Venezuela y la encrucijada del socialismo

El presente artículo fue escrito apenas unas pocas horas después que Tibisay Lucena, directora del Concejo Nacional Electoral, anunciara el estrecho triunfo de Nicolás Maduro sobre el candidato de la derecha venezolana. Debo reconocer aquí que fui conscientemente timorato: no quise solicitar su publicación en ese momento. Si lo hubiera leído usted ese día, es posible que lo hubiera calificado de por lo menos imprudente ante la arremetida golpista que siguió inmediatamente después del 14 de abril, día de las elecciones en Venezuela. De una cosa sí estoy seguro: de una vez por todas las autocríticas no pueden seguir soslayándose, ni aun bajo ese pretexto, más todavía si estamos ante un serio revés para la revolución bolivariana, que se enfrenta hoy a las consecuencias de uno más de los grandes errores cometidos por los procesos revolucionarios a nivel mundial desde el siglo XX.

Quizás, acudiendo a la vanidad, en este caso dolorosa, me bastaría pedir a mis leales lectores que ingresaran a los archivos del inefable Internet, y se circunscribieran a dos artículos escritos por vuestro modesto cronista: el primero apareció en varios portales de Chile y Latinoamérica, incluyendo el prestigioso sitio Aporrea.gob de Venezuela que, siendo de innegable línea revolucionaria, acogió el escrito con una visión objetiva de lo que debe ser el periodismo. Me refiero al artículo Una Autocrítica Necesaria escrito inmediatamente después de la única derrota del chavismo en el referéndum realizado el 2 de diciembre de 2007 que buscaba legalizar constitucionalmente la reelección indefinida del presidente, además de otras reformas que se incluyeron destinadas a consolidar los proyectos socialistas.

Errar, ¿socialistum est?

El artículo de marras, que recibió las críticas de los aduladores de siempre que hasta hoy continúan desconociendo los errores de fondo que llevaron a la caída del socialismo del siglo pasado, aludía como cuestión central, al papel unipersonal y excluyente que caracteriza a los líderes de los procesos revolucionarios que, en esencia, debieran ser pluralistas y colectivos. Se advertía ahí de los peligros que acechan a las revoluciones cuando ellas se encarnan de tal manera en la figura del líder, que finalmente el destino del proceso termina amarrado indisolublemente al propio sino que la vida le reserva al iluminado de turno.

Las palabras premonitoras de ese artículo, escrito siete años antes de la muerte del Comandante Chávez, por desgracia se cumplieron una a una. No se trata de que vuestro articulista haya heredado las facultades pitonisas de los cabalistas de la antigua Grecia. Ni siquiera es una cualidad también iluminada de este autor, lo que me libera del sambenito de vanidoso que usted pudiera endilgarme. Lo que ahí dije no sólo no era nada nuevo, sino que ha sido meditado y criticado por muchos que han comprendido que para afrontar los nuevos campos de la lucha social y política, se debe comenzar por reconocer y enmendar los errores más significativos de la ideología. Quizás si el único mérito fue atreverme a decirlo aun a riesgo de la avalancha de críticas, e incluso del calificativo de antichavista, que, en efecto, me cayeron arrojadas con un voluminoso balde.

Para cumplir con aquello de las pruebas al canto, permítame citar sólo un párrafo de ese artículo lo que, por lo demás le ahorrará a usted el tedioso trabajo de buscarlo y leerlo completo:

es también justo exigir de un hombre con mentalidad revolucionaria, un estadista de la talla de Hugo Chávez, luchar precisamente para que los destinos de un proceso de la envergadura nacional e internacional como el bolivariano, no esté sujeto al destino personal del líder sobre cuya cabeza pende no sólo la permanente amenaza de un magnicidio que la CIA y el Departamento de Estado de Norteamérica no dudará en utilizar en cuanto se presente la ocasión, sino que un desenlace biológico normal en el que la muerte debe estar siempre considerada como posibilidad ineludible

Esto fue dicho en 2007, años antes que se conociera la triste noticia del mal que aquejaba al Presidente Chávez y que lo llevó a la muerte. El otro artículo es más nuevo y se refería ya al probable desenlace biológico, manera eufemística de aludir a la muerte, en este caso por el cáncer,  que le esperaba al líder venezolano. Se tituló Venezuela y el Cáncer del Socialismo y apareció en marzo del año pasado, es decir hace poco más de un año. Ya de forma más concreta, hasta con nombres como el de Nicolás Maduro, se advertía ahí la ausencia de un sucesor de Chávez en un pueblo al que se le había acostumbrado a pensar que el Padre como lo llama ahora Maduro, era la encarnación de la fortaleza y, por lo tanto, del destino de la revolución bolivariana.

Un líder express

Cuando el Presidente Chávez comprende que su última batalla, la batalla por su vida sería la única, pero decisiva que iba a perder, era ya demasiado tarde para crear un sucesor por decreto, por herencia, un guía cocinado en olla a presión, aunque fuera designado por el líder concebido hasta ese momento como único e irremplazable.

