Atrapados en el autobús del absurdo

Ayer salí de mi casa rumbo al centro de la ciudad. Llegué a la parada y los que estábamos allí esperamos casi una hora para tomar el autobús. Yo me monté y le di 2.500Bs al chofer mostrando mi carnet de estudiante; éste me dijo que no estaban aceptando el pago estudiantil, entonces le pagué los 5.000Bs (el pasaje completo) y subí. Detrás de mi venía un viejito que también le dio al chofer 2.500Bs haciendo uso de su derecho preferencial por ser de la tercera edad y el chofer le dijo que todos debían pagar el pasaje completo. El señor se negó a pagarlos amparándose en la ley que protege al adulto mayor y con mucha educación dejó bien claro que no se bajaría porque estaba en su derecho.

El chofer (un hombre joven) le explicó al anciano con mucho respeto y en voz alta dirigiéndose a todos los pasajeros, que él tenía por orden de la empresa y del sindicato la obligación de cobrar la tarifa completa sin las preferencias a estudiantes ni ancianos, pues habían estado negociando con el estado queriendo llevar el pasaje a 10.000Bs pero la Alcaldía les negó dicho precio y ellos, como mecanismo de presión, decidieron salir a trabajar pero sin tarifas preferenciales. Pese a la explicación, el anciano se negó rotundamente a pagar lo faltante y ante su negativa el chofer apagó el vehículo, quitó las llaves y nos dijo a los pasajeros: "Hasta que este señor me pague completo no nos vamos y si alguien se quiere bajar con mucho gusto le devuelvo su dinero", seguidamente se bajó y se quedó parado en la acera. De pronto los pasajeros comenzaron a opinar y se armó una especie de debate público. Las opiniones estaban divididas: la mitad del autobús defendía la postura del anciano y la otra mitad apoyaba al chofer.

Los argumentos eran sensatos y variados, pero uno de ellos resultó ser el más contundente; lo vociferó otro anciano, quien dijo: "esto ya no es un asunto de derechas ni izquierdas, hace rato que esto dejó de ser un asunto político, aquí el problema es cultural". Luego de aquella frase hubo un silencio extraño como cuando pasa un angelito. Tal silencio fue interrumpido de manera muy sutil por un joven que parecía tener prisa, quien sacando de su bolsillo los 2500Bs faltantes, se dirigió en voz baja al anciano: "Señor, tenga, yo le pago". Un tanto indignado, el aludido respondió al joven: "Gracias, pero guárdese su dinero; yo no pago porque no tenga, sino porque quiero hacer valer mi derecho". Con aquella sentencia el partido quedaba tablas. Un silencio incómodo se apoderó del autobús.

Yo corría de un lado para otro en mi cabeza buscando una solución decente:

-Secuestramos el autobús y dejamos tirado al chofer.

-Bajamos al viejito para favorecer a la mayoría.

-Dejamos al viejito y al chofer y nos vamos los demás.

-Nos bajamos todos y nos vamos caminando.

-Incendiamos el autobús en señal de protesta.

La situación ya no tenía sentido. Ni siquiera teníamos la esperanza de que pasara otro autobús porque sólo pasan dos o tres en la mañana y este parecía ser el último. Lo más extraño era que ambas partes parecían tener razón y todo el asunto se mantenía en un marco de civismo.

Y ahí estábamos, como detenidos, más bien suspendidos en el limbo de las contradicciones, cuarenta almas atrapadas en un contenedor de puertas abiertas, sin una posibilidad sensata de avanzar o retroceder, condenados al absurdo, enfrentados a un problema sin solución aparente, un nudo gordiano: Venezuela.

oscuraldo@gmail.com



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