Abrir las puertas de salida de las universidades

No ha habido forma de posicionar en los hechos como variable estratégica de desarrollo de las universidades su función de extensión, así como lo es la docencia y la investigación. Desde su fundación las universidades han tenido un modelo de crecimiento hacia adentro donde la función docente se lo lleva todo, al invertir en todas las carreras científicas, tecnológicas, humanísticas y artísticas, y al construir dependencias específicas como facultades, escuelas, departamentos, cátedras y materias, para atenderlas. Este modelo de universidad las puertas de salida son estrechas y muy limitantes, porque se conforma con ofrecer profesionales a la sociedad, porque se conforma igualmente con producir conocimiento a la sociedad, sin ninguna vinculación orgánica y gerencial con las instituciones y comunidades de la sociedad. Son propuestas instrumentales, sin diálogo y consenso. Donde la universidad se erige como único sujeto de la verdad, que desde un pedestal mira y entrega pasivamente a la sociedad, por ello la extensión, aún con los esfuerzos que se han hecho como la creación de coordinaciones centrales y por facultades, y generando planes de inserción en la sociedad ha estado marginada. Hasta que no se dé una concertación entre el Estado, la economía, la sociedad civil y la universidad la extensión seguirá en un tercer plano. Y es que el concepto mismo de extensión siempre ha sido ambiguo y difuso, basta con que se haga una actividad en la barrio para ser llamada extensión, por ejemplo. Y es que las tres funciones universitarias se han tomado siempre como si fueran los fines y objetivos de las universidades y no medios para alcanzar los mismos. Siempre he sugerido que en vez docencia se hable de desarrollo de los estudiantes, en vez de investigación se hable de producción científica-tecnológica, humanística y artística, y en vez de extensión se hable de área de desarrollo de la sociedad, de sus instituciones y sus comunidades.

La forma tradicional de ver las tres funciones como fines se debe al predominio como praxis y cultura del ya agotado paradigma burocrático, funcionalista, paidocéntrico, cientificista y disciplinario que soporta estas instituciones educativas, cuestión que se agrava por la crisis de los parámetros que definieron el mundo occidental en la modernidad y solamente cambiando hacia un nuevo paradigma, las universidades podrán tener una vinculación más orgánica con nuestra sociedad. El nuevo paradigma aportaría los nuevos principios y valores del ser humano, de los saberes y de la vida institucional académica para poder así hacer propuestas de desarrollo académico y ejercer una praxis coherente, desde el Rector hasta el último de los estudiantes, desde los profesores hasta los empleados y obreros, desde el Consejo Universitario hasta las cátedras. Yo diría que la Universidad debe verse desde una visión posmoderna. Debe transformarse desde una especie de renacimiento universitario que partiendo de la auténtica democracia política y universitaria se realicen, sin perder la medula de la autonomía, planes, programas y proyectos integrales, holísticos, coordinados, interdisciplinarios y transdisciplinarios y gerenciados eficientemente y con calidad, donde estén integrados los actores académicos y sociales en términos de sus potencialidades creativas, innovativas y bajo el perfil de la ética del ser humano al servicio de la sociedad y de la ecología, y que permitan en la presente coyuntura una refundación institucional.

En esta dirección ya se han hecho planteamientos interesantes en nuestras universidades, como la propuestas de la Universidad de Servicio y el proyecto CIARPOLIS realizadas por la comunidad de la Universidad del Zulia. Se espera tener consenso para su aplicación ya que son de vital importancia para el desarrollo del país en la presente coyuntura.

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*Doctor en Ciencias de la Educación

evaristomendez22@gmail.com



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