Urgencia de las elecciones universitarias para reiniciar todo otra vez

En las universidades autónomas se han debido realizar elecciones cerca del 2012. Su ausencia atenta contra legitimidad tanto de las autoridades universitarias y decanales como de la misma universidad frente al país y al mundo en general. Sin elecciones se mantienen los mismos planes, se mantienen las mismas personas y se van descartando cualquier propuesta de cambio o de innovación. Ya sabemos que las elecciones refrescan el ambiente, y promueven nuevas ideas y planes. Pero su ausencia genera parálisis, unido al hecho de la falta de presupuesto, la ausencia de una política laboral que pueda motivar el trabajo universitario, más la inherencia de la delincuencia que se suma a la inseguridad en los campus universitarios. En este lapso de tiempo la academia mantiene una inercia asombrosa, como un barco que se va hundiendo poco a poco, las autoridades han reducido su pensamiento y acción a echarle la culpa al gobierno y a los gremios como causantes de la paralización y crisis de las mismas. Pero esto es una verdad a medias, porque se sigue operando con estructuras académicas agotas y con una inmensa burocracia que en vez de favorecer el avance de la academia lo que hace es entorpecerla. De alguna u otra forma este discurso contra el gobierno y los gremios ya hace su historia. Se han asumido prácticamente desde la renovación universitaria de los años setenta. De allá para acá todo ha sido en el mejor de los casos mejorar lo que ya existe, o el de aplicar cambios parciales sin ningún impacto en la estructura académica en su totalidad. Las universidades han vivido desde entonces de los beneficios o avances que se han alcanzado, pero encapsulados en un paradigma académico, organizativo y gerencial agotado, y en ese ínterin han dejado de mirar el futuro, han dejado de asumir la vanguardia académica que se registra a nivel mundial y sobre todo han dejado de considerar las necesidades de desarrollo de toda la sociedad.

Con la parroquializacion de nuestras universidades, que solo se ven a sí mismas dentro de un ambiente que no cambia con el tiempo, se pierde el norte competitivo que debe tener la académica universitaria. Las precarias y marginales posiciones que tenemos a nivel mundial lo demuestran. La universidad crece pero no se desarrolla. Se dan saldo cuantitativos como el tener la mayor matricula, como el de tener el mayor número de investigaciones por universidad, pero en cuanto nos comparamos a nivel mundial estamos muy por debajo. Se aprueban planes en todas las direcciones pero sin ninguna articulación. Se abren instancias administrativas particulares para no entrar en contradicción con las ya existente. En la mayoría de los casos ocurre que en alguna coyuntura los planes aprobados, poco a poco esa burocracia, unido a la inercia de la gestión universitaria y al pragmatismo electoral de la comunidad de profesores y alumnos los van fagotizando hasta su eliminación o son marginados de toda la dinámica universitaria. Así pasó por ejemplo en la Universidad del Zulia, en los años setenta del pasado siglo, con el proyecto de la Facultad Experimental de Ciencias y el proyecto de los Estudios Generales. Estos proyectos que debieron representar un cambio organizacional sustancial hacia la departamentalización de toda universidad y la formación interdisciplinaria, ya se habían agotado en menos de una década.

La comunidad y líderes de la universidad volvieron atrás, prefirieron el modelo cerrado de universidad napoleónica, de facultades aisladas, de formación disciplinaria, de formación profesionalizante para el mercado laboral, de investigaciones especializadas pero sin ninguna integración de programas académicos entre si y de estos con la realidad. Allí quedo la universidad, como fue pensada en la reapertura de 1946. Después hubo en los ochenta una innovación curricular proponiendo suplantar la formación profesionalizante por una integral y luego por competencias pero que no tuvo todo el apoyo para su aplicación efectiva, como la formación del docente, para suplantar la cultura del salón de clases, de las clases magistrales, como la no incorporación masiva de las nuevas tecnologías, como el escaso apoyo a la educación a distancia y como la escasa o nula construcción de nueva infraestructura. En el fondo opera el paradigma positivista funcionalista por tareas y funciones sin vinculación con el mundo real. Se piensa que la suma de las múltiples tareas garantiza el logro de los fines de la universidad. Pero no es así porque sin visión holística y estratégica los programas parciales se diluyen. Pienso que se ha trabajado mucho y con buena fe, pero apegado a un modelo agotado y deficiente de universidad. Y en esto nos ha llevado la vida, en medio de aportes sustanciales como los propios colegas universitarios que han advertido sobre la crisis fenoménica, estructural y paradigmática de las universidades y sobre las nuevas formas de pensar la universidad, en ese sentido el esfuerzo de ORUS fue y ha sido muy importante. Hoy ante la emergencia nacional en todas sus dimensiones se necesita entonces pensar la nueva universidad bajo una visión académica distinta, sistémica, estratégica, con una participación activa en la sociedad, pero bajo una mirada paradigmática nueva, posmoderna, integrativa de saberes, con responsabilidad social, con pertinencia y compromiso consistente, capaz de leer bien lo que está pasando para que pueda alinear todas sus fuerzas académicas en pro de un auténtico desarrollo nacional. Para ello, es necesario que se den pronto las elecciones universitarias para reiniciar todo otra vez.

____

evaristomendez22@gmail.com

*Profesor Titular jubilado de la Universidad del Zulia, Sociólogo, Doctor en Ciencias de la Educación.

 

 



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1257 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter




Notas relacionadas

Revise artículos similares en la sección:
Movimiento Estudiantil, Educación


Revise artículos similares en la sección:
Actualidad