¿Hambre o delincuencia?

 

Hace pocos días tuve la oportunidad de conversar con una amiga opositora sobre los recientes hechos de violencia en el país (los relacionados con las marchas convocadas por la MUD) y los intentos de saqueos en algunos establecimientos. Durante la conversación mi amiga, a quien aprecio mucho, trató de justificar esos actos bajo el argumento de  “Lo que pasa es que cuando    el pueblo tiene hambre y desesperación, se llega a esos extremos”.

Me sorprendió mucho su respuesta. No porque no la hubiera escuchado antes (las redes sociales están llenas de comentarios propagando lo mismo), sino por el convencimiento con el que me expuso semejante alegato.

Yo le conté a mi amiga como hace unos años tuve la oportunidad de asistir a un bautizo cerca del Vigía, en el Estado Mérida. El bautizo iba a efectuarse en una aldea cercana del Vigía, en una casa. Quien iba a realizar el acto era una abuelita, no el cura. En resumen, era lo que conocemos coloquialmente como “bautizo de pueblo” o “echarle el agua” al recién nacido.

La señora (que de entrada nos aclaró a los que no la conocíamos que tenía permiso del cura y agua bendita por el mismo cura) era muy alegre y locuaz. Nos contó varias anécdotas de su juventud. Entre dichas anécdotas, nos narró cómo en una ocasión le dieron a cuidar por unos días a 4 niños. Quienes lo hicieron eran gente muy pobre y no le dieron nada para darle de comer a los muchachos. Ella misma no tenía qué darles, así que le suplicó a una vecina que viera a los niños por un par de horas mientras ella caminaba hasta una finca vecina. Iba a pedir la ayuda del dueño.

Ya en la finca rogó que le vendieran unos plátanos para “hacerle unos teteritos de plátano a los niños”. Ofreció pagarlos con trabajo. Como respuesta, el dueño de la finca la despidió de muy mala manera, increpándole que “fuera a pedir a otra parte”.

La señora regresó a su casa. Le agradeció a su vecina el haber visto a los niños un rato y le rogó que le prestara una mula hasta el otro día. Acostó a los niños con sus estomaguitos  vacios  y casi a la media noche salió con la mula en dirección a la finca.

Dejó a la mula amarrada a las empalizadas que demarcaban la finca, saltó esas mismas empalizadas y luego cortó con un machete varios racimos de plátano. Recuerdo a la anciana rememorando “la fuerza que tenía yo en esos días, aún era joven”.  Regresó a su casa y pasó la madrugada preparando los teteritos.   Al amanecer levantó a los niños, les dio de comer, regresó la mula y sin descansar se encaminó nuevamente hasta la finca.

Allí encontró al dueño y a varios jornaleros hablando del robo de los platanales. La señora encaró directamente al propietario y le dijo:  “Mire, yo fui quien vino anoche y se llevó varios racimos. Se los voy a pagar con dinero cuando pueda, no con trabajo porque usted no se merece que nadie trabaje para usted. Yo sus plátanos se los voy a pagar, no se preocupe, o si lo prefiere mándeme a meter presa. Igual, yo no podía dejar morir de hambre a esos niños.  Pero usted tiene conmigo una deuda que nunca podrá pagarme, porque usted me hizo pecar. Pudiendo usted ayudarme no lo hizo, y yo tuve que robar para darle de comer a esos niños”.

El hombre, muy apenado, le pidió perdón y le explicó que no le debía nada. Se volteó entonces hacia sus jornaleros y en voz alta les ordenó que:  “cuando esta señora venga, puede llevarse todos los plátanos que quiera”.

Cuando el pueblo tiene hambre, puede llegar a hacer cosas indebidas, pero nunca perderá la conciencia de lo que está bien o está mal, y siempre tratará de reparar el daño. Justificar delincuencia y vandalismo haciéndolos pasar por acciones de un pueblo hambriento, es el peor de los insultos para ese mismo pueblo.

 

Mérida, 07/05/2017



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