O se rectifica o el colapso será inevitable

Presidente, como venezolano profundamente preocupado por el destino de nuestro país, por la democracia y la libertad, incluso por usted mismo, permítame honestamente sugerirle que ponga los pies sobre la tierra y se olvide de mitos y planes quiméricos y fantasiosos, de planes que se encuentran pugnazmente reñidos con nuestra realidad y que la experiencia acumulada tras varios años de continuos y repetidos fracasos, han demostrado, no sólo que no tienen ninguna posibilidad de ser aplicados, sino que, precisamente debido a eso, por ser irrealizables, han sido, en una muy elevada medida, la causa de la difícil situación por la que estamos atravesando en estos momentos. Ya que si bien es cierto lo de la guerra económica y lo de los terribles daños causados por ésta, no lo es menos que si los promotores de dicha guerra han logrado obtener significativos éxitos contra el país, ha sido porque han conseguido, en los graves errores cometidos en la conducción del proceso económico, el campo abonado para la cosecha de tan siniestros frutos. Un mínimo de humildad revolucionaria y de sentimientos patrióticos debía inducir a la dirigencia chavista a reconocer esta verdad; una verdad que se ha traducido en una situación tan clara y evidente, que no ofrece ninguna dificultad para verla, y que si no la ven es sólo debido a una especie de daltonismo político que les desfigura la realidad y que les hace adoptar decisiones completamente equivocadas. Pero la realidad real, la realidad dura como pocas veces se ha visto, es la que todos, alarmados, estamos viendo y apreciando: el espectro del 6D planeando amenazadoramente sobre el destino del país.

Por otra parte, sería una temeridad, un osado desafío a la buena suerte, continuar aplazando por mucho más tiempo, seguir difiriendo la aplicación de medidas que, obligado por las circunstancias, de todos modos, tarde o temprano, se va a ver obligado a tomar. En este sentido, lo ideal y lo más recomendable sería que esas rectificaciones las hiciera, además de espontáneamente, lo más pronto posible. Porque de seguir retrasándolas por más tiempo del que ya sin justificación ninguna se han retrasado, de seguirle dando frívolamente largas al desestabilizador problema de la inflación especulativa, tratándola de paliar con inútiles paños calientes, se corre el riesgo de que cuando se quiera rectificar, ya será demasiado tarde y no habrá nada que hacer, todo se habrá consumado, consummátum est, con todas las desgracias que de ello se pueden suponer.

Y eso, Presidente, porque a pesar del triunfalismo que tanto usted como los demás dirigentes de este proceso político exhiben en sus apariciones públicas, lo real, lo concreto, lo que no se puede ocultar con palabras por muy elocuentes e ingeniosas que sean, es que la situación que en estos momentos están viviendo densas capas de nuestra población es, sin eufemismos complacientes, verdaderamente terrible. Lo que, por supuesto, plantea la urgente e inaplazable necesidad de actuar, repito, lo más pronto que se pueda. Y tan urgente es la necesidad de actuar ya, de dejando de lado las vacilaciones y omisiones en las que, como en una suerte de fatalismo se ha venido incurriendo, no sería nada aventurado pronosticar un tenebroso y siniestro futuro inmediato para nuestro país y su pueblo. De manera, que no puede darse el lujo de continuar perdiendo el tiempo con la adopción de medidas que, por ser el producto de quiméricos y oníricos deseos, lo único que hacen es permitir que se agrave cada día más el problema de los elevados precios y el deterioro de nuestra economía.

Para que tenga una idea de lo que está sucediendo, Presidente, permítame decirle que hace cuatro días el kilo de azúcar estaba en 5 mil bolívares. Hoy amaneció en 7 mil quinientos. La pregunta es: ¿en cuánto estará dentro de los próximos cuatro días? ¿Y después de esos cuatro días, en cuánto estará en los siguientes y en los subsiguientes y en los demás que vendrán después? ¿En 10 mil, quince mil, veinte mil o más? Es decir, que estamos viviendo una escalada que aparentemente no tiene fin; a menos, por supuesto, que se haga algo efectivo para detenerla, que por lo demás, no es el caso de lo que hasta ahora se ha hecho con ese propósito. Y lo realmente preocupante de este impetuoso incremento que ocurre en relación con el azúcar, está ocurriendo también con los demás rubros alimenticios. Al punto de que, como generalmente también sucede, lo que devenga en un mes un trabajador con una familia de cuatro miembros, apenas le alcanza, cuando más, para dos o tres días de comida. Por lo que muchos de ellos se preguntan ¿vale la pena seguir trabajando? De allí la imperiosa necesidad de hacer algo urgente para detener esta bestial ofensiva de los precios, ofensiva que amenaza, no hay ni siquiera necesidad de decirlo, con dar al traste, no solamente con su gobierno y la democracia, sino también con la posibilidad de construir una sociedad moderna, próspera, incluso, esa delirante ridiculez de la Venezuela potencia. Eso es así, porque mientras esta desestabilizadora situación persista, además de los estragos sociales que la misma está provocando, impide la adopción de medidas económicas orientadas hacia el desarrollo. Eso ocurre, porque es iluso pensar que en el marco de un proceso hiperinflacionario como el que lamentablemente en estos momentos se encuentra inmersa Venezuela, puedan tener éxito planes y políticas de este tipo. Por eso, hay que pensar primero en estabilizar los precios y después en políticas económicas.

