Manos blancas ensangrentadas de ayer

Cuando fui niño sentí por la bruja que andaba tras las huellas de Blancanieves para eliminarla, por envidia, celos y frustración, una especie de asco, que me llegaba a la lengua pero no salía por temor a envenenar la tierra. Cuando Panchito Mandefúa miraba la vidriera con sus inocentes ojos llenos de dolor, porque no podía acariciar entre sus manos el juguete deseado, comencé a dudar de la humanidad de los ricos. Pobre Panchito que se fue al cielo, mientras otros niños ricos, si podían jugar con lo que le era esquivo a él. La bruja enemiga de Blancanieves era fascista, burguesa, oligarca...

Cada vez que yo miraba a un niño del barrio, lloraba porque obviaba mi dolor y sentía el de ellos. Antes no existían tan novedosos juguetes como hoy, claro está, pero los pobres carecían hasta de amor. Una vez cuando yo limpiaba zapatos por la esquina de Altagracia pasó una dama conduciendo un hermoso carro Lincoln. Me llamó y me preguntó que si podía ir a su casa a lustrarles unos zapatos. Yo sentí miedo, empero subí al auto. Primera vez que me sentía entre tanto lujo. El auto rodó con suavidad, yo estaba maravillado, ella no me hablaba; fumaba un largo cigarrillo de esos que llamaban King Size. Aquel viaje fue largo. Cuando me di cuenta estaba en el Country Club.

Un hombrea abrió el garaje. El auto se desplazó parsimonioso. El hombre era sumiso y trataba de sonreírle a la dama. Ella lo miraba de reojo. Entonces le dijo: “Julio lleva este niño a la sala grande y trae todos los zapatos del señor y de los niños para que los limpie”. No la vi. más. La sala grande... ¡dios cuántos juguetes allí desparramados, sin cabeza algunos, los más, mochos de los brazos. Yacían sobre el suelo, ¿estaría ahí el que no pudo tener Panchito? Una muñequita de cabellos rojos parecía sonreírme macabramente.

Limpié todos los zapatos. Cuando pasaba el último cepillazo, apareció un hombre vestido de braga azul. Agarró los juguetes y los echó en una caja. Los llevó al camión del aseo urbano afuera. Le pregunté a Julio: “¿Los van a botar, señor?” Él asintió diciendo: “Sí eso es casi todas las semanas...los niños de la señora se cansan de esos bichos y luego los abandonan”

Quise pedirle que le dijera al camionero que me diera algunos para llevarlos al barrio en donde mis amiguitos jugaban con trozos de palo cuyas ruedas eran hechas con chapas de “peisi” pero...no pude. Comencé a llorar y salí corriendo de esa mansión. Pero no llegué lejos. La señora me llamó para pagarme y devolverme a la esquina de Altagracia. Antes de ver por última vez aquella vivienda, en una ventana, en una de ellas, estaban dos niños riendo y señalándome haciendo muecas mientras me decían llorón pobretín...

Desde ese día entendí que estas manitas blancas ensangrentadas de hoy, son las mismas que rompen los juguetes y ponen a limpiarle los zapatos a los tantos Panchito Mandefúa que lloran ante una vidriera...

aenpelota@hotmail.es


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Ángel V Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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