Retos ante la barbarie capitalista

Si fuera verdadera la afirmación de los ideólogos del capitalismo que dice que sin capital no somos nada o que estaríamos en la edad de piedra, entonces no se podría entender el surgimiento y desarrollo de tantas civilizaciones anteriores al capitalismo salvaje, que dieron grandes logros e inventos que han contribuido para la humanidad entera.

Si fuese verdad tal afirmación capitalista tampoco se podría entender con qué capital construyeron nuestros ancestro, por ejemplo, a Tiwanaku o Machu Picchu, testimonio histórico de la enorme capacidad arquitectónica productiva y desarrolladora de una forma completa de vida, y todo se hizo sin ningún céntimo de capital, se construyo con trabajo humano y con naturaleza productora de los materiales para esas construcciones, y también del alimento con el que esos trabajadores ancestrales se alimentaron mientras producían esas notorias construcciones milenarias.

Si hay trabajo humano y naturaleza viva, hay no solo producción, economía y vida humana, sino también otras forma de desarrollo, pero de la vida, no del capital. El capital crea riqueza capitalista pero no riqueza humana, porque para poder producir más capital necesita someter, negar, explotar y dominar al trabajador y la trabajadora.

Para poder hacerlo, necesita producir pobreza y miseria en la clase trabajadora, de tal manera que esté dispuesta a venderse como mercancía-trabajo.

Los empobrece de tal modo, que al final el trabajador y la trabajadora termina creyendo que sin dinero es nadie. Como no tiene nada, salvo que su fuerza de trabajo, su propia corporalidad, para poder vivir necesita venderse a sí mismo, o vender su fuerza de trabajo, para conseguir dinero con el cual reproducir su vida.

¿En qué consiste esta inversión que Carlos Marx expone, cuestiona y crítica en El Capital? El burgués y el capitalista afirman tozudamente que, sin capital (como dinero) el capitalismo (como relaciones de producción) y el mercado capitalista (como relaciones de consumo), no solo no habría desarrollo humano, sino que no habría vida humana, o que esta estaría literalmente condenada a la extinción, o que la humanidad sin el capitalismos estaría anclada en la prehistoria.

El burgués y el capitalista afirman obcecadamente que si no fuera por el mercado capitalista, nos estaríamos comiendo vivos entre los seres humanos, porque no habría instancia que tendiese a armonizar todos los intereses, deseos y anhelos que la humanidad toda ha ido produciendo a lo largo de la historia. Por eso afirman el busrgués y el capitalista que el mercado capitalista no solo puede satisfacer toda necesidad humana, sino que permite que la especie humana se pueda desarrollar plenamente.

Marx va demostrando sistemáticamente que todas las promesas del burgués, del capitalista y su forma producción son una literal falacia cuando se trata de la humanidad y la naturaleza, pero que son una plena realidad cuando se trata del capitalista burgués.

La interrelación en la que unos cuantos ganan y los demás pierden, incluyendo la naturaleza, es dialéctica, pero es una dialéctica invertida en la que su mayor exponente Hegel, una dialéctica que no solo producía contradicciones, sino que produce contradicciones desiguales, es decir, esta dialéctica de la contradicción, necesitaba y necesita producir desigualdades para poder desarrollarse.

Marx nos recuerda que acá lo desarrollado era una parte de la relación, no la relación entera, por eso decía que el capitalismo desarrolla al capitalista o las formas de explotación de éste, pero empobrece y embrutece a la clase trabajadora, y actúa en nombre del mundo, porque el burgués cree que él encarna lo que el ser humano es, pero no así a la clase trabajadora, porque cree que éstos no son desarrollados y además pertenecen a culturas inferiores, o sea, subdesarrolladas.

Esta es la realidad dialéctica que el capitalismo produjo y desarrollo, la vorágine capitalista teóricamente permite desarrollar solo la humanidad del capitalista o la de los países capitalista llamados del primer mundo, pero no de toda la humanidad, porque los pobres materialmente, que son el 80% de la población mundial, no solo no es desarrollada, sino que es pisoteada y humillada en el nombre de la felicidad de la burguesía.

Por ello, el incremento de desarrollo se ve inmediatamente en los países del primer mundo y no así en los del tercer mundo, a los que el desarrollo les llega como subdesarrollo, como atraso y dependencia.

La concepción capitalista de desarrollo produce una dialéctica del desarrollo absolutamente desigual entre países del primer mundo y el tercer mundo, porque para que los países del primer mundo puedan ser desarrollados, necesitan producir nuestro propio subdesarrollo sistemática y estructuralmente. Para eso ha servido y sirve la estructura económica, la estructura de clases y la estructura de valores que ha generado la producción capitalista.

Una vez que Marx descubre la falacia de esta forma racional y argumentativa de justificar el desarrollo de las desigualdades, haciendo una crítica radical a esta forma lógica del razonamiento que objetivamente existe en la realidad, la propia ciencia social burguesa se encarga de ocultarla, negarla y condenarla al olvido, para que por medio de la racionalidad dialéctica no se sigan descubriendo las grandes contradicciones y falacias del capitalismo. Objetivo que se ha cumplido casi a cabalidad, que científicamente e ideológicamente se impuso casi con éxito después de la caída de los socialismos reales. Paradójicamente, la ciencia social crítica del origen marxista no pudo seguir desarrollando esta crítica que Marx hace no solo al capitalismo, sino no también a su método o forma racional de autocomprensión.

Así, pues, de lo que se trata es de ir más allá de este tipo de contradicción, esto es, se trata de ir más allá de las contradicciones perversas que el capitalismo ha instaurado. Se trata de ir más allá de la dialéctica desigual que el capitalismo salvaje ha producido para desarrollarse.

Por eso hablamos de la necesidad de producir y desarrollar otra forma de racionalidad, cuya intencionalidad explícita esté orientada a promover y producir condiciones de tal modo que producción y reproducción de la vida en general sea posible. Pero aquí hablamos de una racionalidad de la vida cuyo contenido sean valores que promuevan al desarrollo y preservación de forma de vida que tiendan a la vida y no a la muerte. Los retos están ante nosotros.



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Alberto Vargas

Abogado y periodista, egresado de la UCV, con posgrado en Derecho Tributario y Derecho Penal. Profesor universitario en la cátedra de Derechos Humanos

 albertovargas30@hotmail.com

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