La batalla de las ideas hoy

La BATALLA DE LAS IDEAS no es un invento, ni un antojo, ni un capricho que se le metió en la cabeza al presidente Chávez. Es, al contrario, un asunto serio, por demás crucial, en estas circunstancias de la vida nacional, en la que se adelanta un proceso de cambios en la estructura socioeconómica y política del país; proceso de cambio que no pretende ser simple cosmetología, sino que pretende ir al fondo, a los asuntos estructurales; que se plantea un vuelco radical, profundo, al sistema de organización de la producción económica, del sistema político, de la organización social en nuestro país. Lo que se pretende es construir un nuevo modo de vida, muy distinto al que hemos tenido los venezolanos a lo largo de quinientos años de historia. La aspiración es nada más y nada menos que desmoronar el sistema de vida capitalista y levantar en su lugar el modo de vida socialista venezolano.

En función de dicho proceso de cambio estamos batallando para desplazar las viejas ideas del viejo orden que queremos desplazar, para colocar en su lugar las nuevas ideas correspondientes al orden por venir, esas que caracterizarán al ciudadano venezolano de la república en gestación.

Aquí, en el plano de las ideas ocurre entonces una dura batalla, que quizá sea la más importante batalla que tenga lugar en nuestro país en estos tiempos, pues se trata a través de dicha batalla de erradicar las ideas, las creencias, valores y conceptos que han llenado nuestro espíritu, que han nutrido nuestra conciencia, que han saciado nuestro entendimiento, y que a fin de cuentas nos han conformado como personas. Así en verdad son las cosas con respecto a las ideas. Estas, no es que existan libremente, flotando por los aires, desprendidas del cuerpo de las personas, desconectadas de la realidad material y social, sino que las mismas encuentran su lugar de realización en el interior mismo de las personas; las llevamos nosotros por dentro, son nuestros constituyentes principales, están en nuestra mente y en todo el resto del cuerpo; con ellas interpretamos la realidad social y natural, nos comunicamos y relacionamos con las demás personas, miramos el mundo, sufrimos y disfrutamos. Las ideas son en realidad, las fuerzas verdaderas que controlan nuestra vida toda, que determinan nuestras actuaciones, que rigen nuestro comportamiento, que deciden nuestros gustos, preferencias y selecciones. Por esto, en razón de su omnipotente presencia e influencia, la erradicación de dichas ideas comporta una verdadera batalla, una batalla que en principio se libra con respecto a nosotros mismos y por lo cual es una batalla liberadora, pues a través de la misma nos liberamos del dominador cautivo que llevamos dentro. La liberación nos libera de la sumisión, del conformismo, de la alineación, de los efectos de eso que Ludovico Silva llamaba la plusvalía ideológica, que es exactamente la falsa conciencia o conciencia ideológica; que es falsa e ideológica porque no es verdadera conciencia, pues la verdadera conciencia no esconde nada, no engaña, ni tampoco sirve a la dominación, sino que clarifica, devela, descubre y sirve a la emancipación de la persona.

Por lo dicho es que tienen razón los pensadores del campo de la revolución venezolana que sostienen que “la revolución deberá ser cultural o no será nada”. Con tal afirmación se da en el clavo acerca de lo que comporta una verdadera revolución. Pues, la revolución es cambio de subjetividad, es cambio de mentalidad, es transformación de la conciencia, lo que significa al mismo tiempo transformación del ser humano y su conversión en un hombre nuevo, el hombre nuevo del que hablaba Ernesto Che Guevara, fin último de toda revolución. Aquí es donde encuentra todo su sentido aquel olvidado proyecto, lanzado años atrás por el Veguero de Sabaneta, llamado el Tercer Motor, y cuyo objetivo esencial se resume en la frase moral y luces. Lo que se intentaba con el Tercer Motor era formar a los venezolanos con las luces del entendimiento, con las luces de la conciencia, con las luces del conocimiento lúcido, base, a su vez, de la actuación responsable, de la imaginación sensible, del desempeño ético. Se trataba con toda razón de la forja de la subjetividad revolucionaria a través del único camino posible, que no es otro que la Revolución Cultural.

La revolución cultural la define Paulo Freire, pedagogo de la educación liberadora, como “el esfuerzo máximo de concientización que es posible desarrollar través del poder revolucionario” (1970). Por su parte, Ludovico Silva hablaba en el mismo sentido de Revolución Pedagógica, que consiste en “educación de los seres humanos para la conciencia, educación para darles vocación de lucidez permanente y evitar así que se rindan ente la facilidad de las consignas” (1970). Se reconoce en ambos casos que la educación es fundamental para la ejecución de la revolución cultural, pero no estamos hablando de cualquier educación, no se trata de la educación que simplemente suma información, ni tampoco de la educación dirigida a las elites ilustradas, sino de la educación popular, que es de por sí concientizadora, reflexiva, crítica, y, en consecuencia, revolucionaria.

De educación revolucionaria hablaron algunos personajes relevantes de América Latina. Por ejemplo José Martí dijo alguna vez que “la fuerza está en el saber; la fuerza está en saber mucho”. Por su parte Simón Bolívar también dedicó tiempo a este tema; dijo al respecto, entre otras cosas, que “Moral y luces son los polos de una república; moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Igualmente Simón Rodríguez expresó pareceres similares. “Nunca, dijo Robinson, se hará república con gente ignorante; nadie hace bien lo que no sabe; dejémosle a nuestros hijos luces en lugar de caudales; la ignorancia es más de temer que la pobreza”. No por casualidad estos prohombres de la revolución latinoamericana otorgaron primera prioridad a la educación popular, a la educación del pueblo, a la educación de las mayorías. Es lo mismo que hizo en los últimos años venezolanos nuestro comandante libertador, el presidente Chávez, a través de las misiones educativas y a Través del Tercer Motor Moral y Luces, proyecto malogrado apenas comenzó, para lamento de la revolución Bolivariana. Entendía Chávez que sin educación no podía la revolución llegar a feliz término; y sabía también que dicha educación tenía que producir un cambio de mentalidad, una verdadera revolución cultural. Tal es entonces el verdadero sentido de eso que llamamos la batalla de las ideas, una batalla sustantiva, a la que hay que dedicarle mucho tiempo y suficientes recursos. Al respecto no hay que descansar, pues aquí se juega el triunfo de la revolución.

Ahora, a doscientos años de la Campaña Admirable, proeza emancipadora llevada adelante por el Libertador Simón Bolívar, el mejor regalo que podemos ofrecerle a la memoria del Grande Hombre latinoamericano es ganar nosotros hoy de manera definitiva la presente batalla contra las fuerzas de la derecha nacional e internacional y por nuestra condición de patria libre, justa, digna y democrática.


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Sigfrido Lanz Delgado


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