Haciendo una vez más gala de su proverbial falta de escrúpulos, El País de Madrid informó en su edición digital del 27 de febrero que “La disidencia cubana sigue movilizada por la muerte del prisionero de conciencia Orlando Zapata Tamayo”. Afirmación tan rotunda como falsa.
Entonces, ¿quién era
Zapata Tamayo? La respuesta es bien simple: era un preso común con una
frondosa carrera delictiva. Procesado por “violación de domicilio”
(1993), “lesiones menos graves” (2000), “estafa” (2000), “lesiones y
tenencia de arma blanca” (2000) entre otras causas que, como puede
observarse, nada tienen que ver con la protesta política y sí con
delitos comunes. La justicia cubana le concedió la libertad bajo fianza
el 9 de marzo de 2003, pero pocos días después reincidía en sus delitos.
Fue detenido y condenado a tres años de prisión. Pero, en esta ocasión,
su sentencia se fue extendiendo a causa de su agresiva conducta en la
cárcel. Allí se produce su milagrosa metamorfosis: el maleante
repetidamente encarcelado por la comisión de numerosos delitos comunes
se convierte en un ardiente ciudadano que decide consagrar su vida a la
promoción de la “libertad” y
la “democracia” en Cuba. Astutamente reclutado por sectores de la
“disidencia política” cubana, siempre deseosa de contar con un mártir en
sus magras filas, se lo impulsó irresponsablemente y con total
desprecio de su persona a llevar a cabo una huelga de hambre hasta el
final, a cambio de quién sabe cuáles promesas o contrapartidas de todo
tipo, que seguramente el paso del tiempo no tardará en aclarar.
El caso de esta víctima es aleccionador del talante moral de quienes pugnan por lograr el “cambio de régimen” en Cuba; también de la catadura moral de medios como El País, y otros similares, que ponen su inmenso poder mediático, formador y deformador de conciencias, al servicio de las más innobles causas. Nada dicen, por ejemplo, de que la desgraciada vida del suicida fue vilmente manipulada por la “disidencia” y sus mandantes, que pretenden hacer pasar por un “preso de conciencia” a quien no fue otra cosa que un delincuente común. También ocultan que la sedicente “disidencia política” es, en realidad, algo bien distinto: un grupo de individuos que fueron filmados mientras recibían importantes sumas de dinero en la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana para financiar sus actividades subversivas de la constitución y las leyes de la república.
Es decir, para trabajar conjuntamente con el gobierno de un país que
hace medio siglo le ha declarado la guerra a Cuba, que mantiene contra
esa isla un bloqueo criminal unánimemente condenado por la comunidad
internacional y que ha hecho más de seiscientos intentos de asesinar al
líder de la revolución cubana. ¿Cómo reaccionaría Washington si hoy
sorprendiera a un grupo de sus ciudadanos recibiendo generosas sumas de
dinero, equipos de comunicación y consejos prácticos acerca de cómo
derrocar al gobierno de Estados Unidos en la embajada de Afganistán en
Washington? ¿Hubiera considerado
El País a esos subversivos como “disidentes políticos” o como traidores
a su patria? Además, a diferencia de lo ocurrido con los mercenarios
cubanos, lo más probable es que los estadounidenses hubieran sido
inmediatamente ejecutados, acusados del delito de traición a la patria
por su desembozada y antipatriótica colaboración con una potencia
agresora.
Pero nada de eso ocurre en Cuba. Y nada de esto se informa a
la opinión pública mundial. No hay en la isla cárceles secretas, ni
legalización de la tortura, ni traslado de prisioneros para ser
torturados en terceros países, ni desaparecidos, ni vuelos ilegales, ni
detenciones arbitrarias sin plazos ni juicios y tantas otras prácticas
que rutinariamente se llevan a cabo en las mazmorras estadounidenses y
que son sistemáticamente silenciadas y ocultadas por la “prensa seria”
cuya supuesta misión es informar. Para la prensa del imperio, como El
País, todas estas son minucias sin
importancia. Negocios son negocios y si hay que mentir se miente una y
cien veces con la certeza que otorga la impunidad que le confiere la
indefensión, la credulidad o la apatía de sus lectores, aletargados por
la propaganda y cuidadosamente desinformados y embrutecidos por los
grandes medios. En un luminoso pasaje de El Dieciocho Brumario de Luis
Bonaparte Marx decía que, ante su orfandad, la contrarrevolución
bonapartista extraía sus cuadros y sus héroes del lumpenproletariado de
París. Lo mismo ocurre en nuestros días con los autoproclamados adalides
de las libertades y la democracia en Cuba y sus compinches en la
“prensa seria” internacional. Por eso, si es necesario decir que
Barrabás era Jesucristo, se dice. Y si hay que decir que Zapata Tamayo
era un “prisionero de conciencia” se dice y sanseacabó.
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Politólogo. www.atilioboron.com
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El estímulo material es el rezago del pasado, es aquello con lo que hay que contar, pero a lo que hay que ir quitándole preponderancia en la conciencia de la gente a medida que avance el proceso. Uno está en decidido proceso de ascenso; el otro debe estar en decidido proceso de extinción. El estímulo material no participará en la nueva sociedad que se crea, se extinguirá en el camino y hay que preparar las condiciones para que el tipo de movilización que hoy es efectiva, vaya perdiendo cada vez más su importancia y la vaya ocupando el estímulo moral, el sentido del deber, la nueva conciencia revolucionaria.
Ernesto "Che" Guevara,24 de marzo de 1963.