Ahora ¿qué hacer en lo inmediato?, Según nuestra muy modesta y empírica opinión? algunas cosas, menos controles de precios y represión policial, que son medidas muy cómodas y llamativas, de eso no hay duda, pero como lo ha demostrado la experiencia hasta la saciedad, no son nada efectivas, sino que por el contrario son sumamente contraproducentes. A este respecto, hay que reconocer que lamentablemente no hay muchas opciones entre las cuales escoger. Sólo dos: una de corte neoliberal, que recomienda la economía clásica, y otra suigéris, llamémosla así, que no figura en los tratados sobre la materia, pero, en vista de que no hay mucho donde escoger, vale la pena intentarla . Se trata de los claps, que suministrados puntual y religiosamente cada quince días, se podría incidir favorablemente en esta demoníaca escalada de precios, una escalada que anula toda posibilidad de adoptar cualquier otra medida por efectiva e idónea que parezca. No tiene otra Presidente; al menos otra que esté exenta de ser una nutrida fuente de inestabilidad y violencia. Y eso, porque el problema actual de nuestra economía no es una cuestión de políticas económicas. En este sentido, puede elaborarse el mejor plan económico que se pueda diseñar, un plan elaborado por las más destacadas y notables luminarias que en esta materia puedan existir en el mundo, y sin embargo, la crisis que afecta a nuestro proceso económico continuará inalterable. Eso se debe a que mientras no se logre neutralizar los aumentos especulativos de precios y estabilizar los mismos, ninguna política económica podría tener éxito. Y a propósito de esto, de políticas y planes económicos, sería conveniente que se buscara, como paso previo a cualquier rectificación que se pensara hacer en este campo, unos asesores económicos que, debido a sus comprobadas competencias académicas y honestidad sin mancha, fueran incapaces de mentirle; en fin, unos asesores que igualmente fueran incapaces de decirle, sólo por halagarlo y complacerle, lo que usted desearía escuchar y no lo que usted debería oír, o sea, lo que en realidad está sucediendo.

De manera, que esta estrategia de los claps tendría la indudable ventaja de que además de ser una considerable ayuda para la población, serviría también para competir ventajosamente con los especuladores. Eso es así, porque muchos de los alimentos que se distribuirían a través de este programa, dejarían de ser vendidos por estos hambreadores del pueblo. Lo cual, en fin de cuentas, es lo que se persigue con una despiadada política de drástica reducción de la demanda. Con una política semejante, lo que se persigue es enfriar la economía, al punto de hacer caer la actividad económica hasta el máximo posible. De esta manera, al reducirse la demanda, o sea, el poder de compra de la población, se reducirían también las ventas especulativas, por lo que los precios no tendrían más remedio que descender. Pero, claro, por tratarse de una terapia de shock, no dejaría de representar para la gente un sacrificio tan terriblemente doloroso, que sólo los gobernantes devotos de Milton Friedman, gobernantes insensibles al dolor humano, les sería fácil aplicar, incluso, mediante la más feroz y brutal represión. Como se ve, pues, los claps tienen una considerable ventaja, ya que se puede lograr los mismos resultados que se lograrían con la reducción del poder compra de la población, sin someterla a los despiadados sacrificios derivados de esta fatal e inhumana estrategia y, encima de eso, beneficiándola.

