Tortura y democracia del horror

¿Cómo interpretar el momento actual y hacia dónde vamos? ¿Con qué herramientas descifrar las contradicciones? Un mensaje de inusitada violencia se instala sin resistencia aparente. ¿Cómo la sociedad toda, digo toda, no importa el deslave político, no expresa su indignación en una sola voz coral, y detiene este juego macabro que escala en intensidad? No discutimos los antecedentes, quizás los desconocimos o no quisimos verlos, porque nos creíamos incapaces de ello. La historia se imagina también en reverso. Qué poca ha sido y qué sospechosa la reacción ante la "mala" muerte del capitán Acosta Arévalo, esa muerte que "no le pertenecía", y sin embargo fue. Quizás el miedo sólo sea una parte de la explicación que nadie da, que nunca será suficiente.

Y en este momento, cuando, sin que sepamos de qué y cómo, se avanzaba en un posible pacto entre los dos actores de la disputa por el poder, para quienes Venezuela es mera excusa. La geopolítica es su otro nombre. Putin y sus hijos, el mayor Trump, y la calma china, como centro de un aprendizaje a gotas. Mucho está podrido en Escandinavia, porque falta la gente. Se invisibilizan otros sectores de la sociedad, ciertamente mayoritarios, que con dificultad se autodefinen por el rastro de frustración que dejan al pasar tanto gobierno como oposición oficialista. Nada le da forma, porque todo se deforma desde extremos interesados. No despegan las advertencias de las plataformas, a oídos sordos ganancias pírricas. Esa calma sospechosa que flota en las calles nos insinúa que es posible otro modo. Ni guarimba ni macroguarimba. El ojo por ojo dejará muchos perdigones sueltos. Y la resaca irresponsable de la "salida" de Leopoldo López de su casa, que todavía queda como pregunta, cuando esto nos dice que no hay punto y aparte. Como con los asquerosos bolichicos, se empapan los dos pantanos, y se confabulan como zamuros sobre los restos de la "Gran Venezuela", que nunca fue. La nostalgia demodé se expande, poniendo el futuro de espaldas a la realidad.

El empobrecimiento hace solo su trabajo. Una situación económica de deterioro general, como si el país no tuviera norte, y el Norte asecha asomando sus garras por los mismos dólares de la penuria cotidiana. ¡Qué ironía tanta frase desperdigada! Y no se sabe qué hacer para frenar una hiperinflación que ha arrasado todo logro social o lo que se pudo ser. Capitalizar, capitalista, capitalizado: capitel de guillotina a la criolla.

Precisamente sucede ahora, sin que los dados anulen el azar sobre la mesa. ¿A quién beneficia? ¿Quién saca la mejor parte de todo esto? Un día antes, el informe de la expresidenta chilena Michelle Bachelet, quien conoció la tortura en carne propia y paterna, pintaba un paisaje atroz. Una advertencia de lo que ya es tarde. Las descalificaciones que se le hacen de "cómplice de las fuerzas oscuras de la ONU y del imperialismo de los Estados Unidos", son esclarecedoramente equivalente-opuestas a las que se dispararon a Carter y Zapatero desde otras bocas. Nadie sirve si no se posa estanco. No hay sensatez, todo instrumentalizado y banalizado para el engaño de doble faz. Errores metodológicos, es muy posible, ausencias sospechosas ciertamente, demasiado para cantar en voz baja. Sin embargo, la gravedad hace que la mitad de sus asertos sean suficientes para incendiar las alarmas. Al menos evitará que altos o bajos aseguren que no lo sabían o que cumplían órdenes. No hay cerco que oculte una sucia conciencia, asumir responsabilidades sobre la inercia o sobre el mando. La verdad se hará presente cuando las hachas abran sus puertas, llamándolos con nombre propio.

Sin embargo, la muerte del capitán Acosta Arévalo, con las gravísimas acusaciones de que haya sido un asesinato con torturas, parece ratificar el informe de manera tajante. Lo humano que resta en el país exige explicaciones. No basta un par de actores. Chivos en vara de Saturno. Tampoco sirve que se iguale a la maldad individualizada del soldado que cegó al muchacho. Responsabilidades inconmensurables. No ayuda el saco de serpientes. Extraordinariamente sospechosas las declaraciones que hacen énfasis en el "terrorista", "asesino frustrado", "golpista", justificando una ecuación delincuencial. Si la decencia todavía existiera se enfocaría en el significado de la tortura. Se mata, se ignoran derechos básicos por igual de derechas e izquierdas, y hasta el peor de todos. Ustedes mismos. La diferencia fundamental es una locación sin ventanas lanzadas al vacío de la excusa, custodiado el paso a paso de la muerte, sin encarcelar la culpa que salpica hasta las lenguas del mundo. Hablar de defensa del socialismo transforma al socialismo en asesino, confesión sin necesidad de interrogatorio. Se alejan las diferencias del peor enemigo. No son puntas que se tocan, es identidad de continua semejanza. No alcanza la mano que quema, el puño que golpea, el pie que patea. Es la maquinaria de autoridad que hace esto posible, y crea un Estado cómplice de asesinato. Se alarga entonces la lista, se forma parte. No es cuestión de cifras, la lógica es la misma. El tiempo espera.

La corrupción inexcusable fue el catalizador de la destrucción nacional, desarticulador de la esperanza del proyecto igualitario. Se montó sobre un círculo vicioso que borró la institucionalidad para abrir el flujo del robo sistemático al ciudadano común. Ahora, la tortura instaura el punto de quiebre hacia una deshumanización aberrada y sin retorno. La democratización de la violencia terminará justificando cualquier exabrupto que intente detenerla. Dos fuegos corriendo al mismo viento. Dura conclusión: no se crearon ciudadanos, se criaron cuervos para una realidad ciega de sí misma.

Una crónica de la muerte con protagonistas venezolanos, de la que nos creíamos exentos. Indigna o más bien propia de la guerra colombiana, las mafias mexicanas o la represión cubana. Guantánamo, no más. Crueldad simple y sencilla. Maldad en calidad de pureza. ¿Éramos así y no lo sabíamos? Desbarajuste, descalabro moral que se refleja no sólo en los hechos y en sus responsables, sus muchísimos responsables. Algo se quebró en el ser de todos, que todavía no podemos entender, descifrar. Esto nos inscribe en una tradición distinta. Y la sociedad apenas responde con un silencio turbador. No importa quién lo sufrió, pero sí importa: su condición militar, las razones políticas, el momento. ¿Qué anuncia? Generalizada, la democracia del horror empavesa el camino hacia un futuro irrepresentable. Ojalá que Dios exista, porque ya no será posible inventarlo.



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Alejandro Bruzual

Alejandro Bruzual es PhD en Literaturas Latinoamericanas. Cuenta con más de veinte publicaciones, algunas traducidas a otros idiomas, entre ellas varios libros de poemas, biografías y crítica literaria y cultural. Se interesa, en particular, en las relaciones entre literatura y sociedad, vanguardias históricas, y aborda paralelamente problemas musicales, como el nacionalismo y la guitarra continental.


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