Camino a la miseria: relato vívido de un docente universitario en Venezuela

Lo que está ocurriendo con los docentes universitarios ahora en nuestro país es realmente criminal. Me refiero a este grupo de venezolanos porque es el que conozco bien directamente, por ser yo uno de ellos. Gente que se dedicó exclusivamente a estudiar, leer, escribir y hacer docencia, toda su vida; que se dedicó a formar juventudes, a educarlas tanto en profesiones específicas, como también para que adquirieran hábitos de ciudadanos virtuosos, hoy día se ha empobrecido a niveles extremos, muchos de los cuales se encuentran sobreviviendo en la miseria. Conozco colegas famélicos, apenas comen migajas diarias. Es que no tienen otro ingreso económico que su sueldo y éste apenas alcanza hoy día para comprar dos kilos de carne al mes. Es en verdad esto un acto criminal cometido por la clase política que nos gobierna, una clase que años atrás, cuando no había accedido a posiciones de mando, protestaba en las calles del país en contra de la injusticia, la explotación del trabajo, la corrupción, las diferencias socioeconómicas, en contra del reparto inequitativo de las riquezas nacionales, en contra del rentismo y la monoproducción, etc. Sin embargo, a ojos vista del funcionariado gubernamental actual, el funcionariado antes protestón, muchos de cuyos integrantes fueron formados por estos profesores en las aulas de clase universitarias, ocurre esta tragedia social: la miserabilización del profesorado universitario. Daño inmenso cometido contra gente que no tiene como defenderse contra esta arremetida de la pobreza y del hambre. Sus herramientas de trabajo, libros y formación para la docencia, no son muy efectivas hoy cuando tales cosas están en minusvalía, carecen de valor para quienes administran el estado venezolano, para quienes la actividad educativa es calificada con los mismos criterios que tenía Juan Vicente Gómez para este asunto. Aquí están como evidencia de ello las muy maltrechas universidades del país y la estropeada situación del profesorado. Lo afirma con conocimiento de causa un docente universitario, jubilado, con más de treinta años de servicio, con obra escrita, con postgrados, aun activo, obligado por la miserabilización progresiva, a vender eventualmente sus libros y bienes del hogar para poder comer. Esta es la verdad clara. No la hago pública para provocar conmiseración sino para denunciar al mundo el crimen que comete contra la universidad y nosotros, sus profesores, este gobierno presidido por Nicolás Maduro. Varios anos hace que he estado haciendo estas operaciones de venta de cosas, adquiridas antes con nuestro siempre modesto sueldo, cosas que nos facilitaban la vida diaria en nuestra casa: televisores, ropa, lavadora, muebles, acondicionadores de aire, juego de comedor, camas, utensilios eléctricos ayudantes de cocina, relojes y prendas. Con el dinero recibido de tales ventas hemos adquirido la comida que nos llevamos a la boca diariamente estos años de pobreza profunda, la comida que el magro sueldo asignado hoy a los educadores no nos permite comprar. Pero tales bienes no son ilimitados, son contados, se agotan. Y en mi caso esto está sucediendo. Ya nuestra casa está semivacía, desamoblada, su imagen interna no es la de anos atrás cuando se mostraba acogedora, linda, placentera, confortable. Y de continuar agudizándose nuestra miserabilización llegará el momento cuando no tenga nada que vender para comer. Entonces qué haré? Tengo la esperanza que este grito de auxilio llegue hasta los oídos de alguien en el gobierno imbuido de sensatez, de sentido común, de nobleza y comparta allí a lo interno, con sus pares, este llamado de atención.

Esta es una denuncia pública que hacemos, gritando a nombre de todos los docentes universitarios del país y del resto de los docentes de otros niveles del sistema educativo venezolano. Todos vivimos hoy en pobrísimas condiciones socioeconómicas. Hambre padecemos, famélicos estamos muchos. Nuestra desgracia es dolorosa, humillante. Detengan este crimen cometido contra gente noble, dedicada exclusivamente a formar venezolanos, a educar juventudes, a preparar a las nuevas generaciones como ciudadanos de bien y como profesionales competentes.

Nuestra labor está llena de bondad, pero los miembros de la clase gobernante, que se mientan marxistas, comunistas, fidelistas, leninistas, guevaristas, socialistas, y que en verdad son estalinistas-gomecistas, tal como lo demuestra su ejecutoria gubernativa, parecen aprovecharse de tal condición y de nuestra indefensión, y que no poseemos otra cualidad que no sea la sabiduría adquirida gracias al estudio y a nuestros largos anos de ejercicio docente. Mientras tanto, esta misma clase política se muestra genuflexa y complaciente respecto a los hombres de armas, hacia los integrantes de las fuerzas armadas del país. Para estos, toda clase de concesiones, regalos, dádivas, condescendencia. Sino contrasten las abismales diferencias entre un docente del más alto escalafón universitario y un general del Ejército. Revisen las cuentas bancarias de uno y de otro, ausculten sus propiedades, el nivel de vida de ambos. Mostrará con seguridad, la más superficial revisión, la dispendiosa riqueza acumulada por los uniformados, al mismo tiempo que la modestísima, sino pobrísima, situación económica de los docentes. Así de diferenciado es el trato que brindan a ambos sectores la casta neogobernante. Para los armados con pistolas y fusiles, corresponde riquezas y poder a manos llenas. Para los equipados con libros, estudios, cuadernos y lapiceros, corresponde salarios miserables, hambre y carencias. Ante los hombres armados, prosternación; ante los hombres educados, soberbia.

Es que esta nueva clase gobernante sigue la tradición histórica que representa en nuestro país la oscura figura del militar Pedro Carujo, hombre acostumbrado a los lances de fuerza, a los hechos violentos. En un famoso diálogo entre éste y el doctor José María Vargas, Rector de la UCV y presidente de Venezuela, el primero sostenía que el mundo era de los valientes, mientras que el segundo respondía que el mundo era de los hombres justos. Es ésta una lección sabia del primer presidente civil de Venezuela, muy pertinente en el presente cuando la política ha sido tomada por personas que rinden culto a la violencia, al combate, al conflicto. Y para corregir la situación denunciada aquí, necesitamos, al contrario, de personas militantes de la justicia en los puestos de mando del país, de personas que piensen y actúen como el doctor Vargas, como Simón Rodríguez, como Andrés Bello, como el mismo Libertador, quienes en numerosas ocasiones demostraron la inmensa estima que tenían de la educación y la importancia que otorgaban a los educadores en la construcción de una República habitada por personas virtuosas.



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Sigfrido Lanz Delgado


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