Por supuesto que no se nos escapa las tremendas dificultades que la aplicación de un programa como la propuesta entraña. De eso estamos plenamente conscientes. Para empezar, habría que luchar sin tregua y sin descanso contra el persistente demonio de la corrupción y contra las múltiples y sutiles artimañas y ardides que ésta ha inventado para desfalcar a la nación. La otra cuestión es que las entregas de las cajas de alimentos deben hacerse, no como hasta ahora se ha venido haciendo, que se reparten de una manera muy irregular y esporádica. No, esas entregas deben hacerse, para que el objetivo que con ellas se persigue pueda ser alcanzado, cada quince días y con la misma puntualidad y regularidad con la que sale el sol todos días por el oriente; de otra manera, ese plan carecería de efectividad. .

Cómo es fácil entender, un plan así requiere de considerables recursos económicos y de una infraestructura material y humana no menos considerables. Pero como se trata de una cuestión de vida o muerte y de la propia existencia del país y la democracia, hay que hacer cuanto esfuerzo y sacrificio haya que hacer para lograr ambos propósitos. En cuanto a lo primero, es decir, a los recursos, éstos se podrían obtener dejando de lado algunos programas de una menor importancia, o cuya importancia no sea tan vital para el cumplimiento de los planes sociales del gobierno. Y en relación con lo segundo, adiestrar a la gente que tenga que participar en la preparación y distribución de las cajas, de manera que su trabajo sea lo más eficiente y honesto posible. En fin, al programa de los claps, por ser una prioridad de primer orden, hay que dedicarle la mayor preocupación, los mayores esfuerzos y dedicación que se puedan. Hacer del mismo una verdadera cruzada contra la especulación y los altos precios.

Pero, por supuesto que esto no puede ser lo único. Porque de lo que se trata es de poner en práctica una política integral que abarque todos los aspectos del proceso económico; de una nueva concepción de lo que debe ser, cómo hacer y hacia donde debe estar orientado, dadas las circunstancias, ese proceso. Y en este sentido, debe partirse de una revisión a fondo de lo que hasta ahora se ha hecho en este campo, y que ha terminado, como lo hemos estado viendo, incluso como nos lo está diciendo terca e insistentemente la realidad, en un completo e irreversible fracaso. De allí que haya de abandonarse la idea de construir un modelo basado en ideas absolutamente fantasiosas y quiméricas que nada tienen que ver con nuestra realidad y que por lo tanto son también absolutamente irrealizables.

¿Qué hacer entonces? Derogar de manera expresa y oficial los controles de precios, cualesquiera sean la manera cómo se llamen. Por otra parte, devolverles a sus antiguos propietarios las empresas que fueron estatizadas. Entre otras cosas, porque para lo único que han servido esas estatizaciones, ha sido para darles armas y argumentos a nuestros enemigos con las cuales atacarnos en la forma tan virulenta como lo han venido haciendo; no han servido para más ninguna otra cosa, puesto que sus productos, si es que se elaboran, no se consiguen por ninguna parte. Y en este mismo orden de ideas, considerar muy seriamente el caso de las empresas de Guayana, que representan un desaguadero por donde se van ingente cantidad de recursos, recursos que, como ya se ha empezado a notar, cada vez son más escasos. Y no sólo eso, porque constituyen también un problema de orden moral. Ya que ¿cómo justificar moralmente la existencia de unas empresas que, además de consumir enormes recursos económicos, permanecen varios meses del año paralizadas, como hace algún tiempo lo denunciara el mismo Jesús Faría, y que mientras esto esté ocurriendo haya muchísimas otras necesidades que se han dejado de atender por carencias de financiamiento? De allí que por donde debe empezarse esta revisión sea por sincerar las nóminas y las remuneraciones, ambas excesivamente sobrecargadas, de estas empresas. Y ello, con miras a recuperar sus ventajas comerciales, que ha sido la causa de la pérdida de sus mercados y, por consiguiente, de la crisis en la cual, desde hace tiempo, se encuentran inmersas.

Pera comprender la necesidad de hacerle frente lo más pronto posible a este acuciante problema, un problema que constituye la fuente de muchas dificultades, es pertinente expresar lo siguiente. Hace alrededor de cuatro o cinco años el costo de producción de una tonelada de aluminio era de 4000 dólares, y se vendía al precio de 1500. Es decir, con una pérdida por tonelada de 2500 dólares. Y en cuanto a la producción, la verdad es que la cifra exacta no la recuerdo en este momento, pero sí puedo asegurar que era bastante significativa. En este momento la situación de estas empresas y de Sidor debe ser la misma o aún peor. Y eso, gracias a nuestra abnegada "clase obrera", que, a pesar de saber el daño que le causaban a las industrias y al país, no cesaban de amenazar con paros en procura de obtener nuevas reivindicaciones económicas. Debo decir, para terminar este párrafo, que los datos ofrecidos fueron cuestionados por un ex-presidente de una de esas empresas, quien sostenía que me había quedado corto.