Nicolás Maduro no dio el ancho, como decimos en Chile, a pesar de su formidable corpachón, y ganó las elecciones rasguñando votos que, sin embargo, nadie duda que son legítimos, salvo Capriles, el contrincante de mirada de hiena que se ha puesto a la cabeza de la arremetida fascista de la derecha.. No fue culpa de don Nicolás. El no podía en un par de meses desde que Chávez lo nombrara su sucesor, convencer a todo un pueblo que la revolución no dependía de un hombre, más aún si lo que se intentaba era precisamente lo contrario: armar a toda velocidad otro igual al que el desenlace biológico se había llevado.

Se demostró otra vez que la historia y la experiencia, premisas marxistas, son implacables. La realidad objetiva también lo es. A ello se agregó la sucesión de errores con los cuales se enfrentó la corta campaña de sólo tres semanas. En vez de erigirse con atributos propios, demostrar al pueblo que daba el ancho, Maduro se abrigó de la cabeza a los pies con las ropas que dejara Chávez. La majadera alusión al Comandante, majadera hasta la saturación, en donde él mismo se ninguniara dicho también en jerga chilena, con el fin de aparecer sólo como el ejecutor, la correa de transmisión entre el fantasma de Chávez y el pueblo, le despojó de la necesaria credibilidad que tenía que sembrar en el seno de las masas.

Tapar el sol con el dedo de Chávez

La situación real de Venezuela, aunque los obtusos de siempre no quieran admitirlo, cambió radicalmente desde se anunciara el empate técnico entre la derecha de rostro, acción e intenciones fascistoides, y el chavismo desconcertado y perplejo ante el brusco cambio de la realidad venezolana. Lo primero de lo primero es reconocer esta realidad aunque no nos guste. El futuro de la revolución bolivariana y de los procesos similares que ocurren en América Latina, se ha plagado de oscuros presagios por un nuevo escenario que reviste serios peligros: el principal, una derecha rabiosamente antisocialista, complotadora y golpista, que se ha pertrechado por primera vez de un arma que la legitima, en los números, ante los ojos del mundo y, lo que es peor, ante el propio pueblo venezolano: son el 50% de la población, al menos en el papel que representan las boletas electorales.

Con mucho menos, la conspiración organizada desde el norte ha desestabilizado y ha destruido procesos acudiendo en defensa de oposiciones supuestamente avasalladas por el poder popular establecido como gobierno. En estos mismos minutos, teniendo ahora como base la nueva realidad, los planes para el siguiente paso se estarán discutiendo en Washington y en las guaridas caraqueñas de la derecha. ¿Qué hacer? Gran dilema para los revolucionarios bolivarianos. Los analistas del todo el mundo coinciden a esta hora en que al debilitado chavismo le quedan solo dos opciones: negociar con estos peligrosos opositores, o radicalizar el proceso acelerando los cambios que vuelvan a encantar a las grandes mayorías huérfanas de Papá Chávez.

La primera opción, la de negociar con el fascismo, en mi modesta opinión está descartada si no se quiere hundir definitivamente el proceso. La derecha y Washington a estas alturas no van por pequeñas concesiones a sus deteriorados intereses: van por todo el poder. La política imperialista de crear pequeños, pero numerosos focos de violencia que den la sensación de todo un pueblo insurreccionado, como la experimentaron exitosamente en Egipto, en Libia y ahora en Siria sólo por nombrar algunos, puede ser también el trampolín para la intervención militar de Estados Unidos en Venezuela. Más aun si las elecciones dejaron en evidencia la pérdida de un importante contingente chavista tan necesario en un momento álgido representado por la desaparición del líder.

Un fantasma recorre Miraflores

La izquierda venezolana pareciera estar reincidiendo en los errores históricos que tan caro se pagaron en el siglo XX. Se está blindando a otro Iluminado, se le está tratando de elevar también a la categoría de líder único desaprovechando la oportunidad de experimentar con una dirección colectiva, más aún si el proceso bolivariano cuenta con varios hombres de gran calidad demostrada también en la práctica. Sin embargo, si se persiste en el camino peligroso de volver a amarrar el destino del proceso a un hombre, que al menos se empiece por exorcizar a Maduro del fantasma de Chávez que lo tiene agarrado de los cojones, e intente caminar con sus propios pies por los senderos de la revolución. Suena tenebroso, pero aquello de a rey muerto, rey puesto, que se convirtiera en ley sagrada en tiempos del socialismo real, no pasa por mantener el espectro del antecesor sentado en el trono, en este caso en el sillón presidencial del Palacio de Miraflores.

Por eso, si se quiere mantener la tradición del chavismo, hay que seguir el concejo sabio del pintor F. Marck que dijo: Tradición no es usar el mismo sombrero que usara mi abuelo, sino comprar uno nuevo, tal como hizo él.

cristianjoelsanchez@gmail.com



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