Binóculo N° 300

Los muertos por el oro de Tocuyito

El miércoles 31 de enero, a las doce de la noche, para amanecer jueves, en el sector conocido como El Torito mataron a doce personas, en versión de dos mineros y un mayor de la GNB que me lo contó.

Fue razón suficiente para que, en la madrugada, hubiera una especie de invasión hasta por aire, incluyendo tanquetas de la GNB, comandos especiales bajando por cuerdas de helicópteros y elementos del Cicpc. Los tocuyitenses fueron sorprendidos en la mañana por camiones de la guardia que bajaban de esa colina con montones de presos. Me llamó la atención, la presencia del Cicpc y le pregunté al oficial, quien me explicó que estaban procesando, finalmente, denuncias de desaparecidos desde hacia dos años, y que, por interrogatorios de los detectives, se deduce que haya unos 20 cadáveres enterrados por esos montes. “Hace como dos meses fue un minero a la policía a denunciar que su hermano había desaparecido. Dos días después, él también desapareció. Sus amigos los fuimos a buscar porque nos dijeron que las mafias habían matado a cuatro y que los habían enterrado por arriba”, me narró un minero.

El torito es una pequeña montaña que está ubicado por la vía de El Rosario, al occidente. Su nombre es homónimo de un legendario río donde hasta hace poco se bañaban los lugareños y en tiempos de la colonia era navegable para pequeñas embarcaciones, hoy totalmente contaminado. “Mi abuelo me cuenta que ahí encontraban bagres hasta de cien kilos”, me explicó Teodosia, tocuyitense de pura cepa, quien, a sus 89 años, se niega a creer lo que le cuentan los nietos, dos de ellas mineras en Lagunitas.

Hace dos años, en esta misma columna comencé a denunciar la existencia de oro en Tocuyito y la explotación a manos de trabajadores, controlados por mafias dirigidas por un oficial del ejército. Incluso, en esa oportunidad me aseguraron que había acuerdos con los pranes del penal para sacar a los presos y llevarlos a sacar oro.
Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente. El Torito es un simple reflejo de lo que está pasando en todo el municipio Libertador con la extracción del oro. Nadie quiere ver cómo de la noche a la mañana, familias enteras se convirtieron en mineros, gente que tenía algún oficio, vio una oportunidad más lucrativa en la extracción del metal precioso. Hoy, la barbarie de la explotación es un secreto a voces. Todo el mundo en Tocuyito sabe de qué se trata. Es como un cuento garciamarquiano, aquel en el que todo el pueblo sabía que asesinarían a Santiago Nassar, pero nadie dijo nada en esa “Crónica de una muerte anunciada”.

En el centro de ese municipio, allí mismito al lado de la alcaldía, los jóvenes visten camisas con logotipos de la empresa que compra oro. Frente al BOD, esos chamos gritan durante todo el día “compro oro, oro, oro”. Cuando hablas con ellos, también saben lo que ocurre en las minas, pero el miedo puede más que la palabra.

Unos 1.500 mineros bajaron en los camiones de la GNB. Había niños, muchos niños, niñas, mujeres y hombres. Solo de El torito. Aún nadie sabe cuántos hay en La Arenosa, Lagunita, El Cementerio. El oro en Tocuyito está casi allí, a ras del suelo. Hay personas que han sacado hasta cuatro gramos en una jornada que puede llegar a diez horas. Para cuando escribo esta crónica, un gramo lo pagan en 9.5 millones si es por transferencia y 7 millones si es en efectivo.

Cuatro gramos son 38 millones en diez horas. Demasiado tentador. Pero ignoran que no es tan fácil como suponen. Por ahora, cuatro grupos se dividen la explotación y compra del oro: paramilitares, pranes, mafias y militares. Durante el primer año, hubo una dura batalla por el poder que según me cuentan campesinos de La Arenosa, generó varios muertos que fueron desaparecidos por esas montañas. “También en La Arenosa hay enterrados como quince porque se enfrentaron a un general que un día llegó y dijo, toda esta montaña es mía y el que quiera explotarla tiene que pedirme permiso, eso produjo el enfrentamiento”, me contó un viejo campesino. Esa es la parte que se desconoce.