La cuestión es que si la obligación de un gobierno consiste, como decía Bolívar, en proporcionarle al pueblo la mayor suma de felicidad y bienestar posibles, entonces no debía importar mucho el sistema o modelo a través del cual se pueda lograr este desiderátum. Ahora, si el modelo en el que se ha venido inspirando los actuales gobernantes para orientar sus acciones al frente de los destinos del país, no ha servido para lograr ese trascendental objetivo, entonces ¿por qué seguir insistiendo en él? ¿Por qué continuar con políticas –llamémoslas convencionalmente así- que tantos sufrimientos, incomodidades y sinsabores le han estado ocasionando a la población? ¿Qué incluso, hasta le ha provocado al chavismo derrotas que han estado a punto de dar al traste con su preponderancia política en el país? Lo lógico, lo racional e inteligente, lo pragmático, incluso, en este caso sería cambiar, rectificar y por lo menos probar con el que con muy escasa excepciones se aplica en estos momentos en todo el mundo, incluido Vietnam. Y ese no es otro que la economía de mercado. Lo cual no implica, de ninguna manera, que se tenga que abandonar las políticas sociales que se han venido poniendo en práctica hasta este momento.

Y por último, una pregunta, señor Presidente: de acuerdo con lo que usted ha dicho y repetido en varias oportunidades, el 70 por ciento del presupuesto que actualmente se debería estar ejecutando en estos momentos, debe estarse destinando, según usted la llama, la inversión social. Quedaría, por lo tanto, un 30 por ciento que sería para financiar el aparato del estado que, como todo el mundo sabe, está excesivamente hipertrofiado. A la luz de estas consideraciones, cabría preguntar: ¿de dónde se obtendrán los recursos para financiar los ambiciosos programas contemplados en la política Recuperación, Crecimiento y Prosperidad tan ampliamente publicitado?

INSÓLITO

Ya están por terminar los desquiciantes cortes eléctricos. Y a pesar de que esa indeseable situación se ha mantenido durante los meses de abril y mayo, todavía es fecha que no se sabe a ciencia cierta las causas que han dado origen a esos fulanos cortes. Al respecto, se no dijo, por boca del mismo Presidente, que tal hecho obedecía a la necesidad de establecer un racionamiento del fluido eléctrico. Argumento que han venido repitiendo todos los que desde el gobierno nacional, y hasta el mismo gobernador Omar Prieto, se han referido al problema.

Sin embargo, uno no puede dejar de decirse, no sin cierto asombro, ¡racionamiento! Esa expresión de asombro no podría estar más justificada. Eso se debe a que "el término racionamiento se refiere a la limitación o restricción que se hace de una cosa que amenaza con agotarse, y que para que eso no ocurra se raciona su suministro. Lo que no ocurre, por cierto, con la electricidad, puesto que se sepa, la hidroeléctrica del Guri está en capacidad de generar toda la electricidad que en el país necesite en estos momentos

Entonces, ¿cómo se ha debido haber dicho? Que debido a las reparaciones que se debían efectuar en los numerosos y costosísimos equipos eléctricos de la represa del Guri, que fueron quemados y destruidos por la oposición terrorista, se iban a estar realizando cortes eléctricos durante algún tiempo. Que se entendía los enormes inconvenientes que estas suspensiones del servicio iban a ocasionar en la población, pero no se podían hacer esas reparaciones de otra manera sin poner en riesgo la vida de los operadores. Y ofrecer, por supuesto, las excusas correspondientes. Esto último hubiera sido mejor entendido por la población que el citado racionamiento.

Presidente, renueva el equipo comunicacional del gobierno y el Partido. Son una rémora que nunca han servido, sirven ni servirán para nada

Consecomercio, en un tono fuertemente crítico contra el gobierno informó que la actividad comercial, debido a los cortes eléctricos, está completamente paralizada, e instó a las autoridades a solucionar este problema lo más pronto posible. La actitud farisaica de estos señores consiste en que mientras se desata en ataques contra el gobierno, no dice nada de los terroristas que son los autores de los sabotajes contra el sistema eléctrico, ni tampoco les hace un llamado para que cesen sus actividades criminales contra la población y el país.



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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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