solidaridad de la libertad sea la ilusión de que tenemos libertad cuando apenas somos los prisioneros de nuestros propios prejuicios. Desde esa dimensión, quizás la parábola del buen samaritano además de mostrar la solidaridad con un extraño, nos dibuja los contornos del único que fue capaz de ejercer su libertad para el bien de todos.

A Tiempo: La visita de Obama a América Latina al final de su mandato lejos de ser una muestra de interés auténtico por estos pueblos, es hacer liviana una derrota histórica que ahora parece comenzar un tránsito que tiene en una derecha nueva, la única posibilidad de influir en los gobiernos. Su influencia sobre los pueblos aún está por verse. No obstante, no deja de ser insólita la afrenta a la memoria del pueblo argentino cuando se cumplen 40 años del golpe de estado en aquella región del continente latinoamericano, el que el presidente de la nación promotora de golpes este de visita.



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Alejandro Elías Ochoa Arias

Profesor Titular de la Universidad de Los Andes. Profesor Invitado de la UBV Zulia, Universidad Politécnica Territorial Kleber Ramirez. Ha sido autor de varias publicaciones en revistas científicas nacionales e internacionales. Ha sido conferencista invitado y profesor invitado de la Universidad de Hull en Inglaterra, la Universidad del Cuyo en Argentina y la Universidad de Santiago de Chile en Chile. Ha contribuido en la definición y puesta en marcha de los centros de investigación: Centro de Investigación y Desarrollo en Tecnologías Libre (CENDITEL) y del Centro de Investigaciones en Gestión Integral de Riesgos en Mérida.

 dioseses@gmail.com

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