NUEVE DISPAROS…o como la Guerra Nuestra de cada día llega a todos los rincones

Hay fiesta. La gente de Sanare está feliz. Están eligiendo a la reina de las fiestas patronales en honor a Santa Ana. De repente, antes de las doce de la medianoche ocurre un apagón. Inmediatamente suenan nueve disparos… Al poco rato se hace de nuevo la luz.

Los nueve disparos no fueron al aire, para añadir pólvora a la rumba. Todos fueron a dar a la humanidad de un jovencito risueño, equivocado tal vez en el camino, de nombre Yusmer; muchacho de 22 años que ya había pasado por el horror de Uribana, especie de universidad donde entran jóvenes ladrones y salen graduados de lo que usted quiera en el currículo del delito. Poco tiempo pasó Yusmer en Uribana, pero vivió el horror del motín que dejó una cantidad importante de muertos. Tuvieron que pasar más de 12 horas, si, 12 horas para que recogieran su delgadísimo cuerpo de la calle donde dejó su corta vida. 12 horas tardó la nunca bien ponderada PTJ (o como se llame ahora) para retirar el cadáver. 24 horas más o menos para que lo recibiera el patólogo en Barquisimeto porque cometió el delito de morir un sábado a medianoche. Yusmer era pobre. Eso es evidente: lo dicen la vida que escogió, el tiempo que duró descomponiéndose en el inclemente sol y finalmente, los “buenos oficios” del patólogo.

Pero no es de Yusmer de quien quiero hablar. Siento rabia, impotencia e indignación por todos los Yusmer que todos los días manchan de sangre las calles de este hermoso país. Hablo de los Yusmer que semanalmente produce un pueblo tan pequeño y trabajador como Sanare (al que muchos conocerán por la Zaragoza y por los programas de VIVE y TVES por su encanto turístico).

Siento rabia, arrechera, de ver cómo se nos están convirtiendo en cotidiano enterrar niños que apenas asoman a la vida producto de los ajustes de cuenta y de la falta de oportunidades. Siento pesar por la actuación del encargado de seguridad, de la Policía del pueblo, del querido Prefecto Jacobo, quien es excelente músico pero incapaz para controlar esta pequeña guerra diaria donde se matan niños contra niños. Siento dolor cuando leo Ultimas Noticias y veo que la adornan muchachos de 16, 17, 20 años a lo sumo, producto de balas perdidas, ajustes de cuentas y hasta de ajusticiamientos por no se sabe que Grupos de Operaciones Especiales que se han tomado la justicia en sus manos. Justicia que para ellos se resume en “matar ratas”. Siento impotencia cuando veo esa otra modalidad que se viene imponiendo y que también puede llamarse “exterminio”: dejar que las bandas se maten entre ellos. Siento rabia porque todavía no existen mecanismos que permitan que las nuevas policías que están surgiendo dejen de ser los proveedores de armas “cochinas” que decomisan en un lado y las venden en el otro.

Pero siento más impotencia aún cuando veo las declaraciones del flamante Ministro de Relaciones Interiores, Pedro Carreño, negando lo que es obvio para quienes estamos viviendo esta guerra. La guerra, señor Ministro, no se gana acusando a quienes denuncian, de estar contra el Presidente Chávez, único que sale ileso de las acusaciones que a todos ustedes les hacen por incompetentes. La guerra la ganamos cuando tengamos cárceles que de verdad puedan enseñar a los Yusmer de este país algún oficio con el cual ganarse la vida al pagar la cana. La guerra la ganamos cuando dejemos la maldita costumbre impuesta por la Cuarta República de ciudadanos de primera, de segunda, de cuarta y de quinta. La guerra la ganamos cuando todos sean juzgados y sentenciados por igual. Cuando quienes acaban se enriquecen con lo que nos pertenece a todos dejen de llamarse corruptos y se les trate como ladrones. Cuando los cadáveres que ocupan el Poder Moral (inmoral debería llamarse) den celeridad a casos escandalosos y graves de apropiación de los dineros de los venezolanos; cuando las Ana Marzall de Bolívar de este país se sienten en el banquillo, como cualquier mortal, a explicar que coño pasó con el escándalo del Proyecto Iraní; cuando la esposa del “contratista” de PDVSA-GAS Anaco sea tratada como lo que es, una funcionaria que abusando de su cargo favorece a su propia familia.

Los venezolanos, se dice, no tenemos memoria. Sepa, Ministro Carreño, que muchos que acompañamos al Presidente Chávez, si la tenemos. Pero tenemos además la moral suficiente para denunciar lo que no sirve, lo que pudre nuestras instituciones.

A muchos de nosotros no nos van a vender espejitos por oro. Algo muy serio está pasando en nuestros barrios, en nuestros antaño tranquilos pueblos. Es grave que una situación que años atrás generaba alarma en un pueblo como Sanare, hoy sea un hecho cotidiano. En la Funeraria donde reposa Yusmer había tres padres a los que en menos de un mes les mataron a sus muchachos. Lo que lleva a veces a preguntarnos, ¿hasta qué punto son enfrentamientos entre bandas o una mano peluda que decidió que hay una manera expedita de resolver la inseguridad?

No están lejanas las valientes denuncias de la Negra Antonia, Gobernadora de Portuguesa, acerca de los grupos de exterminio en ese estado. Todavía esperamos el resultado de las investigaciones de Guárico…¿Lara tendrá alguna política de ese estilo?

Hace muchos años, un profesor de la UCV, de Apellido Villalba, sembrando utopías, reclutó un grupo de jóvenes para trabajar en el extinto Reten de Catia. Allí, con las uñas y con mucha obstrucción por parte de las autoridades, logramos demostrar que preso no es sinónimo de mierda. Y que muchos esperan por oportunidades para convertir el ocio en trabajo creador, en prosecución de estudios, en esperanza de vida. Hoy me pregunto, ¿llegó la revolución a las cárceles?; ¿Hay talleres para que los internos aprendan a hacer algo más que chuzos? ¿se está seleccionado el personal para que las armas y las drogas dejen de ser una especie de “salario extra” de custodios y personal en general?

Señor Pedro Carreño, señores Fiscal General, Contralor, Defensor del “Pueblo”, quisiera que sintieran aunque fuera un poquito de vergüenza y se pusieran en el lugar de algunos de los familiares de estos jóvenes asesinados y por una vez en la vida asumieran el papel para el que fueron designados. Quien esto escribe sigue creyendo que el estiércol es bueno para sembrar flores; claro, siempre y cuando contemos con la tierra y el abono adecuados que sólo ustedes pueden proveer. Revisen sus presupuestos y calculen si vale la pena que nuestras calles se sigan llenando de muertos o de verdad, reconociendo una verdad que no pueden tapar con declaraciones vacías, se tomen la molestia de visitar las cárceles de este país que se han convertido en un depósito de desahuciados sólo por cometer el delito de ser pobres.

Los pobres, señores funcionarios, también tenemos esperanzas, proyectos, sueños. De ustedes depende que sigan saliendo profesionales cada vez más avezados en el arte del delito o que de verdad trabajemos duro para mostrarles que la vida tiene sentido y que vale la pena vivirla.


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Ana T. Gómez F. (La Guara) Pna-M13


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