Ética farisaica

Hablar de ética en la sociedad de mercado, desde un planteamiento serio, no pasaría de ser una utopía, si se toma en consideración que por sociedad de mercado debe entenderse a la colectividad que ha asimilado conscientemente esa cultura social en la que todo se puede someter al tráfico mercantil. Cuando esto sucede, en el plano real la ética se ensombrece. Aunque, si se superan los límites de la ingenuidad, quizás podría verse la luz artificial, de manera que cabría considerar que, en este supuesto, se puede involucrar a la ética, pretendiendo a la vez procurar cierto grado de redención en la moral consumista. Lo que en todo caso no pasa de ser una estrategia de entretenimiento colectivo, en línea con el proyecto totalitario capitalista.

La vieja hipocresía burguesa siempre ha estado de actualidad, y hoy se ha depurado, hasta el extremo de que en la sociedad dominada por el consumismo, lo de comprar y vender cualquier cosa, bien para entregar seguidamente los beneficios al mercado o para derivarlos al capital, así como especular y explotar, se contemplan dentro de la normalidad impuesta en las democracias avanzadas. Aunque, claro está, adornando la cuestión de fondo con epítetos justificativos de conveniencia como solidaridad, progresismo o modernidad, cuando solo la realidad permanece como testigo de que todo gira, abiertamente o de forma encubierta, en torno a operaciones de mercadeo ajenas a cualquier principio ético.

Vivir en la sociedad de mercado asumiendo el papel de consumista requiere dosis de autoconvencimiento para aliviar la conciencia de culpa, con la que, por otro lado, paradójicamente se obtiene satisfacción en el fondo. Se diría que hay que pecar para poder arrepentirse, así el perdón capitalista está garantizado y se puede volver a pecar una y otra vez moviéndose dentro del mercado. En definitiva, esta parece ser la moral consumista dominante y de poco sirven los intentos de poner al descubierto los efectos indeseables del mercado, como en el caso de Sandel. El consumista, afectado por la droga del consumo, está obligado a comprar mercancía por necesidad y vender trabajo por obligación, a cambio de un bien-vivir que se desvanece al momento. Y el problema se agudiza en las sociedades llamadas ricas, porque la riqueza general, real o de pacotilla, está orientada a que su reflejo en las individualidades adormecidas se desvíe, siguiendo la dirección marcada por el mercado, hacia el hedonismo, reforzado por el narcisismo, de cuyas respectivas esferas de influencia es difícil salir.

Ese posicionamiento hipócrita, que se mueve interesadamente en ciertos ambientes, pretende que se hable de ética cuando no cabe la ética en el mercado capitalista, resulta que no solo se alimenta de los intereses del mercado, también recibe el inapreciable apoyo de la propaganda. Es frecuente que la política venda su progresismo de actualidad por esta vía e invoque la ética de la igualdad, al objeto de que la desigualdad entre pobres y ricos se acorte sobre el papel. Para no salir del esquema capitalista, de la misma forma practica su particular ética del interés general, que no es otra que el interés de los gobernantes por permanecer en el poder de forma vitalicia. A tal fin, esa forma de hacer política se limita a alimentar el cachondeillo entre esos grupos que se dicen socialmente discriminados, pero son los colectivos que más consumen, y se reparten limosnas entre los que no pueden acceder al mercado del despilfarro en igualdad con los demás, para que, los pocos que las reciben, se las gasten de inmediato en golosinas. Es fácil observar, que tal grado de progresismo está asociado a la captación del voto, sin duda para ser coherente con la sociedad de mercado, pero muy poco tiene que ver con la ética.

En resumidas cuentas, no estaría de más poner a la llamada ética de la sociedad de mercado con su moral consumista en el lugar que le corresponde y situarla en el terreno de la ética del fariseismo. Aunque se puede seguir elucubrando intelectualmente con la finalidad de dejar las cosas como están, porque el totalitarismo capitalista, al menos de momento, no ofrece otra alternativa.

 

anmalosi@hotmail.es



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

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