Usted puede pedir permiso, pero todo el oro que saca está obligado a vendérselo a quien se haya apropiado del lugar. No crea que se lo puede llevar. “A una amiga de mi hermana, un pajuo les dijo a los tipos que ella se había metido una pepita en el sostén. Ellos le arrancaron la blusa y le dejaron las tetas al aire, era un pedacito como de medio gramo. Le dieron un montón de palo y después se la llevaron. Más nunca supimos de ella”, me contó Isabel quien va con sus dos hijos de 14 y 13 a buscar oro. “No me gusta esto, me da mucho miedo, pero un kilo de pasta vale 170.000 bolos y tengo que comprarles zapatos a los muchachos porque no pudieron volver a la escuela. Me da miedo que se acostumbren a esto y no quieran volver a la escuela. Eso es mentira que aquí van a ser millonarios, porque, así como te los ganas, los tienes que gastar”, explica. También comienza a aparecer en esas zonas la prostitución infantil. A nadie le importa.

Mi generación creció escuchando las fábulas de Las Minas de El Callao en donde se extraía el mejor oro del mundo; y de las minas de Guaniamo de donde se extraían las mejores esmeraldas y brillantes de la región. Por los 80, este cronista visitaba a un amigo en Santa Elena de Uairen un día viernes. Comenzó un aguacero a las siete de la noche que no se detuvo hasta las cinco de la mañana del sábado. Mi amigo me obligó a caminar por la calle de tierra del escarpado donde vivía, desde las seis de la mañana. “No quites los ojos del piso, agarra todo lo que brille”, me dijo. Nunca olvidaré aquello. Antes de las 11 habíamos encontrado tres pepitas de oro y dos esmeraldas pequeñas. Mi amigo me explicó que el aguacero hizo correr la tierra y desenterró los minerales. El oro de Tocuyito es ley 24. Es decir, puro de toda pureza.

Cuando denuncié la presencia y explotación de oro en Tocuyito, no solo nadie me creyó, sino que me llamaron para decirme que estaba alertando a la gente para que eso se volviera un desastre. Ya lo era. Corre por las redes un video con la presencia de personas, incluyendo jóvenes, escarbando en el río Guaire en Caracas, supuestamente buscando oro. Con esos niveles de contaminación del río, a esta hora deben estar muertos.

El gobierno nunca quiso meterse en lo que ocurre en Libertador, oficialmente digo, porque prefirió que eso se volviera la barbarie que es ahorita. La depredación ecológica que se está produciendo allí es de pronóstico reservado. Los mineros que fueron detenidos y luego liberados en El Torito, me cuentan que los guardias nacionales ya le dijeron que ahora los jefes son ellos. El viernes en la noche, los vecinos de El Rosario cuentan que la balacera era de terror, en un enfrentamiento entre militares y los bandidos dueños del lugar que ya lleva cuatro días. Quizás los más terrorífico es el silencio oficial. Vecinos de la zona me han enviado fotos y videos de la depredación que está ocurriendo allí.

Mientras tanto, el Municipio Libertador es el más grande en extensión, el más poblado y el más pobre de Carabobo. Las mafias del oro en Carabobo, las de Caracas y las internacionales, son las financistas de toda la sangre que se está derramando allí. A pesar de esa riqueza, que irónicamente sacaría a todos los tocuyitenses de la pobreza, allí en Libertador hay niños que mueren de desnutrición y gente que se acuesta sin comer.

Caminito de hormigas…
En octubre del año pasado anuncié en esta columna que las elecciones presidenciales serían en marzo. Hasta insultos recibí. ¿Y ahora?


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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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